A 30 años del desbaratamiento del clan Puccio, la banda liderada por Arquímedes Puccio que también integraban dos de sus hijos y que secuestraba y asesinaba para obtener dinero, surgen una serie de dispositivos culturales para explicar esta historia, como la investigación realizada por el periodista Rodolfo Palacios, que revela condiciones históricas y testimonios novedosos para echar luz sobre una trama que mezcla lo familiar y lo siniestro y una metodologí¬a engendrada en la dictadura.
Autor de libros con historias y perfiles de los criminales y hechos más conocidos de la Argentina -Barreda, Robledo Puch, el robo al banco Río, incluso tomó el té con Yiya Murano-, Palacios (Mar del Plata, 1977) se sube a lo que él mismo llama “la Pucciomanía” con “El Clan Puccio, la historia definitiva” (Planeta), donde hilvana la historia criminal a partir de una entrevista a Arquímedes realizada en 2011 en General Pico, dos años antes de que muriera.
La banda liderada por él la integraban dos de sus hijos, Alejandro, ex wing del Club Atlético San Isidro (CASI) y de Los Pumas; y Daniel, alias “Maguila”; el militar retirado Rodolfo Franco y sus amigos Guillermo Fernández Laborde y Roberto Oscar Díaz. Entre 1982 y 1985, secuestró y mató a los jóvenes empresarios Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum y mantuvo cautiva por más de 30 días a la empresaria Nélida Bollini de Prado.
Son varios los ribetes que apelan al morbo en esta historia que ahora -efeméride mediante- tiene un correlato fílmico con la película dirigida por Pablo Trapero y una miniserie de Luis Ortega que se estrena en septiembre y que tuvo a Palacios como asesor en la investigación.
En la intrincada participación filial, el elemento escalofriante es que las víctimas -excepto Naum que fue ultimado por resistirse- estaban presas en la casona familiar de San Isidro, pero nadie nunca vio nada, incluso Epifanía, esposa de Arquímedes, parecía no saber qué ocurría en el baño del primer piso y nunca hubo pruebas de su participación. “Éramos una familia normal”, repetía el viejo una y otra vez.
Sumergido en esta historia, Palacios hace un atrapante ejercicio por comprender la matriz de pensamiento de Puccio quien nunca confesó o se arrepintió de nada, la relación con su hijo Alejandro que tuvo cuatro intentos de suicidio al igual que el número de víctimas y el reflejo de un pasado histórico cercano y perverso.
“La dictadura crió a muchos de los delincuentes y asesinos de los 80 y 90. El clan Puccio fue parido por la dictadura. Lo que llama la atención es esa complicidad, que yo creo que era policial, militar y política. La dictadura también hizo un daño irreparable desde desde lo delictivo. Puccio decía que era una ‘industria sin chimenea y mano de obra barata’ y era la mejor definición que le daba al secuestro”, dice el autor en diálogo con Télam.
– Tu libro se basa en la entrevista y el perfil que hiciste de Arquímedes ya viejo, ¿cómo lo definís?
– Era una caricatura del que fue, si bien en los 70 y 80 era un hombre serio con perfil diplomático, el de 2011 era un absurdo. Era una especie de dictador que le hablaba a nadie, vivía en la miseria, en un cuartito más chico que el sótano de la casa donde secuestraba gente, negaba todo su pasado. Un psicópata de manual, parecido a Robledo Puch en eso de querer dominar al otro, gozar del dolor ajeno, creerse superior a todos y denigrar a las mujeres. Alguien sin remordimiento. El decía que era una víctima y tenía un cuaderno con una lista de sus enemigos y, a medida que morían, los iba tachando.
Era siniestro en todo sentido pero que tenía otro costado –y ahí está lo siniestro de uno- porque sí lo sentáramos acá hasta nos podríamos reír con sus delirios y chistes. Fue un gran manipulador, un asesino sin haber matado porque convencía a sus subordinados que maten y a sus hijos de participar. Una persona seductora que lograba manipular y convencer.
