Hubo una vez un poeta nicaragüense llamado José Coronel Urtecho autor de una “Oda a Rubén Darío” . Recordaba allí cómo su celebrado enseñó a “criar Centauros a los ganaderos de las Pampas”, algo que debió representar un infructuoso aprendizaje para nuestra oligarquía vacuna, en el mejor de los casos refinada y en el peor y más general tilinga.
Y aconteció luego, que otro poeta nicaragüense, Ernesto Cardenal, granadino y sandinista igual que su maestro en las letras y el alma insumisa, le dedicó la magnífica –valga el adjetivo y el adjetivar- “Epístola a José Coronel Urtecho.”
Urtecho, como en ritual de traspaso de una antorcha olímpica entre sones triunfales de flautas y liras que el Cisne de Nicaragua encendió con el “Responso a Verlaine”, el “Elogio al Illmo. Obispo de Córdoba fray Mamerto Esquiú” -de 1896- o la “Oda a Mitre” -publicada en La Nación el 10 de marzo de 1906-, entre otras magnas composiciones celebratorias, la recibió espiritualmente del libertador del idioma fallecido en 1916, el que advirtió a Teodoro Roosevelt: “Tened cuidado”; y con esa tea encendida corrió hacia la meta de la perfección estética con su propia “Oda” en los brazos. En tanto que Cardenal la tomó en el aire de Urtecho, cruzando ampliamente la línea de llegada con su “Epístola”.
Y según era de rigor heredado el Verbo, todo no quedó y no podía quedar en palabras vacías sino en voces en armas con inflexiones de tensión de músculos. Voces como clarinadas para despertar la acción contra toda prepotencia. Voces de apoyo y solidaridad militante, nunca de mando: “El Norte es el que manda”, supo diferenciar Mario Benedetti.
En un tiempo no tan lejano fue también el de la dictadura lingüística contra la que reaccionaron aquí Sarmiento y Juan María Gutiérrez. La de la Real Academia Española con sus otros autos sacramentales disponiendo quemar hasta la ceniza del olvido en los suburbios del idioma los términos tenidos por americanismos y otros ismos, imposibles de fijar y dar esplendor a juicio de sus miembros, tan autocomplacientes de sí al punto de solazarse “Inmortales”.
“Se le adivinan las plumas del indio” se dijo de Darío al llegar a la Madre Patria. Y era cierto más allá del destrato, porque era heredero en buena ley de las insignias del poeta emperador Netzahualcoyótl, el mismo que predicó que todo hombre era su hermano, antes de la cruz por la espada de los europeos olvidados de que “todos los que tomen la espada, a espada perecerán” en Mateo 26: 52.
Ernesto Cardenal, en su “Epístola”, demostró entender perfecto, es decir hasta el final, quién gana y quién pierde con el juego sucio de las palabras devaluadas. Esos rótulos oportunos hoy para el relato neoliberal con que también en la Argentina babelizó el macrismo por las malas artes de los Durán Barba y demás amanuenses de las Fake News. Escribió el apóstol de Solentiname: “A los bancos les interesa que el lenguaje sea confuso./ nos ha enseñado el “maistro” Pound/ de ahí que nuestro papel sea clarificar el lenguaje./ Revisar las palabras para el nuevo país.”
Y en su libro “Homenaje a los indios americanos” de 1972, insistió sobre el lenguaje, los poetas han de ser “los descubridores de la Flor-Canto/ el único modo/ de decir verdad sobre la tierra.”
Bien sabemos que aquel nuevo país augurado en la “Epístola”, no es otro que “Nuestra América” como decía Martí, a merced desde la conquista y colonización de mendaces retóricas. Ya el padre Leonardo Castellani gustaba traducir “denarios” por “dólares” y Ernesto Cardenal en su estilo exteriorista, acorde al tiempo usó la palabra: “bancos”.
Es que en el peor de los sentidos lo son los prestamistas de la usura internacional y el Fondo Monetario; éste último con el lenguaje embustero de sus “recomendaciones” que no son otra cosa que “imposiciones”. Y el mismo que cuando envía sus misiones técnicas para “revisar las cuentas públicas” quiere decir que lo hace para “planear nuevos ajustes”.
Si se lo permitimos, claro. Y si se lo permiten los gobiernos populares a los que buscan embretar y condicionar con guerras de noticias. Pero que no nos engañen tampoco los cantos de sirena de los policías buenos. “Algunos capitalistas son de buen corazón. Por eso no es cambiar el corazón sino el sistema”, sigue proponiendo Cardenal en su “Epístola.”
Y enseña también allí, menos biblista a lo Prefecto de la Congregación Para la Doctrina de la Fe, que propiamente lector del Libro entre sacudones de misticismo, que “caridad en la Biblia es sedagah (justicia) y limosna (devolver).”
En eso estuvo siempre el poeta de “Ghetsemani Ky”, “Epigramas”, “Salmos”, “Homenaje a los indios americanos”, “Cántico cósmico”. En eso anduvo el hombre que ingresó treintañero a la Trapa en 1957 y fue discípulo de Thomas Merton; el después ordenado sacerdote y “sacerdos in aeturnum” más allá de la suspensión “Ad Divinis” decretada por un Pontífice que no actuó parecido con los curas pedófilos; el revolucionario que abrazó hasta el final la Teología de la Liberación; el sandinista que ocupó el Ministerio de Cultura en los inicios de la Revolución, que entendió luego traficada en corrupción y despotismo y por tal resultó el actual gobierno sandinista objeto de críticas suyas que le costaron persecución.
El 1 de marzo de 2020 Ernesto Cardenal se retiró a poco de cumplir en enero los noventa y cinco años a su celda del Cielo, abiertas las ventanas a la gran Luz sin ocaso.
Carlos María Romero Sosa, abogado y escritor
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