Ante los acontecimientos que son públicos e involucran a un querido país de América Latina: Venezuela, sorprende la mirada apresurada, sesgada y maniquea de muchos analistas que intentan dilucidar una realidad del siglo XXI desde puntos de vista anacrónicos.
Así, repiten el esquema de la guerra fría de los años 50 y 60, desconociendo las condiciones actuales del capitalismo y trazan paralelos entre los dictadores del pasado y el desarrollo histórico de fenómenos de masa, de conciencias y de determinación inmersos en un nuevo orden del que no están ausentes la tecnología, la ciencia y la guerra mediática.
Insisten en sostener concepciones preestablecidas e ignoran las aristas de la psicología humana. No puede dejarse de advertir, por ejemplo, que los “líderes” de la llamada “oposición” venezolana, aparecen como deportistas adiestrados en los estadios de las universidades norteamericanas, dispuestos solamente a “ganar”, alejados de toda actitud reflexiva, de toda fisonomía de político, intelectual u hombre de estado, y por supuesto de hombre de pueblo. Jóvenes y desafiantes, ataviados como atletas o con ropa deportiva e informal, en ellos parece prevalecer el músculo sobre la inteligencia. Cuando hablan o escriben con las pequeñas frases que logran articular, con escaso y pobre vocabulario y sin solidez de pensamiento, no vacilan en usar calificativos soeces, vulgarismos cuando no modismos de ligero contenido, pero de mucha efectividad. Utilizan expresiones amenazantes y descalificadoras que tienen que ver con la tensión que trasuntan e inoculan en sus seguidores. Como reconcentrados y furiosos jugadores de béisbol, con la mirada dura y torva, corroboran su disposición para arremeter contra un gobierno legítimamente constituido. En sus discursos no hay ideas, sólo desafíos, imprecaciones, conminaciones, en suma, vituperio. Son discursos altamente pasionales, pero no con el fuego sagrado del patriotismo, sino con el fuego artificial de la batalla mediática, parodia posmoderna de las épicas empresas de luchadores y libertadores, pero que sumen a los pueblos en los desastres violentos más terribles y devastadores. Y junto a ese fuego mediático, se erigen las diosas de la Irresponsabilidad, el Individualismo, el Interés de Clase, hijas dilectas del Neo-colonialismo. Una pregunta surge del análisis de los enunciados de estos llamados opositores: ¿Cómo alguien que asegura respetar la democracia y luchar por sus instituciones puede decir: “-Maduro, ¡vete ya!”? o “-No vamos a parar hasta derrocar a Maduro”.
La estrategia de culpabilizar y el mecanismo psíquico de la proyección se tornan patentes en el estilo de la denuncia, cuando cargan sobre el otro con duros adjetivos (especie de imprecaciones preventivas o paraguas anti-razón) y no consideran su parte en la disputa.
¿Los espectadores de las grandes cadenas, los analistas, no pueden acaso escuchar, no pueden leer lo que de golpismo y desestabilización hay en estos mensajes?
El análisis del discurso muestra que la enunciación, inmersa en la circunstancia, en un acto de habla, puede hacer agua y no coincidir con el enunciado. Es lo que ocurre con estas apelaciones y preguntas. El tuteo familiar, que no respeta la investidura presidencial legítima, la apelación irreverente, muestran las reales intenciones de estos “demócratas” formados en Harvard. En realidad más que formados en Harvard, parecen gestores o ejecutivos que han asistido a cursos de capacitación y liderazgo empresarial.
Argumento “ad Hominen” podrán decir algunos, pero las conductas y el habla de los personajes delata lo que hay de cierto en sus acciones. Y esto es también parte de la historia. Por eso retomo el comienzo: la crítica y el análisis serios deben dejar a un lado el maniqueísmo, para así explicar algo de los acontecimientos que turban a Venezuela y que no dejan de ser de incumbencia continental y mundial.
- Liliana Bellone
Escritora
lilabellone@gmail.com