Hace tiempo que se habla del déficit educativo en la Argentina en todos los niveles. Es un diagnóstico cierto pero se debe analizar lo que ocurre con la educación de acuerdo con un encadenamiento causal. Es necesario recordar que la implementación de Ley Federal de Educación llevada adelante por el gobierno neoliberal de Carlos Menem, causó, en gran parte, los estragos que sufre el sistema educativo actual.
- Documento de Carta Abierta Salta
La Ley Federal (derogada por el Congreso durante el gobierno de Néstor Kirchner), había des- regulado la educación, del mismo modo como se des- regulara la economía, mas aun, dejó la educación a merced del mercado e intentó que fuera privatizada. De este modo se hablaba de “gerentes” en lugar de rectores o directores, de “clientes” en lugar de alumnos, de “insumos” en lugar de pedagogía, edificios y material pedagógico. El economicismo neoliberal tenía un solo objetivo: borrar toda formación humanística, crítica y científica y promover el advenimiento de meros operarios y mano de obra barata para poner en funcionamiento la máquina capitalista neoliberal.
Salta fue una de las provincias que con más obsecuencia adhirió a la Ley Federal y la que más tiempo demoró en anularla, ya que recién durante el gobierno de Juan Manuel Urtubey, la provincia se encolumnó en la decisión nacional de derogar la nefasta ley e implementar la Ley Nacional. Los resultados de la Ley Federal están a la vista: extensas franjas de la población salteña carecen no solamente de información, sino de las imprescindibles normas urbanas y civiles necesarias para la vida en sociedad. Exclusión, marginalidad, droga, violencia, rotura del lazo social y cultural, son el saldo que dejó la famosa Ley menemista, aplicada al pie de la letra en esta provincia.
Otro exceso de la Ley Federal fue el de pasar al ámbito provincial los colegios de enseñanza media. Había colegios provinciales, es cierto, pero los grandes colegios, como los Colegios Nacionales, Escuelas Comerciales, Técnicas y Normales, dependían de la Nación, respondiendo a un concepción homogénea de la educación, igualadora y democrática. Se enseñaba lo mismo desde La Quiaca a Tierra del Fuego, los profesores tenían la misma formación en todo el país; recordemos a las brillantes escuelas Normales Nacionales de donde egresaron maestros y profesores nacionales como Cortázar, Marechal, Groppa, Sebreli y tantos otros.
Sin negar lo regional, la Argentina, luego de doscientos años de historia, producto y síntesis del pasado virreinal español e indígena, las guerras de la emancipación, las guerras civiles y la organización nacional, se configura como un todo, con sus variantes, es cierto, pero con un entramado de identidades, memoria e ideales comunes. Podrá criticarse la formación burguesa, enciclopedista y europeizante de la escuela argentina, sustentada sobre la ideología de la generación del 80 y su impronta sarmientina, pero esa orientación podría y debería haber sido corregida, sin destruir el sistema como tal, un sistema eficiente y económico, un verdadero sistema de relojería que produjo el más alto nivel educativo de América Latina.
Este sistema educativo, en especial su funcionamiento regido por el Ministerio de Educación de la Nación (Ministerio que los neoliberales intentaron suprimir, presionados por los organismos de crédito internacional) podía haber sido mejorado, no desmantelado. Sus efectos estaban a la vista: grandes escritores, científicos, pensadores, se formaron en las aulas de le escuela pública argentina, fundada sobre la base de la famosa Ley 1420 de Educación pública, gratuita y gradual, auxiliada por la Ley Láinez, de ayuda de la nación a las provincias.
La escuela media otorgaba identidad: ser maestro, ser perito mercantil, ser técnico, ser bachiller. El neoliberalismo menemista introdujo los postulados del mercado, borró estas identidades con las llamadas” salidas laborales”, en las cuales la identidad se desvanece y pierde. Muy simple: los ideólogos ultraliberales querían robots, operarios, meros números para mover el mercado. Nada mejor para el neoliberalismo y sus intereses que aliviar las identidades, borrar los límites, los principios y de ese modo instaurar la única Ley: la Ley del Mercado, o sea de la oferta y la demanda, que en su máxima expresión sujeta a políticos y gobernantes a las empresas y corporaciones económica, convirtiendo a la democracia en una simple formalidad y aun los aspectos más delicados de la condición humana como la vida, la salud, la conciencia, la paz, en mercancía a su entero arbitrio.
Es necesario un esfuerzo nacional: rescatar los viejos colegios, muchos de ellos surgidos desde el pensamiento progresista y liberal del siglo XIX como nuestro célebre Colegio Nacional de Salta fundado en 1864, que tantas generaciones de salteños formara, o la ilustre Escuela Normal Manuel Belgrano, de excelencia indiscutible.
