Sin duda, no existe en la actualidad ninguna fuerza política que
concentre tanta capacidad de movilización como las que se revelan en los
pueblos del interior. Las bases del “partido del campo” no parecen querer aflojar en un conflicto que se acerca a los tres meses de duración y que, paso a paso, va minando la autoridad política del kirchnerismo. Pero, más allá de las impresiones que esta voluntad de movilización pueda despertar, Rosario primero y Armstrong después, van dando cuenta del programa político que “las entidades” se traen bajo el poncho; un programa que atrasa.
Como si con el acto de Rosario no fuera suficiente, los sectores agrarios
volvieron apuntar a la mandíbula de poder kirchnerista y descargaron un
nuevo golpe contundente. El acto de la Federación Agraria en la localidad
santafesina de Armstrong demostró que lejos de todos los pronósticos
oficiales, que anunciaban que la medida de las entidades cotizaba a la
baja, el clima de rebelión opositora que circula en los pueblos del
interior no hace más que crecer.
Los principales referentes de las cuatro entidades fueron los primeros en
declararse sorprendidos por su propio poder de convocatoria. Las bases
díscolas que acompañan el reclamo no cejan en su movilización y en los
cortes de ruta, menos aun después de que el gobierno decidió mojarles la
oreja con la detención de una decena de ruralistas en la localidad de San
Pedro.
Los miembros de las entidades agrarias están entre la espada y la pared y
hay incertidumbre sobre que puedan mantenerse sobre la montura. El
kirchnerismo, acentúa su ofensiva con la comprensión de que ni Buzzi, ni
Llambías sabrán como seguir la lucha; nadie hace una revolución sentado
sobre bolsas de soja.
El grado de radicalización que van tomando las medidas y la
generalización de la crisis, exige un discurso acorde a las
circunstancias y un programa político de salida, que los representantes
de los nichos sojeros desconocen.
El brete es mayúsculo y no alcanza con gritar “abran cancha” o “no
vamos arrugar”.
Las divisiones entre las entidades que conforman la mesa de enlace,
tienden a profundizarse; Kirchner reconoce con sorna que estas diferencias
colocan a las entidades frente a una parálisis -que los lleva a demandar
apoyo de la iglesia o del defensor Mondino- lo que le permitiría una
actuación más decidida de los grupos oficialistas; el problema es que
tampoco él sabe como seguirla, ya que, cada vez, le esta costando más
sostener a la tropa en fila.
El debate político que recorre el espinel burgués desborda el sector y
va inundando al conjunto social. Con tanta beligerancia presente, es poco
probable que las sacudidas de la crisis no alcancen al propio movimiento
obrero que, hasta el momento, todavía no ha hecho escuchar su voz ni
intervenido con sus métodos.
Sin embargo, el paro agrario y la pulseada por las retenciones están
generando una caída de la actividad económica que ya comienza a hacerse
sentir en los lugares de trabajo. Ya en algunas empresas, se denuncian el
recorte de horas de horas extras, suspensiones y despidos.
De conjunto la actividad laboral en los pueblos del interior aparece
profundamente resentida para los trabajadores de la industria, del
comercio, el transporte y los servicios; lo que le suma un factor de
preocupación más a la disputa entre agrarios y kirchneristas.
Si hay algo que alarma a los sectores en pugna, es que en medio de esta
fractura se dispare la intervención de los trabajadores en defensa de sus
condiciones de vida y que con un debate político independiente desarmen
los bloques, que por más inconciliables que aparezcan ante la opinión
pública, hasta ahora se mantienen dentro de los parámetros fijados por
la burguesía.
El poder de la naturaleza
El acto de Rosario primero y el Armstrong después no mostraron más que
una mezquina enunciación de los fundamentos políticos de esta lucha
agraria. Veamos.
