Resulta que ahora todo el problema de los suicidios en Rosario de la Frontera se redujo a un juego macabro llamado Shocking Game (¿así se escribe?) y a la presencia de un supuesto instigador capaz de llevar, mediante la sugestión y las argucias, a los jóvenes rosarinos a nada más ni nada menos que a quitarse la vida, aun cuando el pobre “perejil” en cuestión no supiera qué hacer ni cómo arreglársela con la suya propia.
Da un poco de vergüenza ajena leer ese tipo de cosas en los diarios, escuchar esas explicaciones de boca de gente ya grande. Entonces está todo eso de la corbata azul, los seis (¿u ocho?) nudos que se van desatando hasta que uno de ellos falla. De haberse sabido esto antes, se podría haber prohibido, a las tiendas de la localidad rosarina, vender corbatas azules o se podría haber promovido el uso de moñitos en los habitantes lugareños.
Seguramente no faltaron las propuestas de controlar las computadoras de Rosario de la Frontera y su amplia zona de influencia. Salida elegante para el «establishment» social que de esta manera se lava las manos y libera a los padres, a las clases dirigentes, a los empresarios, a los políticos, a la sociedad en general y a los mismos potenciales suicidas de la parte de responsabilidad que les cabe en todo el asunto.
Deberían pensar que en realidad el Shocking Game , la corbata con los seis nudos y el supuesto instigador serial no son más que efectos de otra cosa (el mismo “instigador”, más lúcido que muchos tecnócratas y funcionarios, declaró que él no era más que una víctima). De lo que se trata más bien es de las nuevas condiciones de lo simbólico de la época y de cómo se inscribe allí el malestar contemporáneo. Es decir, si somos un poco serios, hay que hablar de las nuevas formas del síntoma, de las llamadas patologías del acto, de la imposibilidad actual de hacer síntoma en un sentido clásico del término, de las dificultades para tramitar la desdicha y el infortunio por vía del lenguaje y la formación de síntomas.
Y hay que hablar de las características actuales de un Otro signado por el discurso de la ciencia, de la caída de lo que Jacques Lacan llama el significante “Nombre del padre”, de la presencia del mercado como un amo absoluto incapaz de establecer un límite y un principio de certidumbre y coherencia para la travesía humana. Y hay que hablar de las transformaciones que esa absolutización del mercado introduce en todos los órdenes de la vida cotidiana, de la rotura del lazo social, de los pasajes al acto, de la dificultad de los jóvenes para inscribirse y encontrar un lugar en el Otro de este tiempo.
Y hay que hablar del proceso de desculturación creciente, del fenómeno de la exclusión social, de la tragedia educativa a la que llevó el neoliberalismo, de la confinación de gran parte de la población a situaciones de marginalidad y de la progresiva desinserción del sujeto humano de los ordenamientos simbólicos. Y hay que hablar, fundamentalmente, del desnudamiento de la pulsión de muerte, de la vuelta del sujeto contra sí mismo, de un mundo que empieza a funcionar enteramente por el lado de ese Más allá del Principio del Placer descrito por Freud. Es fin…hay que hablar, y pensar, con fundamentos por supuesto, de tantas cosas y recién entonces puede ser que empiecen a aparecer algunas soluciones. Porque la verdad es que no hay soluciones técnicas ni profesionales sino intelectuales e ideológicas.
Los expertos en suicidios adolescentes, los especialistas en nudos de corbatas azules, los técnicos en perfiles psicológicos de instigadores zonales, los master en computación con orientación macabra, las comitivas de raudos psicólogos con el test de Rorschach en mano, no podrían dar cuenta de un problema que trasciende la intervención técnica y que se inscribe en las transformaciones de lo real que el discurso capitalista, en su actual articulación estructural con el discurso de la ciencia, produce sobre la totalidad de la superficie de la época. Porque si todo el análisis se reduce con simplismo al juego del Shocking Game y al instigador serial, estamos, hay que decirlo directamente, en la mala fe.
Es que las contradicciones y las explicaciones parciales se suceden. Por ejemplo, resulta que algunos adhieren al neoliberalismo y al imperio irrestricto del mercado y luego pretenden preservar a la familia, la moral, a los adolescentes, etc. de las transformaciones y de los efectos que ese mismo imperio del mercado, que pregonan, introduce precisamente en la familia, en la moral, en los jóvenes y en todos los aspectos de la vida contemporánea.
Pero si hasta el fenómeno de la droga es consustancial a la lógica del neoliberalismo y se inscribe en las condiciones estructurales propias del mercado, como un objeto ofrecido al goce de los consumidores. Respecto de las toxicomanías ¿No se habla acaso de consumo? En síntesis, no se puede ser ultraliberal en economía y “conservador” en la familia, etc.
Y si realmente se quiere encontrar alguna solución, que no sea simplemente la tranquilidad personal y la desculpabilización ante los suicidios “masivos” de jóvenes, los ciudadanos deben estar dispuestos, no a buscar justificaciones técnicas inocuas (cuando no inicuas), sino a promover una mejor distribución de los ingresos económicos, a propulsar una verdadera revolución educativa, a reducir las desigualdades sociales, a abandonar la prepotencia y la soberbia, a dejar de lado las posiciones de racismo, desprecio, pedantería, exclusión, etc. en definitiva, a hacer de su ciudad y del mundo un espacio un poco más habitable, aun cuando ello no implique dar solución a las cuestiones de la singularidad de cada cual ni elimine la posibilidad, propiamente humana, del suicidio sobre la tierra.
- Antonio Gutiérrez
Escritor y Psicoanalista.