La formación docente se redujo, a través de la famosa Ley Federal, a impartir cursos dentro de la tecnología educativa , a veces arancelados, a los docente y se descuidó la formación de maestros, ya que aparecieron instituciones de nivel terciario privadas donde se otorgaba (y donde se otorgan)títulos con escasa o nula exigencia. La formación de los maestros y profesores debe estar a cargo del Estado y controlada por éste, tal como ocurría, por ejemplo, en décadas pasadas cuando las egresadas de los colegios religiosos (cuya calidad fue altamente probada) debían probar sus competencias, a través de exámenes, en la Escuela Normal, para obtener el grado de Maestra Normal Nacional.
También las Escuelas Normales otorgaban los títulos de Maestro Normal Regional, con orientaciones más específicas según las necesidades de las provincias y competencias que tenían que ver con las industrias locales, artesanías, agricultura, avicultura, apicultura, etc.
La revisión de la formación de maestros y profesores para todos los niveles es un punto estratégico en el mejoramiento educativo, junto a la orientación general del sistema que debe centrar su atención en lo humanístico, científico y solidario, con conciencia continental e histórica, de lo que surgirá la selección de contenidos básicos. Si bien estas cuestiones tienen que ver con una concepción política e ideológica de país, tiene que ver también con cuestiones eminentemente pragmáticas, como lo es la determinación de que todas las carreras docentes pertenezcan o sean supervisadas por la universidad.
Por otra parte, el Estatuto del Docente y la Incumbencia de Títulos, de hegemonía nacional, establecía claramente la función y los alcances de los diplomas docentes, de los profesorados provinciales y nacionales, técnicos y artísticos, etc. La des-regulación de estas matrices trajo a las aulas la improvisación y la confusión, surgidas de una compleja gama de ofertas brindadas por institutos privados de dudosa solvencia y con escaso control. No se trata de denostar la educación privada, por el contrario, debe reconocerse el papel que las instituciones privadas cumplieron en la educación, pero siempre dentro de una concepción general de acuerdo con los intereses y la identidad de la nación.
La Ley Federal no fue solamente el producto de un Decreto de Menem que sumió a la educación argentina en su más negra noche, sino también de un paulatino avance de lo privado sobre lo estatal. Ya el radicalismo, durante la presidencia de Raúl Alfonsín implementó el Congreso Pedagógico Nacional para intentar cambiar y remozar la educación, y cuyo primer resultado fue la provincialización de las escuelas primarias, otro despropósito, ya que, si bien es cierto que había escuelas provinciales primarias, la gran mayoría de las escuelas rurales y del interior eran nacionales y poseía algo así como un espíritu determinado que otorgaba una fisonomía especial a la educación argentina. Libros de lecturas, programas coherentes, excelentes maestros y supervisores conformaban un sistema educativo de óptima calidad.
Sin duda el primer ataque contra la educación pública fue llevado adelante por el gobierno militar del Proceso desde 1976 a 1983, lapso en que comenzó una política claramente elitista en pro de la educación privada, con los consabidos cómplices intelectuales de universidades privadas y de los medios.
Y por fin la universidad, que, si bien es cierto, resistió lo embates neoliberales, debilitada por el exilio de muchos de sus mejores profesores, por el terrorismo de estado y la censura del proceso, poco a poco fue cediendo ante la fuerza de los prejuicios y de los aires falsamente modernizadores que proponía el neoliberalismo de los noventa. La universidad pública, ese gran logro de la Reforma y luego del gobierno del General Perón que la hizo gratuita, comenzó a sentir el influjo de la debilidad del sistema educativo general, ya que la universidad no es una isla y no solamente recibe a los jóvenes egresados de la escuela media sino que recepta los mensajes sociales e ideológicos de la época. De este modo, alumnos mal preparados, con carencias esenciales, comenzaron a llegar a sus aulas y se debió sacrificar el nivel académico.
Algunos argumentarán que es necesario el examen de ingreso, lo que debe ser estudiado, es cierto, pero lo trágico, no es la falta del examen de ingreso, lo trágico es la pésima formación de los alumnos que ingresan en la universidad, pues cómo podrían llevar adelante estudios superiores jóvenes que en su paso por la escuela secundaria No estudiaron Física, Química, literatura y matemáticas.
