Desde 2010 por lo menos, los salteños nos ejercitamos cada vez más en la memoria más remota, digamos bicentenaria. Hasta el nuevo Parque que pudo haberse llamado Huayco, sin más, porque por ahí pasa un huayco, se lo llamó del Bicentenario. Y es que no solo se planificó un lugar de recreación de los vecinos de la zona norte, sino también un tiempo en que se pretende que vivan, el tiempo de dos siglos.
Y justo ahora que estamos por elegir de nuevo gobernador se han multiplicado las voces para recordar cómo Güemes fue elegido hace doscientos años democráticamente (el anacronismo no es solo mío), de la provincia de Salta (tampoco), con boleta electrónica (este sí que es sólo mío).
El empeño oficial por acrecentar la memoria bicentenaria ha concluido con un ciclo audiovisual sobre Güemes en cuyo primer número hemos podido ver que si el gobernador Urtubey se había propuesto semejarse cada 17 de junio al héroe gaucho, ahora es el héroe gaucho quien ha hecho algún esfuerzo por parecerse a Urtubey: el salteño, como remarca Facundo Saravia a cada rato, no porta barba y lleva aire de modelo.
No está muy claro por qué el gobierno nacional y el local han decidido estrenar el ciclo en medio del fragor de la campaña -¿porqué no el 17 de junio?- , cuando en este contexto electoral mucho más que refrescarnos de las grandezas de nuestros próceres bicentenarios, nos vendría de perlas acordarnos de las pequeñas miserias, de los cálculos más mezquinos, de los dobles discursos, del realismo político más maquiavélico que practican nuestros políticos desde hace diez o quince años, nada más.
Porque para un hombre común, el momentáneo olvido de las anécdotas más ejemplares de la abuela puede no tener consecuencias tan graves en su vida práctica como no recordar nunca cuánto tiempo lleva puesto el mismo calzoncillo.
Así que, como aconsejan las más bienintencionadas secciones de salud de las revistas, no estaría de más hacer estos días un ejercicio de memoria próxima, de lo que ocurrió en política estos años, cuyo olvido se fomenta con tanto ahínco como se insufla la memoria bicentenaria.
Recordar por ejemplo que nada más en 2003, un joven, vehemente y romerista Juan Manuel Urtubey defendió como convencional constituyente de la provincia la reforma que le permitió a Juan Carlos Romero presentarse a una segunda reelección, con el vergonzante argumento de que “dos mandatos consecutivos” significaba tres períodos –así escribieron la Constitución, los desalmados-, lo que ahora le permite a él mismo aspirar al tercer mandato consecutivo.
Recordar también que su candidato a intendente de la capital, Javier David, avaló como ministro de Hacienda de Romero, un adelanto de tres millones trescientos mil pesos a Plumada, por una digitalización de archivos encargada a marcha forzada cuando ya se estaba yendo el gobierno y con un procedimiento tan irregular que luego el propio gobierno de Urtubey se vio obligado a anularlo por “vicios graves y manifiestos”, según fundamentó en su decreto.
O acordarse que en 2008 y 2009, David se fue a trabajar como jefe de Gabinete de Economía de la primera gestión de Mauricio Macri en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, y que en 2010 –pura casualidad- una contratación directa a Plumada para digitalización de archivos de la secretaría de Seguridad porteña fue cuestionada hasta por el PJ Capital Federal, por sobre precios.
Que en diciembre de 2010, David fue “el” diputado con que contó Romero para su defensa en la Legislatura, cuando una comisión investigó el recorrido de las famosas 90 hectáreas de La Ciénaga, que como gobernador el propio Romero había comprado en 1998 para el programa de viviendas sociales “Familia Propietaria”, pero que –tras la construcción de la autopista que revalorizó las tierras- terminaron, en 2009 en propiedad de una empresa de su familia, dedicada a la construcción y administración de countries.
Escándalo que el propio Urtubey, a través de la Procuración y sus medios para oficiales, fogoneó para vergüenza de los salteños, no de Romero que parece no tener ninguna.
Que para ejercer esa defensa, en solemne sesión, David desligó a Romero de Estancia El Carmen, olvidando que en la misma cédula parcelaria quedó registrada que esa empresa compradora de las 90 hectáreas tenía el mismo domicilio, se sabe que Salta es chica, que El Tribuno.
Que en 2012, cuando arreciaban críticas de legisladores por el trato que daba Plumada a los empleados de Agua Palau – empresa privatizada por Romero- David se sintió en la obligación de salir a defender a la empresa y a lamentar una tendencia que “ideológicamente está presente en algunos sectores del gobierno nacional y en Bolivia sobre la intervención del Estado”, favorable, según él, a “la empresa estatal que genera déficit”.
Que el partido Frente Salteño fundado por David le prestó un valiosísimo servicio al proyecto de requetereelección de Romero como senador nacional en octubre 2013 –¡hace un año y medio nada más!-, y que el propio David festejó a lo grande el triunfo en medio de anuncios de que iban por la gobernación, y tras una campaña en la que Romero había denunciado, indignadísimo, un pacto Olmedo-Urtubey para birlarle la banca de su propiedad.
Que en agosto del año pasado –no hace un año todavía, pero ya nadie se acuerda-, David firmó junto al mismo Romero que reformó la Constitución con el apoyo de Urtubey para quedarse tres períodos seguidos, un pomposo pacto político para limitar el mandato del gobernador a un solo período, y el de los legisladores a sólo dos.
Y que nada más que tres meses más tarde –político de muchísimo principios- David empezó a apoyar la segunda reelección –tercer mandato consecutivo- del gobernador, sólo para ganarse el puesto de candidato oficial a la intendencia, y frente a un Urtubey que le rendía homenaje por su “crítica constructiva”, acabada muestra de cinismo político.
Debí haber hecho primero la advertencia: es posible que tras este ejercicio de memoria próxima concluya que, después de todo, Martín Miguel no era tan parecido a Juan Manuel. O viceversa.
- Andrés Gauffin, periodista
afgauffin@hotmail.com