– ¿A vos te logró manipular?
– Tengo una contradicción, me dicen que logré manipular a Yiya Murano, Robledo Puch y a Puccio. Y no es un orgullo. Puede ser que me haya manipulado y que sienta que es un personaje fascinante, tenía todo lo atractivo que puede tener un malo. Quería entender el misterio de su cabeza, qué le pasó y cómo mantuvo la maldad tantos años. El sabía jugar con el misterio.
Decía que había estado en Montoneros, pero había pruebas de su vinculación con la Triple A como espía. Participó de la dictadura, pero era mano de obra oculta. En los 50 había sido diplomático de Perón que lo condecoró.
Luego lo detienen por intentar traficar pistolas de Madrid a Buenos Aires, siempre estuvo vinculado al poder y a lo ilegal, usó la política para su conveniencia y no descarto que haya coqueteado con Montoneros con una máscara de cordero, porque no tenía ningún tipo de ideología.
– ¿Qué rol tenía Alejandro?
– Era la mejor carta de presentación de los Puccio, pero también la mejor carnada porque muchas de las víctimas caen por él, fue clave. Es el gran protagonista, no podía negarse ante su padre. Intento matarse de distintas maneras, empezó a estudiar psicología para entender y decía que tuvo el padre que no pudo elegir, pero nadie puede. Arquímedes lo consideraba su “mano derecha”. Nunca confesó y negó todo. Es muy interesante por esa contradicción.
– También sumás testimonios como el del hermano de Arquímedes, Rómulo, y los dos cómplices ¿cómo llegaste con tanto hermetismo alrededor?
– Quería hacer un relato coral para reconstruir a Arquímedes, por eso llego a hablar con Díaz y Fernández Laborda quienes reconstruyen al maldito, al que armaba un pacto de sangre para matar, incluso, muchos preguntan si eso es ficción en el libro y es tal cual lo contó Díaz.
Un día buscando en Mercado Libre aparece un cuadro en venta que perteneció a la familia de Puccio. Estaba pintado por la madre de él. Pensé, ¿es una broma? Alguien quiere deshacerse del cuadro en el medio de la Pucciomanía. Llamé y era Rómulo, el hermano.
Es un hombre parecido a Arquímedes a quien la tragedia lo había sobrepasado porque cada vez que hacía un trámite y decía su apellido le recordaban el clan. Yo quería encontrar una escena que pudiera humanizarlo, pero de niño ya era manipulador. El único momento que se quebró fue cuando se enteró de la muerte de su hija Silvia.
Rómulo hablaba con odio pero también con admiración. Contaba que era muy inteligente, que podría haber llegado a ser presidente pero lo sufrió en la juventud. También decía que la esposa era peor que él pero no había un argumento sólido. Nunca encontraron pruebas para condenarla.
– En tu libro sobrevuela un misterio que se llevó a la tumba, ¿de qué crees que se trata?
– El generaba misterio con el no misterio, con algo que no decían. Mi suposición es que hubo alguien superior que le podría haber soltado la mano y tenía más impunidad. Digo esto porque él secuestraba cerca de su casa, usaba el auto con su patente, tenía a las víctimas en su casa, incluso hizo llamados desde ahí y algunas las postas las cobraba cerca del barrio. O sos un idiota o tenés un apoyo con cierta impunidad. Además cuando lo detienen en agosto de 1985 le encuentran una lista con más nombres de futuros secuestrados, no iba a parar.
Y finalmente qué pasó ahí adentro: ¿sabía la esposa? y los hijos, ¿lo tomaban como algo natural? Lo llamativo de esto que es vienen del seno de una familia que parecía normal. Iban a misa los domingos, comían fideos frente a la televisión, invitaban gente con los secuestrados en el sótano. Eran lo que decía Freud, el rostro siniestro en lo familiar.
- Fuente Agencia Télam