Los resultados electorales del pasado 11 de Agosto más allá de las bravuconadas de uno y otro sector que en general se han considerado cada uno por su propia cuenta como ganadores, demuestra con claridad meridiana la cruel realidad de un País que todavía tiene que parir su real independencia.
Un país que mal que nos pese, todavía no ha realizado su revolución para lograr que sean los ciudadanos que lo componen los que dirijan sus destinos, que hasta la fecha son manejados por los grupos concentrados de la economía capitalista y la política internacional de los imperios dominantes, agiornados en la agenda mediática montada por ambos en conjunto para defender intereses que les son comunes.
La brutal embestida de los multimedios que responden a la clase económica dominante ha terminado por horadar con crudeza y objetividad la imagen del oficialismo, que gira casi en su totalidad alrededor de la figura y los humores de la Presidenta. Este es un error estratégico casi inentendible que se agudizará más todavía cuando llegue el momento de la sucesión, porque han puesto a la Primera Mandataria de la Nación en la lente de los caza defectos para que la tilden de bipolar o desequilibrada, llegando a colocarla como protagonista de un comic imaginario teniendo un orgasmo en primer plano. Cada alocución de Cristina Fernández es analizada, ironizada, despedazada y finalmente ridiculizada por los portavoces, y la innecesaria exposición pública que Ella misma realiza en cadena nacional casi a diario favorece el operativo.
Así entonces, la sola mención al triunfo del oficialismo en la Antártida –por citar un ejemplo- genera una catarata de infundios y descalificativos. Desde los canales oficialistas confesos o no, retrucan a los opositores con los mismos métodos, desatando una parodia de guerra mediática que sencillamente resulta cansadora.
A la población que asiste inevitablemente a este espectáculo, el panorama le resulta ciertamente cada vez más aburrido. Porque no se trata de una contienda entre buenos y malos –cualquiera sea el sector donde se mire- sino de una disputa de predadores del mismo mundo capitalista que se pelean por la caja. No hay libertarios y esclavistas; son burgueses defensores del mismo sistema económico imperante, unos con matices progresistas y otros confesamente liberales.
El supuesto ganador y hoy figura mimada por los medios periodísticos hegemónicos que los quieren elevar a presidenciable, el intendente de Tigre Sergio Massa, prometió en vísperas de las PASO ante un nutrido grupo de empresarios que tomará deuda externa porque está barata; que volverá al sistema de AFJP; que dará seguridad jurídica a los inversores –léase seguridad en la rentabilidad-, que desregulará a favor de los grupos privados; que hay que elegir nuevos socios en el mundo, en clara alusión a los acuerdos latinoamericanos.
También aseguró, que pondrá metas fiscales y monetarias, en clara alusión a reducir la emisión y restringir el circulante para bajar la inflación –léase enfriar el mercado interno de consumo-, y devolver privilegios a la oligarquía vacuna bonaerense nucleada en la Sociedad Rural. En este panorama, resultó lógico que recibiera el aplauso fervoroso de los panzones que pagaron los $ 800.- para la fastuosa cena en el Alvear Palace Hotel. Un lugar para gente como uno.
Lo que no resulta lógico, es que el ciudadano que no forma parte de esa elite, y que nunca entrará siquiera al lujoso hotel ni para ir al baño, y que será el que reciba de manera directa el impacto demoledor de esas medidas harto conocidas por todos los Argentinos, adhiera a semejantes postulados liberales que no tienen nada que envidiarle a los procesos nefastos de la entrega nacional en los años noventa.
La clase media que consume minuto a minuto los postulados de la supuesta prensa independiente, termina por asimilarse al discurso de los dominadores, sin advertir que la llamada guerra de cuarta generación –mediática- que han puesto esos intereses a rodar, les está jugando en contra, al punto que lo han convencido de votar a quien nunca los representará, y que les ha anticipado que adoptará las mismas medidas que llevara adelante el tristemente recordado menemismo.
Desde su propia contradicción, la Presidenta pretende ningunearlos y afirma que Ella hablará solamente con los titulares y no con los suplentes, y entre los elegidos nombra la UIA (Unión Industrial Argentina), el mismo grupo al que le regalara a finales del año pasado la reforma a la ley de riesgos del trabajo (ART), que importa un millonario negocio en desmedro precisamente de los trabajadores dependientes. Entre esos titulares está la Barrick Gold, la Panamerican Energy, Chevron, Monsanto, y la lista sigue. Todos grupos multinacionales que hoy acuerdan con Ella pero que en defensa de sus intereses no tendrían ningún reparo en hacerlo con Massa, si este llegara a la presidencia. Como dijimos, todos defienden el mismo sistema y la pelea es por el bastón, no por la revolución.
En este panorama gemelo de disputa de un mismo sector segmentado en el viejo y conocido bipartidismo argentino –matizado con algunas alianzas esporádicas endebles como UNEN- la megaminería, la contaminación con fragmentación en Vaca Muerta, las groseras y secretas concesiones pesqueras en la Patagonia, la eximición de gravámenes a la renta financiera, la distribución invertida del ingreso, la participación obrera en las ganancias, la paritarias con techo, el desamparo de la nueva ley de accidente de trabajo, y todos los demás asuntos estructurales que hacen a la vida o muerte de los trabajadores argentinos, ni se discute.
Desde otro punto de vista, el FIT (Frente de Izquierda y de los Trabajadores) que logró reunir casi un millón de votos en todo el País, trata esta endemia frontalmente, y de manera tajante llama a combatirla. Los millones de integrantes del medio pelo argentino que Don Arturo Jauretche definiera magistralmente, miran con recelo estos sectores convencidos de que ellos están más cerca de los De Mendiguren y los Roca. De la gente como uno del Alvear Palace.
Y en esa errática indecisión de creerse lo que no es, este sector individualista de clase media y de convicciones imprecisas, sigue cambiando votos por simpatías mediáticas entre los mismos actores del mismo tren de la continuidad, que responden invariablemente -todos ellos- a los dueños de la economía de concentración. Siempre sin advertir que en ese desvarío periódico y sin animarse a salir de la trampa se sigue postergando la posibilidad de alentar un camino más concreto y posible de cambio real.
Cada vez que la tibieza electoral reedite esta alternancia, el único resultado posible de las futuras elecciones será una mera opción de contentarnos con salir del fuego para caer en las brasas.
- Daniel Tort
tdaniel@arnet.com.ar