Eduardo Buzzi y Alfredo De Angeli, intentan infundir al masivo
agrupamiento rural una identidad reaccionaria, incluso en términos
históricos: “el campo es el verdadero forjador de la riqueza de la
patria”, el gobierno no termina de reconocerlos como el verdadero sector
productivo que con su esfuerzo cura los más despreciables vicios “de la
clase política”.
La producción del campo “encierra la posibilidad de reconstituirnos en
el granero del mundo, fundando una patria agroganadera-exportadora que
alimente a un mundo, que espera con ansiedad nuestros productos”.
Si el gobierno “nos deja hacer, la naturaleza y el trabajo que se unen y
se abonan positivamente en la actividad agrícola permitiría aprovechar
una coyuntura histórica tan conveniente como la actual”.
No son seguramente los pooles de siembra, ni los grupos de inversión los
más destacados representantes de la “unidad entre naturaleza y
trabajo”, pero esto no es un obstáculo para la tribuna. El modelo
agroexportador, que sostiene De Angeli, ya fue impulsado por el
duhaldismo primero y por el kirchnerismo después, no se trata de un
modelo que beneficie a los pequeños productores, ya que se sostiene sobre
la base de una creciente concentración y transnacionalización de la
tierra y del conjunto de operaciones que culminan con la cosecha de los
granos (la soja en primer lugar)
Los fondos fiduciarios y los capitalistas privados cambiaron el carácter
de sus inversiones de capital, que en el pasado estaban mayoritariamente
destinados a los fondos de inversión previsionales, privatización de
activos estatales, o más recientemente a la especulación inmobiliaria, y
las volcaron a la agroindustria.
Esta transnacionalización, se sostiene en la captación de fondos de
inversiones locales e internacionales que son manejados por grupos afines
al kirchnerismo.
Por otro lado, los fenómenos psicológicos y políticos que acompañan a
las movilizaciones chacareras, sólo a duras penas pueden ser comparables
con el apoyo que los sectores medios de las ciudades ofrecen al campo.
Las mujeres y hombres del campo sienten que dragan un canal para que las
aguas fluyan más puras. Ellos se sienten el eslabón productivo que
transforma a la naturaleza en proteínas, en calcio, en hierro…
La acumulación de ganancias surge de una actividad, que en la
agricultura, se hace tangible -siembra y cosecha- mediadas por el trabajo
estelar del productor-propietario y el anonimato de los brazos de las
peonadas y de los changarines golondrinas. Puro patriotismo gringo cuya
renta es la explicación última de la riqueza social.
En la ciudad, los ciudadanos también reclaman en contra de la clase
política que parasita en torno a la renta agraria. Las “cultas”
clases medias urbanas sienten que la lucha del “partido-campo” puede
ponerle un dique político al exceso del poder kirchnerista. Las mentiras
del Indec sobre la inflación real, los tejes y manejes en relación a las
obras públicas, la hipocresía de las borocotizaciones, los abusos de la
recaudación monotributista, han alejado a los sectores medios del frente
político con el kirchnerismo. Nadie cree en los D´ Elía, Depetris,
Yasky y Moyano cuando quieren explicar que la recaudación impositiva de
las retenciones “volverá al pueblo en alimentos y obras”, las clases
medias urbanas entienden que las retenciones son un problema de caja. Y le
sobran las razones para pensar que esto sea así.
El default diario
Cristina-Kirchner no se enfrenta con un solo conflicto patronal, se enfrenta con varios. La presidenta anda dando vuelta con una carpeta en las manos intentando,
sumar adhesiones para su pacto del bicentario. Suspendido el 25 de mayo
sin fecha cierta el anuncio del pacto se complica cada día más.
