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Tarifazos, cuotas de sadismo e imprudencia

La situación que atraviesa el pueblo argentino es angustiante y nada nuevo se descubre al decirlo; nada, conocidos los recientes índices del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina de más del 33% de pobreza y en aumento.


Hasta los números del INDEC que revelan que la actividad industrial se retrajo en 13, 3 % interanual en noviembre y la construcción se desplomó un 15,9 % en igual periodo.

Lo distintivo aquí es otra cosa: no hubo gobierno constitucional -y me temo que no hubo gobierno- que haya empobrecido tanto a la mayoría de los habitantes de la Nación en beneficio del poder concentrado de ciertos grupos oligárquicos y financieros afines al Ejecutivo.

En ese sentido si hay algo que no puede achacarse a la Casa Rosada es que haya hecho excepciones con sus votantes, porque la clase media viene siendo la que más golpes recibe con la carestía de la vida representada por una inflación de más de 47 por ciento en el 2018, las jubilaciones y pensiones a la baja debido al nuevo cálculo de ajuste previsional aprobado en diciembre de 2017 por un oficialismo que convirtió al Congreso en una escribanía de usureros; los impuestos al salario, al ahorro, a los alquileres, a la venta y compra de propiedades y hasta por respirar si uno se descuida.

“La carga impositiva en 2019 será la más alta en sesenta años” , anuncia en su edición del 5 de enero La Nación, insospechada de opositora. Aparte de ser elemento necesario de este plan de ajuste salvaje el desempleo, verificado en los despidos en la Administración Pública y los entes estatales, tal el caso de los trabajadores de Télam y ni qué hablar de las más de 120.000 pérdidas de trabajo privado durante el 2018 con la paralización de la obra pública y la quiebra de las PYMES.

Con una cuota de sadismo e imprudencia que pudo costarle caro al gobierno habida cuenta del antecedentes del 2001, los tarifazos para 2019 se anunciaron a fin de año, en víspera del día de inocentes y del viaje a Punta del Este del ministro Dietrich, que en función de verdugo y a la vez de autor del género de terror que deja chicos a Mary Shelley y a Stefhen King, dio cuenta de las subas del trasporte público, todo en una macabra tomada de pelo a asalariados y jubilados que mal podrán pagar 21 pesos en Buenos Aires por cada viaje en subterráneo en los meses venideros y 18 los que lo hagan en colectivo.

Pero contra la resignación cabe pensar que no hay mal que por bien no venga y por esa línea, cuanto peor, mejor.

Claro que razonar así conduce necesariamente a preguntarse sobre cuál será la gota que rebalse el vaso. “Mira, Sancho, lo que hablas, porque tanto va el cantarillo a la fuente…, y no te digo más” , reprendía Don Quijote a su escudero. Y más cerca y con menos sugerencia fue el mismísimo Juan Perón quien habló del tronar de los escarmientos cuando los pueblos agotan su paciencia.

Como la realidad está constituida por cabos sueltos que Dios vincula y a los humanos les es dado imaginar –e ilusionar- que no son azarosos para no sentirse perdidos en el caos, fue el 24 de diciembre al sumarse la noticia de la muerte de Osvaldo Bayer a la desilusión -en mi caso- frente la anestesia general de la sociedad que contra todo pronóstico no protestó en forma masiva reviviendo gloriosas gestas decembrinas, cuando me asaltó de inmediato el recuerdo de “La Chispa”, aquel periódico quincenal fundado por Osvaldo en Esquel y aparecido entre diciembre de 1958 y abril de 1959 para denunciar a los latifundistas y defender los derechos de los pueblos originarios en momentos en que nadie mencionaba el tema.

Resultó ser un oportuno recuerdo que me reanimó el ánimo, una prueba que como el Cid Campeador, el autor de “Di Giovanni el idealista de la violencia” sigue ganando batallas después de muerto. Y eso porque en las circunstancias actuales será otra chispa menos pensada, la que más temprano que tarde generará acontecimientos cívicos purificadores.

