No señalo nada novedoso al concluir recalcando con el pensamiento puesto en nuestra débil salud cívica y republicana, sobre la necesidad de consolidar una prensa libre y jugada por causas valederas, incluso como en este caso más simbólicas que otra cosa y como tal carentes quizá de “gancho” mediático.
Cuando en los primeros meses del año en curso la Resolución 41/09, emanada del entonces entrante y pronto saliente Secretario de Cultura escribano Fernández Esteban, despojó de sus nombres -entre ellos el del historiador y escritor Carlos Gregorio Romero Sosa, mi padre- a tres salas de la Casa de la Cultura salteña bautizadas durante la antecesora gestión de Gregorio Caro Figueroa, objeté y denuncié la medida a través de varias cartas públicas dadas a conocer en Salta y en Buenos Aires donde resido.
Lo hice por considerar que semejante acto administrativo, carente a mi entender de fundamento lógico y jurídico y de toda motivación clara y coherente, constituía una afrenta inmerecida para con notorios representantes de las letras y las ciencias de la Provincia.
Ahora una disposición del actual titular del Área, doctor Mariano Ovejero, ha reparado aquel agravio gratuito al designar con los nombres de “Walter Adet”, “Néstor Saavedra” y “Carlos Gregorio Romero Sosa” a otras tantas salas de la más que centenaria Biblioteca Provincial Victorino de la Plaza, fundada en 1872 por el gobernador Delfín Leguizamón.
Ante el feliz epílogo de la enojosa situación, prueba de que con buena voluntad, ejecutividad y sobre todo espíritu constructivo y no de confrontación gratuita, ni tomando muertos representativos como rehenes, se pueden rectificar los dislates políticos o administrativos, considero un deber de conciencia hacer público mi reconocimiento a los medios de prensa locales que recogieron en su momento las muchas críticas -no sólo mías, por supuesto- formuladas al apresurado “ukase” de la autoridad de turno, medida a la que denominé por mi parte “deshomenaje histórico” y que “indignó” a la reputada investigadora profesora Olga Fernández Latour de Botas, según el término empleado en una correspondencia que me dirigió la Académica de Número de Letras y de Historia.
No imagino qué pudiera haber dicho de enterarse el jurista Carlos Fayt, quien en marzo de 2005 me expresó por escrito que compartía y adhería al proyecto -hoy archivado en el Consejo Deliberante- de que “…no sólo por sus méritos académicos sino (por) su calidad humana, (correspondía que a una calle de la ciudad de Salta se la galardone con el nombre de su padre, Carlos Gregorio Romero Sosa”.)
Aunque también y en sentido contrario a lo arriba anotado, una vez más he tenido ocasión de comprobar ante la situación referida -en que entendí era mi deber filial, mi obligación moral, mi responsabilidad ciudadana y hasta mi desafío intelectual tomar partido y no callarme-, que más de un pretendido “amigo” se declarara súbitamente martinfierrista y prefiriera “desensillar hasta que aclare”. Son las “patéticas miserabilidades” de que hablaba Hipólito Yrigoyen.
Consecuentemente sé bien que aún más difícil que conservar amigos cuando se está en medio de un conflicto, es encontrar solidaridad en la prensa –léase tener eco en ella-; sobre todo si enfrente se encuentra el poder político, cualquiera fuese su signo. Y tal, debido a que abundan las empresas periodísticas con espurios compromisos, traducidos en dudosa y escasa vocación informativa, menor empeño formativo de la comunidad y eso sí: mucho, demasiado y casi únicamente ciego interés crematístico.
Por eso quiero expresar aquí mi gratitud a los dignos medios de prensa que como el gráfico Nuevo Diario de Salta y los portales de noticias Salta Libre.Net, Calchaquimix, Artes y Cultura, Norte del Bermejo e Iruya. com, dieron cabida y hasta se identificaron -por entenderlos justos- con mis reclamos, así como con los de los familiares, lectores y colegas del poeta Walter Adet, cuya memoria también fue agraviada por la Resolución 41/09.
Asimismo hago extensivo el reconocimiento a sus editores responsables y directivos que sin temor por perder publicidad oficial, mantuvieron vigente el tema en la opinión pública; un tema que -lo tengo en claro- cobró estado público nacional a partir de las varias cartas de lectores que suscribí y de las notas que redacté, en verdad nada condescendientes con el actual gobierno provincial en lo que a aspectos de su gestión cultural se refería.
No señalo nada novedoso al concluir recalcando con el pensamiento puesto en nuestra débil salud cívica y republicana, sobre la necesidad de consolidar una prensa libre y jugada por causas valederas, incluso como en este caso más simbólicas que otra cosa y como tal carentes quizá de “gancho” mediático. Pero no menos dignas de ventilarse a los cuatro vientos hasta ser reparadas.