Como católico practicante, naturalmente rechazo el aborto. Dicho esto, debo expresar mi comprensión –que no significa aplaudir- para ciertos casos extremos ya desincriminados en nuestra legislación penal, como el que se realiza sobre un embrión o feto producto de una violación.
O el llamado aborto terapéutico, una situación a la que de algún modo trata de responder desde el plano moral la llamada Ley del Doble Efecto. ¿Cuáles son sus requisitos?:
Que la perturbación en la salud de una mujer embarazada no halle otro modo de resolverse, sino mediante determinada operación quirúrgica y sobre todo que el profesional a realizarla no tenga como finalidad el aborto aunque éste pueda ser un resultado no buscado y hasta tratado de evitar.
El fundamento de esta ley es que no vale para lograr un fin bueno –salvar la vida con mayores posibilidades de seguir adelante-, apelar a un medio negativo cual es destruir otra vida en gestación; porque ambas son fines en sí mismas.
Sin embargo, constituye un dato de la realidad que de un único acto pueden desprenderse dos resultados, uno positivo y otro negativo aunque no sea deseado.
Vengo enseñando esto y tratando de insuflar respeto por la vida en gestación desde hace casi cuatro décadas a sucesivas promociones de alumnos de la materia Etica y Deontología Profesional, incluida en el diseño curricular de la carrera de Higiene y Seguridad de la Industria que se cursa en un instituto terciario de la ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo, seré franco, no me resulta grato estar acompañado por determinados sectores y personajes “antiabortistas”, contradictorios, llenos de soberbia en su dogmatismo y sin un mínimo de sentido de misericordia hacia la mujer que aborta, a quien con suficiencia farisaica juzgan pecadora pública, cuando es víctima también de un infame negocio clandestino.
Se trata de gente que en general y con todo derecho a estarlo se encuentra situada a la derecha y más aún a la extrema derecha. Que se opone a la educación sexual en las escuelas, una asignatura que puede prevenir tantos embarazos no deseados, y objeta el uso del preservativo y los anticonceptivos.
Gente que en su momento repudió el matrimonio igualitario y antes el divorcio, demostrando una preocupación por la vida sexual ajena que linda con el voyerismo.
En su selectivo escándalo por la pérdida de vidas humanas, defiende a los militares genocidas, torturadores de embarazadas y ladrones de bebés y en el plano de la seguridad postula la pena de muerte.
Por lo demás, en su tradicionalismo hispanista almibarado con la leyenda rosa, denigra a quienes rechazamos el exterminio de los naturales de América y más cerca, con hábil disimulo del liberalismo y anticlericalismo del general Roca y el consiguiente desprecio de raza y de clase a los mapuches sobrevivientes, celebra la Campaña del Desierto cuyas crueldades puso de manifiesto en su hora el mismísimo Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor León Federico Aneiros.
Otro punto increíble es que suele ensalzar “in totum” a Juan Manuel de Rosas, el más portuario de los caudillos, olvidando el crimen de Camila O Gorman embarazada de su amante el sacerdote Ladislao Gutiérrez.
Por cierto que para los abortistas caben también reparos a su fundamentalismo, para el caso no religioso sino religiosamente laicista. Uno de los principales argumentos que esgrimen es que ninguna prohibición impide que se realicen a diario.
En términos hegelianos lo real puede ser racional, la discusión es si es o no justo, porque de la vigencia de un hecho o de una norma no se desprende su validez.
Aparte, ¿por qué es progresista eliminar el embrión, fruto de una violación, y es reaccionario pedir la pena de muerte para el autor de ese delito aberrante? ¿Será qué están tan seguros algunos de que no hay persona, al menos hasta las doce o catorce semanas del embarazo?
De pensar así: ¿por qué según lo he escuchado en debates, hablan precisamente de que “nadie” lo es hasta ese tiempo en vez de emplear el “nada” a lo Fernando Pessoa en su poema “Tabaquería: “Yo soy nada/ Nunca seré nada”, como sería más lógico para reflejar con propiedad lingüística, su teoría que se presume científica?
Y si la respuesta la da la ciencia y no la religión o la moral ¿es que volvemos peligrosamente a la superstición positivista decimonónica olvidando la provisionalidad de los postulados de toda ciencia que enseña Karl Popper al hablar de conjeturas y refutaciones?
Extraña que cuando con equidad se ha reconocido el derecho a la vida y más que eso de los animales, cosa que habla del avance de la civilización, se los rechace con énfasis para los no nacidos de humanos, cuando menos proyectos de personas humanas.
Otro argumento esgrimido a favor del aborto es que de realizarse en hospitales públicos, se evitarían las muertes de mujeres que suelen ocurrir en las clínicas clandestinas, cuando no en manos de practicones inhábiles carentes de asepsia.
Claro que no se cuenta con la mala praxis y con las infecciones intrahospitalarias de las que ningún centro médico está exento como lo escuché decir al doctor René Favoloro. Sumado al hecho de que la práctica abortiva en sí misma implica el riesgo de complicaciones, en concepto del profesor Juan Carlos Fustinoni, destacado médico y humanista.
Por si faltara algo sobre el dramático tema que nos ocupa, la discusión legislativa habilitada ahora por el Poder Ejecutivo con bombos y platillos y no para ejecutar la Marcha Fúnebre de Chopin, suena a estrategia de su gurú Durán Barba para tapar los graves problemas que el gobierno de Cambiemos está lejos de solucionar, como la inflación y el descontento popular creciente.
Incluso resulta algo absurdo y descomedido que se habilite desde el P.E. ese debate y que las máximas autoridades nacionales que se declaran en lo personal contrarias a la legalización, siendo que legalizarlo no es obligarlo ni proponerlo, se autoproclamen “defensoras de la vida”, lo cual es ofensivo para los que dentro del espacio oficialista sostienen otra posición y ni qué hablar para los miembros de la oposición que asimismo la convalidan.
Valga además advertir a los neoliberales de uno y otro bando que la vida se defiende proporcionando condiciones dignas para su desarrollo.
Cabe lamentar que la política pocas cosas solucionó en nuestro país, por de pronto en las últimas décadas e incluyo por supuesto a la política destructora de vidas y soberanía que llevó a cabo la última dictadura.
La política que se inmiscuye en todo acaba en totalitarismo, pero en otro nivel no menos peligroso se encuentra la politiquería o sea politización barata de todo, algo que desgasta el juego democrático con estrategias oportunistas y banales, pertrechadas con frases hechas y meros recursos dialécticos.
En ese aquelarre de provisionales intereses tironeados, se pierden de vista los valores y se diluyen los principios. Signos de la posverdad tan de moda.
–Carlos María Romero Sosa
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