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Olvidos que no son casuales

Miguel Herrera Figueroa
Miguel Herrera Figueroa
Una Salta donde se valoraban más la contemplación, el disfrute y las emociones fue, y en parte lo es, terreno poco propicio para desplegar el pensamiento crítico y creativo. Hasta los años de 1950, el ingreso a la categoría de escritor en Salta, estaba reservada a los poetas. En la década siguiente, fueron admitidos los prosistas, aunque no sin resistencias. En años recientes, se permitió el acceso a los que cultivaban otros géneros, aunque excluyendo a pensadores y científicos.


En el caso del doctor Miguel Herrera Figueroa, a la aplicación de ese arbitrario derecho de admisión por su condición de filósofo del derecho, se añade ese delito “de lesa salteñidad” en el que incurren aquellos salteños nacidos en Salta, pero que tuvieron que emigrar por razones personales o profesionales. Ese tipo de salteños resulta inclasificable. No sólo para los habitantes de la república de las letras locales sino para quienes clasifican libros en las bibliotecas.

Hasta poco, en la sección de autores salteños de nuestra Biblioteca Provincial los veinte libros que publicó Herrera Figueroa, no figuraban en esa sala. Tampoco estaban obras de José Edmundo Clemente, de Oscar V. Oñativia y había unas pocas de Augusto Raúl Cortazar, salteños contemporáneos suyo. En algunos de los inventarios de escritores de Salta, estos olvidos no son casuales. Algo paradójico: Herrera Figueroa recordó siempre que su madre, de niño, lo llevaba a la Biblioteca Victorino de la Plaza.

En 1987, después de una larga conversación con Herrera Figueroa, me pregunté si Salta era tierra poco fértil para producir pensadores críticos y creativos. A lo que ahora añado, por qué no se dio aquí ese excepcional tipo de hombres, que son los que piensan y actúan, y actúan construyendo. Tucumán produjo a Juan B. Terán, Alberto Rougés, Carlos Cossio o Benjamín Aybar. Santiago del Estero, a Ricardo Rojas, Orestos Di Lullio y Canal Feijóo. La Rioja a Joaquín V. González.

Aunque sin esa abundancia de frutos, Salta dio pensadores, aunque los escuchó poco, los entendió y valoró menos y los condenó al olvido. La frondosidad de la Salta de la contemplación, ocultó a la del pensamiento y la del hacer reflexivo. Ese desconocimiento de Herrera Figueroa no puede poner como pretexto una supuesta débil vinculación de este pensador con Salta, donde nació el 17 de junio de 1913. Si por parte de su madre, Delia Figueroa, acredita raíces y seis generaciones de salteños, por la de su padre, Miguel de los Santos Herrera, tiene un parecido arraigo santiagueño.

Herrera Figueroa murió en Buenos Aires, el mediodía del 1º de enero 1999 cuando tenía 85 años de los cuales más de sesenta había consagrado al Derecho y treinta y cinco la creación y conducción académica de la Universidad Argentina John F. Kennedy, que en estos días cumple medio siglo de vida como una de las universidades privadas que fue, hasta el año 2007, una de las más importantes del país.

Pensador, docente, magistrado judicial, autor de libros de filosofía, sociología y psicología del Derecho, Herrera Figueroa murió sentado en su sillón leyendo. Meses antes, visitó Salta visitando a su familia y reuniéndose con amigos como Raúl Aráoz Anzoátegui, Oscar Luis Colmenares y Patricio Colombo Murúa, sintiendo la ausencia de Oscar V. Oñativia muerto en enero de 1995.

Aunque dejó Salta siendo joven, siempre reconoció su deuda con ella. “Las primeras vivencias actúan poderosamente en este recorrido que está entrañablemente ligado a la tierra de mis padres, de mis antepasados. Puedo mencionar a grandes maestros que han modelado mi pensamiento, pero más que ellos han sido mis padres, mi mujer y mis hijos los que más han contribuido a fortalecer mi vocación”, señaló.

Herrera Figueroa fue un caso de hombre hecho a sí mismo. Su biografía dice que se graduó de abogado en la UBA en 1942 y de Doctor en Jurisprudencia en 1951. Pero lo que no dice es que mientras estudió tuvo un pesado trabajo nocturno con el que costeó su carrera. Concluida su carrera se instaló en Tucumán donde fue profesor de Filosofía del Derecho. En 1952 publicó su primer libro “Estimativa jurídica del materialismo histórico”, al que siguieron “En torno a la filosofía de los valores” (1954), “Justicia y sentido” (1955), “Sociología y Derecho” (1955) y “Psicología y criminología” (1956).

