(Especial desde Buenos Aires). Estamos inmersos en nuestras propias dualiades. No sabemos que el peor enemigo que fructifica es aquel que se menea con nuestros errores. Es sabido que el gobierno de la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, ha mostrado poca cintura política al comienzo de un conflicto sectorial que pocos veían. Pero el transcurso del tiempo nos demuestra que era más grave de lo cuantificado.
Hoy a 120 días de este problema hemos podido observar claramente cómo están echadas las cartas sobre la mesa. Sin perder continuidad, los medios de prensa han cobrado una fuerza inusitada, más allá del juego en favor de cualquier sector. Lo importante es escudriñar la aparición de caras non santas como de la señora Carrió, los Rodríguez Sáa, Luis Barrionuevo, Castels, la senadora Estenssoro, el senador Juan Carlos Romero, Mauricio Macri, que de una u otra manera tuvieron oportunidad de gobernar y que a lo largo de sus días como gobernantes no han mostrado un solo proyecto que avizore una política agropecuaria integral. Pero hoy se rasgan las vestiduras oponiéndose, desde el vamos, sin ninguna argumentación moral y física sobre un proyecto de gobierno que fue avalado con un poco más del 46 % de los votos.
En este menjunge que se ha armado, los verdaderos «perjudicados» jamás se los ha visto reclamar y poner la cara: llámase Cargill, Grobocopatel, Soros, Monsanto, etc. En este carrusel interminable se van subiendo impensados actores que fueron los artífices mayores del descalabro que sufrió la Argentina, pero que hoy aparecen como «salvadores del campo».
En sus estructuras mentales no se les cae una idea, para un proyecto superador de país. Nunca un partido político en la argentina accedió democráticamente sobre la evolución de un proyecto mejor, sino con la diatriba sobre el caos y el desgaste del poder oficial. Es esa la piedra sobre la que convalidamos nuestras propuestas, y es ella la que no nos permite avanzar como nación libre y soberana.
Bajo todos estos velos, un enemigo invisible e indescifrable, del poder externo -llamado los mercados del mundo- han visto la ocasión propicia para azuzar a «los tontos útiles» internos, para que por fin tengan su minuto de gloria. De otra manera, sus miserias se escurrirían por este mundo tal parásito de algún animal de la sabana africana.
Nuestro ADN nos muestra como personas inteligentes pero sin evolución -merecemos el más amplio estudio de los herederos de Charles Darwin-, toda una contradición galimática. Sin embargo, nos solazamos de nuestros aciertos sobre los cadáveres que vemos pasar.
Así, que de un día para otro se solucione mágicamente el problema de la violencia y la delincuencia. Sólo pensamos en el garrote y en las cárceles y más policías, para frenar el flagelo, pero en nuestras cabezas no entra la palabra distribuir, quizás una de las claves para disminuir el problema.
Sólo nos importa lo material y por ello somos capaces de matar a nuestra madre. Pero así como va, no lo conseguiremos por falta de neuronas.