(Especial para Salta Libre.) El asunto es añejo y por ende posee una alta gravedad como mal colectivo. No es una cuestión sobreviniente y coyuntural, provocada por alguna crisis política o económica, que en rigor son de la misma índole y tienen una única raíz. El problema del guarango argentino es viejo. Uno de los primeros pensadores vernáculos que lo detectó y lo explicitó fue Joaquín V. González. González descubrió al argentino «educado a medias» en todas las capas sociales. Y lo señaló como un malsano germen para la colectividad nacional.
Del riojano Joaquín V. Gonzáles, empecé a tener noticias en mi adolescencia porque Alfredo Palacios lo llamaba «estadista por antonomasia», lo cual hizo que se despertara mi curiosidad. Lo primero que leí de González fue su «Mis montañas». Esa lectura me posibilitó aprobar sin contratiempos una examen de literatura para el curso del segundo año que transité como alumno libre para abreviar un año.
Coincidentemente, Ortega y Gasset en su escrito «La Pampa… Promesas» abordó la cuestión hace 70 años. El pensador hispano a la par de reconocernos una ambición de «destino peraltado, de futuro soberbio» , que no sé si conservamos hoy, alude a que los argentinos «vivimos en estado de sitio sin que nadie nos asedie» y que «somos demasiado Narcisos».
El meollo del planteo de Ortega es que deberíamos abocarnos a desmontar el guaranguismo que nos peculiariza y que nos induce a desinteresarnos por los demás y a conductas hostiles cuando no violentas, devastando reglas de trato, rangos y urbanidades. En verdad, el guaranguismo y la educación a medias son la misma cosa y ambos se desvinculan del índice de alfabetización. No es asunto de saber el abecedario y la aritmética. El tema es más hondo. Es estar formados en los valores.
Sabe leer, pero es ignorante
Lo paradojal y por tanto más acechante del «educado a medias» es que aparenta saber, pero ignora. Cree y, peor, ostenta que conoce, pero no medita ni reflexiona.
Es entendido de generalidades, pero en sustancia inidóneo para todas y cada una de las cosas de la vida. Es frondoso en su palabrerío, pero por debajo de esa pátina retórica no se halla nada medular. Es más dado a improvisar que a planear.
Opta por mestizar o importar el pensamiento antes que tomarse el trabajo de organizar su mente para dar un fruto original. Es, también, un tramposo en potencia. A la primera ocasión gambetea la norma y considera que eso lo pone por delante de quienes se autolimitan cumpliéndola.
Es inmodesto por naturaleza. El educado a medias es como un mellizo del fatuo. Incapaz de reconocer errores, atropella. Quiere arribar, pero luego no sabe los siguientes para qués.
Es empecinado. Nada más patético que un errado testarudo. Al yerro se le adiciona la contumacia.
El educado a medias vislumbra que son necesarias e indispensables las reformas, muchas de ellas profundas.
Empero, su intención naufraga en el discurso vacuo, huérfano de hechos. Al educado a medias le calza eso de que «debe avergonzarse quien habla mejor de lo que hace».
Audaz, desplaza a los buenos
El educado a medias es audaz. Posee la seguridad del irreflexivo. Mientras miles y miles de buenos argentinos realizan su esfuerzo cotidiana y calladamente, el audaz arrasa el escenario. Se ubica él, desplaza a los demás. El educado a medias entre otras ignorancias no sabe ni jota de compartir, trabajar en equipo, bien común, colectividad nacional.
El educado a medias es el chozno de ese argentino guarango, prepotente, individualista, notoriamente incivil e insufrible que hoy pulula no sólo, como otrora, en la ciudad porteña, sino en otros sitios del grande país argentino. Y que, entre otras funestas consecuencias, está regando de accidentes mortales nuestros caminos.
Uno de los rasgos más inquietantes del educado a medias es su inconciencia. No se reconoce. Sobreestimándose, está convencido de que se la sabe todas y que en su camino es imparable.
Está a distancia sideral de la humildad del sabio, de la laboriosidad del argentino educado y, sobre todo, formado en la argamasa de los valores morales, esos que supo transmitir la familia, reforzada por la escuela.
El educado a medias invade al país y ya ha tocado a las puertas de escuelas y universidades. Si termina de ingresar en ellas, la cuestión se tornará decididamente dramática. Habrá que recomenzar reenseñando a enseñar, único modo de reaprender a ser personas educadas y, por encima de todo, formadas.
Estas líneas relativizan la presunta bondad de una Ley de Educación, por más nueva que sea, aunque en este caso es tan «nueva» como que implica volver diez años para atrás, confesando un imperdonable mal paso cuando con ligereza sin par copiamos la ley española en los noventa.
¿Llegará el día en que creamos un poco más en nuestra inspiración en lugar de esa irrefrenable vocación imitativa?. Remedando no se construye un buen pueblo.
No se trata de leyes, sino de actitudes. La solidaridad es antes que nada un valor. No se impone por ley. La norma ayuda a arraigarla, pero es inepta para instalarla. Igual que al patriotismo o a la vocación de servicio. Un maestro dotado de amor por su tierra, los niños que se le confían y el saber vale mil veces más que la ley más perfecta, copiada de la japonesa o vaya a saberse de dónde.
Joaquín V. González, pensador, estadista, gobernante, patriota. Démosle las gracias porque casi un siglo después de sus meditaciones sigue colaborando para repensar la Argentina de nuestro tiempo, esa de los amores y de los dolores de él ayer y de nosotros hoy.
- Presidente de UNIR
Unión para la Integración y el Resurgimiento
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