Parece una broma, pero en el Colegio Nacional, por imperio de la Ley Federal y sus famosas salidas laborales y orientaciones, no se enseñaban en el ciclo superior (los cuartos y quintos años denominados primero, segundo y tercer de Polimodal) ni matemáticas, ni física, ni química, ni literatura, y según los postulados de los orientaciones, los alumnos cursaban turismo, tiempo libre, desarrollo turístico, o promoción en lugar de literatura argentina e hispanoamericana, única oportunidad para muchos jóvenes, de leer, guiados por su profesor, El matadero de Echeverría, el Martín Fierro o el Facundo de Sarmiento, algo de Borges, de Rubén Darío, de Neruda, de Cortázar…
También asignaturas como matemáticas, química y física, fueron desterradas del ciclo superior de lo que alguna vez se llamara bachillerato. La historia y la geografía fueron a parar a un amplio compartimiento denominado Ciencias Sociales, un extraño, disforme y complejo espacio sin identidades donde poco o nada puede enseñarse, más aun, donde los alumnos no terminan de comprender de qué se trata.
No hay nada peor para los intereses neoliberales y posmodernos que circunscribir las ciencias a su objeto, pues atisban en esto algún resto de lo que llaman despectivamente racionalismo moderno o positivismo anacrónico y, apelando a una perversa dialéctica y mal entendida concepción totalizadora, propusieron semejantes engendros pedagógicos, por otra parte, sustentados por los objetivos bien delineados del Banco Mundial y el FMI, dispuestos a bajar el nivel educativo de los países emergentes para llevar adelante su política de saqueo. Esta pésima organización de los contenidos y la deficitaria metodología, sumada a la poca preparación docente, provocó el rotundo fracaso de los jóvenes en la universidad.
Los tecnócratas de la educación apoyaron tal desatino y vaciaron de contenidos al sistema. Hoy, parece ser, que con la derogación de tan nefasta Ley, se está recomponiendo lentamente el sistema, y el Ministerio de Educación de la Nación toma medidas generales y acertadas para todo el país, como el proponer una currícula básica común desde La Quiaca a Tierra del Fuego.
Los fanáticos neoliberales pretendieron suprimir el Ministerio de Educación de la Nación ya que “no poseía escuelas”. ¿Puede imaginarse un país sin una orientación general de su educación? Esto implica algo así como un barco sin timón, que conlleva la fragmentación, la injusticia social, el caos y la desintegración nacional. Algo de esto pasó y sus efectos se advierten en la sociedad argentina, donde, a la escuela deprimida y desvalorizada, se suman las tendenciosa información de los medios, la falta de una política cultural coherente que transmita otros valores que nos sean los del consumo y la frivolidad, y que provocaron una notable caída en las relaciones sociales, en la estructura misma de la sociedad donde de modo escandaloso se instalan la violencia, la violencia familiar, la droga, la falta total de solidaridad, el descreimiento y la desesperanza.
La escuela es lugar irradiador de cultura y conductas sociales, por eso, la formación tecnológica y científica debe ir de la mano con una transmisión de valores. La escuela tradicional lo había hecho: laica, igualitaria e higiénica, dentro de los parámetros positivistas que le imprimiera la generación del 80, no tardó en producir una clase burguesa ilustrada, pero también contribuyó a la formación de intelectuales de izquierda , conciencias lúcidas y personalidades destacadas en la ciencia y el arte. ¿No salieron acaso de la escuela pública argentina Eva Perón, el Che, Sábato, Cortázar, Marechal, Favaloro y otros?
Lo que el neoliberalismo quiso hacer fue vaciar de contenidos morales a la escuela, escudándose detrás de un ascetismo ideológico falso, amparado con la idea tan declamada de la muerte de la historia y el fin de las ideologías. Nada peor que la falta de conciencia histórica para un pueblo, nada peor que el vaciamiento de un ideario de pertenencia y de una concepción de la vida para una persona o una generación. Si la escuela tradicional había sido europeísta, individualista y burguesa, podría habérsela orientado hacia una concepción latinoamericana, continental, comunitaria y que transmitiera valores de solidaridad continental y fraternidad universal. Jamás había que desmembrar el sistema, fragmentarlo, desarticularlo, del mismo modo como se desarticuló el otro gran sistema cohesivo de la Argentina: los ferrocarriles. Es que economía y educación se interactúan, como interactúan lo político, lo ideológico, lo social y lo epocal, que no representan componentes aislados. Debemos observar la realidad y la realidad histórica y social con criterio de sistema y funciones que se relacionan a un todo, no como partes inconexas.
La Nación debe recuperar de manera urgente el timón de la educación, hacerse cargo de los costos y avanzar al ritmo de lo que será la única salvación de los pueblos: su formación humana, científica, crítica, y su conciencia histórica. Para ello es necesario retomar los fundamentos y modestos objetivos de la llamada instrucción pública y luego avanzar con miras más amplias a la conformación de un sistema educativo de excelencia, de acuerdo con la época. En suma, es la hora de una Revolución Educativa.
- Carta Abierta Salta
Octubre de 2013