En los años ’40, Tucumán fue uno de los focos intelectuales más potentes del país. Por las cátedras pasaron Claudio Sánchez Albornoz, María Rosa Lida, el jurista Werner Goldschmidt, Silvio Frondizi, Manuel García Morente, Rodolfo Mondolfo, Manuel Gonzalo Casas, Diego Pró y Risieri Frondizi, además de artistas como Lino Spilimbergo. En los años ’50, Herrera Figueroa fue uno de los directores de la revista libro “Norte”, cuya calidad era comparable con “Sustancia” que en los años ’40 dirigió Coviello.

“En esos años aprendí a hacer universidades. En Tucumán, junto a talentos como Renato Treves -a quien sucedí en su cátedra de Filosofía del Derecho, estaban Roger Labrousse,y Descole.Había profesores de países europeos que llegaron huyendo del fascismo. Descole tenía una idea regional de la universidad. Yo promoví la expropiación de las tierras para ese proyecto de ciudad universitaria de Horco Molle en las cumbres del Aconquija”.

En esa etapa, Herrera Figueroa fue Secretario Federal, Fiscal Federal y Juez Federal Interino, actividades que no lo alejaron de su interés y su participación en la cultura no sólo de Tucumán sino del Noroeste argentino. En 1946 vino a Salta a impulsar la realización del Primer Congreso Regional de Planificación del NOA. Lo hizo como colaborador directo de Bernardo Canal Feijóo. La idea del Noroeste como región provocaba en Salta ciertas reticencias localistas.

Frente a eso, Herrera Figueroa tuvo en claro que el NOA era un todo como región, pero que esa totalidad no borraba los rasgos propios de cada una de las provincias que la integraban. Pero el NOA no podía nutrirse de esas partes aisladas, sino integradas. Sin una visión y una acción regional, cada una de las provincias no podría resolver los desafíos que tenían por delante, dijo. Ese enfoque no se debía limitarse a lo económico: debía incluir lo cultural y lo social.

La planificación que se planteaba no era lo contrario de la libertad sino de la improvisación y la falta de rigor.

En 1953, Herrera Figueroa organizó el Primer Congreso Nacional de Psicología que reunió en Tucumán a algunos de los psicólogos más importantes de esos años. Participó como expositor del Congreso Nacional de Filosofía, que inauguró Perón con su discurso sobre la Comunidad Organizada. Fue fundador y vicepresidente de la Sociedad de Sociología y además de sus libros, entre 1956 y 1987, fue una de los juristas colaboradores de la “Enciclopedia Jurídica Omeba”, obra de 28 volúmenes.

Entre 1974 y 1976 fue Juez de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial. El único antecedente que no registra en su larga carrera es el de abogado litigante. Fue amigo personal de Arturo Frondizi, cuyo nombre puso al auditorio de la Universidad Kennedy, creada al amparo de la Ley de Enseñanza Libre que promulgó Frondizi como presidente de la República.

“Luché contra el individualismo y el egoísmo. En ese batallar conté con la inspiración del existencialismo y del personalismo, de Jaspers, Heidegger, Husserl, Hartmann, Marcel, Buber, Max Scheler, Gilson, Erich Fromm, compañía privilegiada e insustituible de este viaje intelectual”.

Con su crítica al dualismo, a la estrecha mirada de lo blanco o lo negro, cuestionó las simplificaciones y los dogmas propios del totalitarismo. Más que liberal, gustaba definirse como libertario. “Sin libertad nada se crea. No es liberal sino un hombre libre que quiere que todos sean de su condición. No se es liberal si no se está al servicio de la libertad”

“Si pudiera disponer de otra vida quizá terminaría repitiendo la trayectoria libertarista y profundamente existencial que viví. Quizá terminaría más amigo de Hegel y de Kant, pero en el fondo respetando siempre las claras fuentes de la tradición y el pensamiento cristiano”, dice. En las puertas de la vieja biblioteca pública salteña, de niño, imaginaba que debía pensar y hacer. A los años es un acabado hacedor de ideas y universidades.

  • Gregorio Caro Figueroa

    gregoriocaro@hotmail.com

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