Periodistas, locutores, artistas y políticos nos asombran constantemente a causa de su habla descuidada. Si bien es cierto que existen vacilaciones en el uso, no podemos dejar de señalar solecismos y vulgarismos que nos endilgan diariamente los comunicadores, sobre todo en los medios audiovisuales.
En nuestros días, cuando las mujeres pueden ocupar cargos y ejercer profesiones, es recomendable el uso del femenino. Por esta razón se dice: la presidenta, la ministra, la diputada, la senadora, la gobernadora, la médica, la abogada, la arquitecta, la catedrática, lado de las antiguas jerarquías como la reina, le emperatriz, la duquesa, la princesa, la condesa, la virreina y también la coronela, la generala, la sargenta y la varona.
Y aunque nos parezca raro se debe decir: la practicanta, la cacica, la diabla, la individua, la asistenta, la parienta, la giganta, la jabalina (hembra del jabalí), la principianta, la postulanta, la priora, la tigra (tigresa es galicismo), la sastra, la cónsula… Para no errarle, una locutora de un canal de cable dijo la presidenta-presidente, dándole carta de género doble…
Es común el “dequeísmo”, por ejemplo: “Dijo de que”, “estableció de que “ en lugar de “dijo que” o “estableció que” (estableció eso), la falta de preposición en las subordinadas término donde debe llevarla: “Se dio cuenta que” en lugar de “Se dio cuenta de que”o “el hecho que” (de eso), en lugar de “el hecho de que” (de eso).
Si bien es cierto que para evitar el sonido cacofónico entre el artículo femenino y sustantivos que comienzan con a o ha acentuadas (se debe decir: el águila, el hacha, el hada o el acta), no ocurre lo mismo con los demostrativos y se debe decir: esta hacha, esta acta, esta águila. Un destacado periodista de Buenos Aires comentaba acerca de “este acta” en lugar de “esta acta.”
Mirtha Lengrand también tiene lo suyo: en sus últimos almuerzos cometió errores propios de un habla descuidada: dijo “mi primer película” cuando debió haber dicho”mi primera película”, ya que adjetivos como primero apocopan el masculino (primer hijo, primer premio), pero no el femenino (primera novia, primera fila) y en otra conversación aseveró que “hubieron muertos”, en lugar de “hubo muertos”, puesto que estamos ante el uno del impersonal haber.
El cuidado del idioma es imprescindible en los trabajadores de la palabra y la indiferencia que muestran los medios hacia este aspecto refleja la pobre visión que poseen acerca de la comunicación y los bienes culturales.
Respecto de los políticos, es notable el descuido por el buen decir, no solamente en lo que tiene que ver con la coherencia lógica y sintáctica sino con el léxico, ya que a menudo se puede comprobar una marcada pobreza de vocabulario (y de ideas).
La presidente Cristina Fernández de Kirchner es una de las pocas políticas que muestra un cuidado uso del idioma (precisión terminológica y correcta sintaxis), lo que habla muy bien a su favor pues su discurso se muestra sólido y coherente (recodemos los celebérrimos discursos de Evita, verdaderas piezas de oratoria con coherencia semántica y perfecta construcción lógica, ritmo y expresividad).
Otros dirigentes, en cambio, hacen alarde del color regional (la tonada por ejemplo) y del uso soez de formas vulgares e incorrectas, pensando que de este modo resultan más populares. Lo que ocurre es que confunden lo popular con lo grosero. Pensemos en el vigor expresivo y poético de lo popular en el decir de Martín Fierro, por ejemplo, o la gracia y el donaire de lo popular en Cervantes.
El cordobés Luis Juez, tal vez el ejemplo más contundente, cree que lo burdo y el mal gusto son un recurso expresivo y deforma el habla popular hasta convertirla en ridícula caricatura, olvidando por supuesto que el idioma es un bien común y que el no respetarlo implica no respetar al interlocutor, al público, en suma, implica una actitud de desprecio hacia los destinatarios del mensaje, o sea desprecio y escasa estima por la comunidad hablante que nos otorga el bien compartido de la lengua.
- Liliana Bellone
Escritora salteña
Especial para Salta Libre.