Viajábamos separados, aunque en el mismo colectivo, grupos de 4 o 5 sentados en diferentes asientos y casi sin hablar entre nosotros. Habíamos decidido ponernos las mejores “pilchas”, camisa y pullover al cuello; nada de zapatillas, zapatos y bien lustrados, documento al bolsillo y nada mas ya encontraríamos con que si se armaba el “tole tole”.
Soportamos el primer control con la dignidad que nos daba la experiencia, tranquilos contestábamos las preguntas de los oficiales –algunos de civil- armados con fusiles FAL. Las caras de los colimbas hasta nos parecieron amigables. Ya en ese primer control de Calchaquí quedaron varados algunos grupos, no muy numerosos, vestidos de obreros o con alguna prenda que los denunciaba: los bolcegos de la fábrica, por ejemplo. Discutíamos el acierto de haber lustrado los zapatos; parece mentira hoy a treinta años que la cuestión de los zapatos fuera un asunto importante para llegar a destino.
Segundo control: triangulo de Bernal, a esta altura ya veíamos que la mano estaba cada vez más pesada, las preguntas eran más insidiosas los sobre todo para mas jóvenes; “todos abajo documento en mano” , cuantas veces lo habíamos escuchado. La línea de hombres de espaldas a la línea de los verdes, apoyar las manos contra la carrocería del “blanquito”, revisión de armas, mostrar el documento y responder ¿adónde va?
“A trabajar maestro… a ver a mi vieja enferma jefe…a buscar a mi novia…a comprar una plancha”, las coartadas estaban preparadas de antemano: lugar de trabajo, negocio donde venden la plancha (nunca entendí como una coartada tan boluda podía funcionar, pero funcionó) etc. y pudimos seguir. Los grupos detenidos en el Triangulo de Bernal eran mayores a los que habíamos visto en Calchaquí; estaban parados al lado de una tanqueta mientras que un oficial les daba una especie de arenga o sermón antes de mandarlos de vuelta a la casa, al menos eso pensábamos en ese momento y nos tranquilizábamos.
En el acceso sudoeste rediscutíamos las coartadas, lo de la novia va; lo del trabajo también, hay que ponerle un domicilio, recordé la dirección de una vieja imprenta en la que había trabajado antes de la dictadura, un pequeño boliche de la calle México manejado por unos gallegos muy amables: Sevares Hnos. listo lo del trabajo: México 1554 impresora en plástico; lo de la plancha no va, “es demasiado boludo eso”, me sentí ofendido.
Ya habíamos notado que en el blanquito no éramos los únicos que pasados los controles nos acercábamos para discutir algunas “cositas” esto va a ser grande parece.
El puente de la boca aparecía como el último obstáculo y el más importante “aceiten las neuronas y tranquilos que pasamos”. Micros enteros con los pasajeros sometidos a revisión, recuerdo vagamente un 33 rojo, tirado al costado con todos detenidos, de Avellaneda todos juntos!!! Hay que ser…
La fila se hacía interminable, los controles eran más rigurosos, pero a la vez menos efectivos, nos separaban y nos escrutaban por grupos, “uds. derecha ..Uds acá… para la izquierda…” la voz de mando la ejercía un oficialito que no debía superar los 25 años, apenas mayor que la mayoría de nosotros. Volaban las coartadas, los pobres gallegos nunca pesaron tener tantos empleados, separadamente todos trabajábamos de impresores de bolsas de plástico.
Entre los que se “quedaban” por no pasar el control, el 33 rojo tirado a un costado, las tanquetas, los patrulleros y la gente que se cruzaba en el asfalto el lo más alto del puente. el transito era un caos. La bocinas empezaron a sonar, al principio tímidas, pero la campaña sobre que “El silencio es salud”, a esa hora hacia agua, como la propia dictadura; los bocinazos hicieron que se aceleraran las cosas y pasamos, pasamos…
No era el 17 de octubre de 1945, pero algo en la genética obrera parecía reproducirse en cada uno de nosotros, tampoco eran las jornadas de junio y julio del 75, que vivimos más concientemente y en las que apenas alguno de nosotros habíamos participado, pero nos sentíamos igual que si fuéramos a echar al brujo y toda esa corte de asesinos del peronismo y sus grupos paramilitares.
Pasamos!!!, un pequeño triunfo en medio de tanto miserable de uniforme. Mentíamos bien, 7 años de controles nos habían “aceitado las neuronas” para establecer coartadas sin necesidad de mirarnos, nada de miradas, nada de temblequeo, nada que te denunciara…la mejor cara de póker adelante estaba el enemigo.
Pasamos, pero entrando por Colón sentíamos que ni loco llegábamos a la Plaza, no vamos a poder entrar, susurramos. Las avenidas estaban preparadas como para recibir a un ejército invasor: tanquetas, hidrantes, patrulleros, falcón verdes por todos lados.
Grupos de civiles en las principales paradas escudriñaban a cada uno que bajaba, no disimulaban nada y hacían ostentación de armas largas, la idea era intimidar a los que llegábamos. Pero ya era tarde. Ya estábamos ahí.
Desde el Correo central empezamos a agruparnos y a subir hacia la Plaza por una calle lateral. Los pocos del principio sumábamos cientos ahora. Ya no había coartada, ni excusas, explotaban las gargantas en contra de la dictadura. Los mas peronistas intentaban una “CGT..CGT” pero los más zurdos le dábamos sin contemplaciones al “se va a acabar la dictadura militar”.
Primer enfrentamiento: forcejeos con un cordón policial sobre una calle lateral del norte de la Plaza, voló una gorra, algunos mamporros… pasamos. Dos o tres cuadras adelante estaba la Plaza, ninguno de nosotros éramos peronistas, ninguno reivindicaba a la burocracia sindical, el clasismo era nuestro norte y el socialismo la meta final… pero todos teníamos ganas de meter las patas en la fuente pese a que no hubiera demasiado calor ese día.
Una cuadra más, las detonaciones y el sabor amargo de los gases llegaban de todos lados, mas corridas.
Dos falcón cruzaron a toda velocidad al grupo, nos tiramos a la vereda para que no nos llevaran puestos; volaron piedras y estalló la luneta de uno de ellos, frenaron con estrepito, las gomas se quemaron en el pavimento, bajaron 4 hombre de civil con armas largas a no más de 50 metros del grupo, posición de tiro y …nadie se movió!!!; desconcertados subieron al auto y se fueron. A esa altura el fin de la dictadura aparecía ahí nomas. Los peronchos del grupo se olvidaron de la “CGT…CGT” y se nos unieron en el “se va a acabar, se va a acabar..”
Finalmente no pudimos entrar en la Plaza. Corridas y mas corridas, amenazas, tipos de civil armados hasta los dientes, infantería gaseando, refugiados donde podíamos soportábamos para volver a intentarlo– creo que fue la primera vez en muchos años que grupos ateos entrabamos a las iglesias como si fuéramos a casa- y volvíamos a la calle excitados por la lucha.
Ese 30 de marzo fue una tarde larga, volvimos con algunos magullones, las camisas rotas y los zapatos sin lustrar.
No nos preocupaba, a la vuelta ya no había controles, el fin de la dictadura se acercaba raudo.
- Daniel Cadabón
Desde Buenos Aires – Especial para Salta Libre