Hasta tanto seguirán las interpretaciones sobre porqué esta vocación de tantos a ser conducidos al matadero sin chistar. ¿Abulia? ¿Descreimiento en otras opciones políticas? ¿Influencia como nunca antes de los medios oficialistas en las decisiones colectivas o dicho mejor en la falta de ellas? Sin duda será una sumatoria de todo lo dicho con más el condimento del odio de clase de los sectores del medio pelo, prejuicio más fuerte que la contrariedad ante la notoria rebaja en su calidad de vida.

A esto cabe sumar las malas artes de una dirigencia sindical traidora y desmovilizadora; reticente durante estos tres años de desquicio hasta a decretar esos famosos y tristes paros domingueros de los que no se salvó ningún gobierno anterior y por de pronto se abusó en tiempos del presidente Alfonsín. ¿Por qué no reacciona la clase media que nunca lo hace por ideales sino al sentir tocado el bolsillo? ¿Por qué si no hubo administración más depredadora que la actual?

En tiempos de Menem el voto cuota demostró falta de solidaridad con los excluidos –que eran menos que hoy- y naturalmente carencia de patriotismo cuando se celebraba en los aquelarres de Olivos, entre pizzas y champanes, las relaciones carnales con los Estados Unidos de América. Pero entonces, quienes no habían salido del sistema accedían efectivamente al pago en cuotas sin interés para consumir a lo loco bienes o servicios como viajes a Miami para ejercitar el “déme dos”.

Con eso llenaban las pequeñas burguesías sus expectativas económicas, único sentido de sus existencias. Y tampoco había inflación por los pases mágicos del uno a uno cavallista, hasta estallar todo por los aires. Sucede que la previsión es un elemento de la prudencia y el ejercicio de esa virtud corresponde según Platón a los gobernantes, con lo cual no cabe exigir prudencia y menos grandeza de alma a las clases medias que aprovecharon la coyuntura sin prevenciones de futuro ni conmiseración por las víctimas de las reformas del Estado del menemismo.

Con Macri la cosa es bien diferente, a la larga primavera consumista de los años noventa se le contrapone la caída del consumo y en suma el detrimento de la calidad de vida de la población. Y sin embargo no pasa nada. O nada más que el crecimiento de la deuda externa, de la interna lacerante y del riesgo país. No hay duda que el relato de la prensa canalla tiene efecto.

Basta una muestra: no hay columnista ni panelista televisivo que defienda a Franco Macri, para mi gusto con sus más y sus menos o sus menos menos, más inteligente, industrialista y emprendedor que su descendencia.

Pero vale emplear públicamente su figura de “padrino”, algo así como de válvula de escape para dispersar los rumores de corrupción oficial en una suerte de términos dialécticos familiares antitéticos.

Una oportuna paráfrasis del cuento del policía malo y el policía bueno. De modo que puede aceptarse sin chistar que Franco hizo su fortuna -o parte de ella- de manera “non sancta”, pero eso no salpica a su hijo hoy en el poder y ayer a cargo de las empresas paternas. Si de ética habla tanto la diputada Elisa Carrió, no sabe o no quiere saber que nadie debe beneficiarse del dinero mal habido y que en caso de ser así, Mauricio no sería una pobre víctima sino un cómplice.

Vuelvo a pensar en Bayer –con el que una sola vez hablé por teléfono- y en su periódico de nombre La Chispa, esperando que desde el Paraíso en que no creía y al que habrá accedido por aquello de que son bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, nos de una mano y nos ayude a encenderla aquí y ahora.

Tal vez ya lo está inspirando dado que desde los primeros días de enero suenan las cacerolas y al golpearlas: ¡saltan chispas!

Carlos María Romero Sosa, abogado y escritor

camaroso2002@yahoo.com.ar

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