En el plano nacional, a los reclamos de las entidades agrarias se le suman
la conspiración de las petroleras, que vienen desabasteciendo el mercado
en busca de un aumento de los precios de los combustibles, y ahora, el de
propietarios de camiones de transporte de granos (FATAP) que vienen
realizando grandes tapones en las rutas en demanda de que se levante el
paro rural y que el gobierno conciba el dialogo -pensar que estos mismos
capitalistas, en épocas de lucha obrera, son los principales denunciantes
de la lucha popular, por provocar el caos y el desgobierno. Estos si que
saben hacer que las cosas se vuelvan caóticas-.
La cuestión es que, hablar de un pacto capitalista en medio de esta
situación suena tan desentonado, que hasta resulta penosa la desdibujada
figura presidencial.
Pero el kirchnerismo tiene además problemas internacionales.
Los vencimientos de la deuda para el período cristinista (2008-2011)
superan 30.000 millones de dólares, sólo en capital, un 75% más que en
2004-2007, es decir, un promedio de 7.700 millones por año. Este es el
resultado de la exitosa y soberana negociación con los “buitres
financieros internacionales”.
“Teniendo en cuenta que la Argentina es capaz de colocar a Venezuela
apenas US$ 1.500 millones anuales y al mercado interno otros US$ 3.000
millones, si se repitiese para 2008-2011 la estructura de desembolsos y
pagos de capital con los organismos internacionales de 2006 a 2007, el
gobierno tendría un faltante de US$ 7.306 millones, 50% mayor que el
‘rojo’ de 2004-2007, de US$ 4.831 millones” (la Nación).
Fueron estas razones que el ex ministro Lousteau implementó la política
de retenciones móviles y había comenzado a negociar nuevos créditos con
organismos financieros internacionales por 15.500 millones. La idea, de
joven y jubilado ex ministro era el de blindar las reservas, que frente a
semejantes obligaciones de pago, no alcanzan para frenar el poder
“destituyente” de la deuda publica argentina.
Otro frente “destituyente” está en el Club de París y Fondo
Monetario, desde los cuales se urge al gobierno para que negocie un
default equivalente a 7.000 millones de dólares, este año.
Los tenedores de bonos en default, por su parte, tienen una calculadora
diferente a la que usa el Indec y desprecian el ajuste que el gobierno
realiza por inflación. En definitiva, reclaman el pago de casi 30.000
millones de dólares más, que si el gobierno desconoce le impedirá la
realización de cualquier canje de deuda.
A este paso no hay reservas que alcancen para financiar el pacto del
bicentenario. El kirchnerismo esta en grandes problemas.
La crisis es estructural
El kirchnerismo intenta ver con buenos ojos la intervención de los
propietarios de camiones en el conflicto agrario. No se puede saber a
priori, si esta es una visión interesada o desesperada. Lo único que le
falta a esta situación es que ahora Alberto y Aníbal Fernández salgan
a saludar los piquetes de camiones “que cercenan el derecho democrático
a transitar por las rutas argentinas”, lo que pondría de los pelos al
conjunto de sectores capitalistas (industriales) que vienen bregando para
que el dialogo marque una salida a esta crisis antes de que Pandora abra
su tapa.
La comprensión del carácter político que se resuelve detrás del
conjunto de los reclamos sectoriales, no puede hacer perder de vista que
fue el propio kirchnerismo el que alimento la política financiera de los
pooles y los grupos de inversión, que hoy le muerden la mano. La
“política productivista”, de la que tanto se jactó el kirchnerismo,
sirvió para aclararle el horizonte a las posiciones de la “vieja patria
financiera”: los nuevos fondos de inversión, cuyo negocio no pasa ya por
la antigua especulación monetaria pura del “neoliberalismo” y el
traslado de activos del estado a grupos de especuladores privados, han
sido atraídos por la política de una feroz concentración latifundista.
Hay algo que, sin embargo, estimula el acuerdo del bicentenario entre el
gobierno y los capitalistas de los distintos sectores: que la crisis la
paguen los trabajadores por la vía de la inflación y de una desmejora de
sus condiciones de trabajo.
Los trabajadores tenemos la palabra para evitar que esto sea así.