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La causa de la desaparición hace 13 años de María Cash tomó un nuevo impulso a partir del análisis de los testimonios falsos y contradictorios del camionero detenido Héctor Romero, a quien la Justicia lo imputó por el homicidio calificado con alevosía.

“Se sabía que los detenidos no aparecían más”

Juicio_lesa_humanidad-2.jpgUn testigo aseguró ayer que en marzo de 1976 logró salvar a su hermano gracias a que conocía al mayor Juan Carlos Grande y éste ordenó liberar al detenido. Dijo que con su madre, Carmen Rosa Vásquez, estaban muy preocupados al saber que su hermano estaba en la Central de Policía porque había rumores de que los detenidos “no aparecían”.


Héctor Alfredo Mamaní fue el primero en declarar ayer ante el Tribunal Oral en lo Federal Criminal de Salta, que juzga a veinte hombres acusados por delitos de lesa humanidad cometidos en perjuicio de 34 personas en el marco del terrorismo de Estado. En 1974 y 1975 Mamaní cumplió el servicio militar en el Destacamento de Exploración de Caballería Blindada 141, con asiento en Salta.

Según contó, junto a otros cinco soldados, estuvo a cargo de la custodia del mayor Juan Carlos Grande, quien en 1975 participó del Operativo Independencia en Tucumán y luego fue subjefe (designado por decreto 2201, el 17 de septiembre de 1976, según consta en el libro Tropiezos de la Memoria, del abogado David Leiva) y jefe de la Policía de Salta (designado por decreto 3878, del 28 de diciembre de 1976).

Mamaní aseguró que gracias a que conocía a Grande pudo recuperar a su hermano, Ernesto Luis Mamaní, quien había sido detenido cerca de la medianoche del miércoles 24 de marzo de 1976, liberado al mediodía del 25 y nuevamente detenido esa misma tarde, cuando estaba en su trabajo, en la empresa Coca Cola.

Ernesto Mamaní contó que fue detenido porque todavía conservaba un boleto del denominado Tren de la Liberación, que en 1973 llevó a manifestantes que iban a esperar el general Domingo Perón en Ezeiza.

Eso pasaje bastó para que los policías lo calificaran de “extremista, subversivo”, como lo presentaron en Infantería, en la Central de Policía, donde debió permanecer mirando hacia la pared, de pie, hasta las 7 de la mañana del 25 de marzo, la hora en que llegó el oficial Nieva, de Contralor General, quien le tomó una declaración y lo dejó encerrado en una celda “chiquita” hasta que a alrededor de las 13 lo liberaron.

“De acá no voy a salir vivo”

Esa misma tarde, alrededor de las 18, Mamaní fue detenido nuevamente. Nieva lo acusó de haberle mentido y bajo amenazas, le exigió que contara la verdad. Como Mamaní reiteraba su relato, lo golpeó en los oídos con las manos abiertas. Luego lo hizo quedar en pantalón y la camisa abierta y lo llevó a otra celda donde tuvo que ponerse contra la pared, con los brazos y piernas abiertos y en puntas de pie. El primer golpe lo tomó desprevenido y cayó: “Qué hago, pensé, parece que no voy a salir vivo de acá”. Se paró solo para recibir más golpes en medio de insultos y amenazas: “No vas a salir vivo de acá, te voy a picanear”.

En eso entró otro policía, Mario Reinaldo Pachao, al que conocía porque jugaba en el equipo del Club Centro Policial, que ese año participaba por primera vez de la primera división. Pachao se ubicó del otro lado y ambos policías lo sometieron a una nueva tanda de golpes. Cuando caía, le decían que se parara porque si no lo iban a matar a golpes en el piso. Hasta que Mamaní se sintió vencido: “Mátenme si quieren matarme (…) Firmo lo que quieran, pero, por favor, denme agua; les pido por favor, denme agua”.

Entonces lo sacaron y lo obligaron a quedar de cuclillas en puntas de pie. Más tarde dos policías lo llevaron a una celda donde solo podía estar de pie o sentado; afuera dejaron un balde de agua con la advertencia de que se la iban a arrojar encima si se dormía. Por la noche, uno de los policías le acercó un cartón: “Tratá de dormir algo”, le recomendó. Pero Mamaní se sentía ya “desahuciado”.

A las 3 o 4 de la madrugada escuchó “los alaridos de un hombre. No quise preguntar nada. Un policía me dice: ‘Escuchá, a ese lo están picaneando, Dios quiera que a vos no te hagan lo mismo porque no vas a aguantar’”. Al rato vio que dos policías llevaban a un preso, “no sé si estaba muerto, vivo, con el torso desnudo. ‘Mirá, ese es el que estaban picaneando’, me dice el policía”.

Al día siguiente Nieva le propuso que ubicara a Rosa Gutiérrez, que en 1973, siendo su novia, lo había acompañado a Ezeiza. A las 15 más o menos lo sacaron en una camioneta, entonces pudo ver su madre y a Héctor, y trató en vano de avisarles que iban a buscar a Rosa, a quien finalmente no encontraron, por lo que Nieva le advirtió que iba a seguir detenido, “no vas a salir de acá”, le repitió.

Pero la salida había sido la señal para que su hermano se animara a reclamarlo ante la Policía. Consiguió que el policía Víctor Zuppa, conocido del barrio y del trabajo en Ferrocarriles, le hiciera llegar a Grande su pedido para que lo atendiera: el militar lo recordaba y ordenó la inmediata libertad de Ernesto.

Héctor contó el miércoles 11 de julio que con su madre estaban muy preocupados “porque corría el rumor de que los detenidos así no aparecían. Más que (Ernesto) no estaba registrado en ningún lugar”. Recién cuando lo iban a liberar lo registraron como ingresado por averiguación de antecedentes, y le otorgaron la libertad inmediatamente.

La madre de ambos completó el relato: confirmó que después de preguntar en seccionales policiales y en la propia Central y recibir negativas acerca de la presencia de su hijo en una dependencia policial, se convenció de que estaba en la Central y decidió no apartarse porque temía lo peor: “Era muy peligroso eso”, aseguró, y completó la idea ante una pregunta del fiscal Ricardo Toranzos: era muy peligroso “porque se sabía lo que era eso: los llevaban y desaparecían los chicos”.

Otro policía sin memoria

El fiscal federal Ricardo Toranzos pidió ayer que el sargento primero retirado Víctor Francisco Zuppa sea investigado por falso testimonio. El Tribunal decidió enviar las actuaciones al fiscal federal de turno.
Zuppa no solo negó haber hablado con Héctor Mamaní en la Central de Policía, sino que tampoco recordó el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y sostuvo que ese día no hubo ningún movimiento especial en la Central de Policía, a pesar de que ya está probado que el 24 hubo un ajetreo excepcional y que la Jefatura fue el lugar donde se amontonaron los detenidos antes de derivarlos a otros centros de detención.

El policía insistió en que él se desempeñaba en la Secretaría General y que no se enteraba de lo que pasaba en las dependencias vecinas. Y aseguró que “nunca” vio los calabozos en la Central.

  • Informe: Elena Corvalán

    Periodista

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