El título de la columna en la edición digital, “El mensaje de mi mensaje”, ya es todo un mensaje. Su autor deja bien en claro dónde está parado: se coloca como “el” intérprete del texto, el que puede explicitar qué quiso comunicar Evita unos días antes de morir. Un albacea de su legado ideológico.
Feinmann, además, se constituye en el garante de la autenticidad del escrito. Aunque admite que el confesor de Evita negó que sea auténtico, el filósofo asegura que hace diez años el historiador Fermín Chávez se lo mostró, volcado en un montón de hojas amarillentas que contenían, cada una, las inconfundibles iniciales de Eva.
Dice el intérprete oficial de “El mensaje” que allí Eva Perón se entrega a la exaltación del fanatismo. Y por eso elige hacer varias citas al respecto.
Dice Feinmann que dictó Eva: “Para servir al pueblo hay que estar dispuestos a todo, incluso a morir. Los fríos no mueren por una causa, sino de casualidad. Los fanáticos, sí…”.
Interpreta el filósofo a que en Eva el fanatismo implica la entrega absoluta a una causa. Y que por eso siempre le repugnaron lo tibios.
Y cuando Eva denuncia a los enemigos del pueblo, lo hace desde el fanatismo: “A veces los he visto fríos e insensibles. Declaro con toda la fuerza de mi fanatismo que siempre me repugnaron. Les he sentido frío de sapos o de culebras”.
Para rematar esa selección de “Mi mensaje”, Feinmann recuerda la fundamentación que en citas bíblicas habría hecho la entonces esposa de Perón: “¡Fuego he venido a traer sobre la tierra y qué más quiero sino que arda! Cristo nos dio un ejemplo divino de fanatismo. ¿Qué son a su lado los eternos predicadores de la mediocridad?”, dice el filósofo que dijo Eva.
Es interesante cómo Feinmann se detiene testimoniar una obviedad: “las citas bíblicas de Eva son precisas, ni erráticas ni mucho menos equivocadas”, dice asegurando que él ha recurrido a la Biblia de Jerusalén.
Sin embargo, ni se le ocurre aclarar que los párrafos de “Mi mensaje” que escogió para su artículo exponen las mismas ideas y valoraciones de Hitler en “Mi lucha”. La semejanza de los títulos ya es sugerente, pero las afinidades sobre el fanatismo son demasiado notorias.
“La nacionalización de la multitud no podrá efectuarse empleando medidas anodinas o expresando con suavidad un “punto de vista objetivo”, sino merced a la determinada y fanática concentración en el objetivo perseguido”, dice allí Hitler.
Más adelante recuerda el Führer que “durante el invierno de 1919 a 1920 luchamos con el exclusivo fin de robustecer la capacidad para el triunfo del joven movimiento, inculcándole ese fanatismo capaz de derribar montañas”.
Hitler también se lamenta de que en los inicios de su actividad política no hubiera oradores capaces de llegar hasta las muchedumbres, forjados con la pasta necesaria para asimilar la fe fanática en la victoria de cualquier movimiento.
Y para fundamentar su prédica a favor del fanatismo, Hitler también recurre a una particular visión de la religión cristiana Su grandeza, dijo, “no consistió en tentativas de reconciliación con las opiniones filosóficas de la antigüedad, que tenían ciertas semejanzas con las suyas, sino, por el contrario, en la infatigable y fanática proclamación de su propia doctrina”.
Va de suyo que el líder del movimiento nacional socialista dejó harto testimonio en su libro de su desprecio por los tibios y mediocres.
No son los únicos paralelos entre “Mi lucha” y cierto discurso peronista: hasta el clásico desdén de Perón por la ineficacia de las comisiones ya había sido enseñado allí por Hitler, que las contrapone a la responsabilidad absoluta del líder.
Feinmann se ha cansado en otras ocasiones de repetir otra obviedad: no se puede acusar a Perón de nazi simplemente porque trajo a centenares de nazis a la Argentina, tras la caída de Hitler. No lo fueron, porque no fueron racistas, un rasgo fundamental en la ideología nazi.
Nada más que la exaltación del fanatismo también fue una particularidad nazi y no precisamente accidental. Exaltación del fanatismo exacerbada en “Mi lucha”, libro que comenzara a justificar el asesinato de millones de judíos, y que, no es nada aventurado imaginarlo, muchos nazis portaban bajo el brazo cuando desembarcaron en Buenos Aires a partir de 1945.
¿Escribió Evita “Mi mensaje”? No tiene mucho sentido establecerlo, como tampoco dirimir si la cara de Roca o Evita en un billete de 100 pesos. Pero no es descabellado pensar que quienes la rodeaban en su agonía le acercaron algunas ideas que descendieron de los barcos y no tan originales como quiere pasarlas Feinmann. ¿No había pasado algo similar con “La razón de mi vida”?
Lo significativo en este caso es que un filósofo que pasa por progresista termine rescatando de “Mi mensaje”, lo que más se parece a “Mi lucha”. Que un pensador que en el canal Encuentro acostumbra apenarse de la época macabra del nazismo termine adhiriendo al fanatismo casi en los mismos términos que Hitler.
Lo significativo es también que ese filósofo abunde en alusiones a lo “definitivo” y a lo “absoluto” en la política. Que adhiera sin más a un fanatismo político del pueblo inspirado en Dios. Fanatismo exaltado sin el que no hubieran sido posibles los campos de concentración. Y que ese filósofo acepte que los fanáticos –no él, por cierto- mueran por una causa, en el mismo artículo donde –el colmo de la chantada o el cinismo-, se lamenta por la violencia política en la Argentina.
Y lo cómico –o lo tremendo, no lo sé- es que tal filósofo sueñe, acaso pueda, cumplir en 2012 el mismo papel, hace sesenta años, de aquellos escribidores de los textos de Eva Perón. Porque si se sabe el intérprete del mensaje de Eva Perón, ¿qué le impide soñarse como quien revela el sentido del discurso de Cristina?
- Andrés Gauffin
Periodista