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Un poeta venido de Fortaleza

Luciano_Maia-Libro.jpgLeí en alguna oportunidad que el novelista brasileño, periodista combativo al punto de sufrir cárcel durante el gobierno de Getulio Vargas y visionario editor, José Renato Monteiro Lobato -que fuera biografiado por la argentina Haydée Jofre Barroso tiempo atrás-, afirmó haber sido escritor cuando no sabía que lo era, hasta que mató esa condición el hecho de convertirse en hombre de letras.


De tamaña y frustrante dicotomía que también preocupó a nuestro Homero Manzi, quien optó sin dudarlo por hacer letras para los hombres antes de hacerse hombre de letras, viene saliendo airoso desde la primera y ya lejana entrega, “Um canto tempestado” (1982), Luciano Maia (1949), poeta de Fortaleza, la histórica ciudad situada al nordeste de Brasil.

Lo venía advirtiendo yo desde la lectura de aquel libro inaugural y de los varios que le siguieron. Y lo confirmo ahora que disfruté por unos días de su trato amistoso; que realmente corresponde al de alguien fuera de serie, con mucho para contar, algo siempre más sugerente que el trivial decir o en el mejor de los casos el anecdotario de los hablantes sociales.

Será por eso que no bien entramos en conversación quedé subyugado ante su cordialidad, su informalidad antiacadémica y su palabra profunda, dada a hilvanar ideas claras y distintas y hacerlo –con el plus de hablar aquí en perfecto castellano- sin retórica. No hay divismo en el personaje capaz de mantenerse con la boina puesta en el estrado durante la presentación del último libro suyo, “Claroscuro” (2001), en un aula de la Universidad Católica Argentina durante su reciente visita a Buenos Aires.

Fue el profesor Raúl Lavalle, consumado latinista y sagaz rapdomante de figuras literarias, previo a que resuenen sus nombres en los medios nacionales, el feliz encargado de introducirlo en el mundo cultural argentino. Primero, en 2001, al traducir al castellano “Jaguaribe memoria de las aguas” y ahora al prologar con un esclarecedor estudio crítico “Claroscuro”.

Como yo no tengo el don de lenguas de mi amigo Lavalle, debo leer con lentitud el portugués de Maia para captar -o intentarlo al menos- las sutilezas del lirismo de este miembro de la Generación del 60 del país vecino; la de los adolescentes en 1964 cuando el advenimiento de la dictadura y cronológicamente la de Chico Buarque de Hollanda. Por lo visto una cofradía más próxima en cuanto a ciertas notas neorrománticas que advierto en “Claroscuro” y en anteriores poemarios suyos, a nuestra Generación del 40 en líneas generales introspectiva, ello de tomar la poética de Maia, por momentos barroca, como cabal representación de las inquietudes de aquel grupo poético de su patria influenciado tanto por Carlos Drummond de Andrade cuanto por Pablo Neruda.

Romero Sosa y Luciano Maia
Romero Sosa y Luciano Maia
Luciano Maia, abogado, docente universitario de filología, cónsul honorario de Rumania en Fortaleza y traductor del poeta romántico rumano Mihai Eminescu y de otros creadores significativos de esa nación latina -la antigua Dacia romana- enclavada en el oriente de Europa, es un políglota con vastos conocimientos de las lenguas romances y de sus respectivas literaturas. En cuanto a la de la Argentina es de igual modo todo un experto capaz de diferenciar al vanguardista César Fernández Moreno de su progenitor el “sencillista” Baldomero.

Nada extraño resulta entonces que en una composición adornada con referencias mitológicas, “Ode ao cavalo marinho”, mencione a Alfonsina Storni, siendo evidente que lo hace a partir de conocer la letra de Félix Luna musicalizada por Ariel Ramírez de la zamba “Alfonsina y el mar”. Por lo demás en “Tango” –otro poema de la colección- trasciende el tentador color local para hablar de “almas em queixume” con una intuitiva captación de la metafísica porteña de cuño discepoliano y aun scalabriniano.

Hojeo el libro autografiado por Luciano, cuyos colores vivos de tapa y contratapa remiten a la porción luminosa del claroscuro del título. Y –entiendo- que apenas del contenido de la obra, en general transitada por un ambiente de “saudade”, ya que esa categoría de nostalgia inspira varios poemas sobre tiempos y espacios perdidos y renacidos en la memoria empecinada en datar con exactitud: “Mil novecientos e cinquenta e nove:/ Este ano me convida a regressar” (Poema em regresso). O bien: “Explico: era 1957 e aquela ciudade/ era ainda pequena e ingénua” (Era una vez…). O bien: “Sexta-feira, 13 de agosto de 1929./ Uma Venus sertaneja/ se despede do noivo/ e se retira ao seu aposento.” (Ode a lua cris)

Hay allí más tono sepia de viejas y entrañables fotografías familiares que plena luz, donde “no somos ni una sombra”, según el aforismo de Antonio Porchia. Hasta las referencias a paisajes marinos con náufragos incluidos, tampoco brillan con reflejos que enceguecen y en cambio marcan estelas de vagar “por tempos perdidos/ na cor do vento das eras” (Fado marítimo).

Tras esos rastros anda Maia, que tiene el buen gusto de no filosofar racionalista sobre el devenir, por ejemplo en “Heraclitiana”, sino de transmitir con sinceridad adornada con plásticas imágenes pero nunca enmascarada por recursos literarios, cómo y cuánto sufre lo inexorable de su misterio: “Que terá feito mudar/ assim a vida das rosas/ e a minha propia existencia?”.

Lo sabe bien, hay un límite para mirar atrás. Una línea difusa y filosa a la vez tendida entre el arrebujar el espíritu en la tibieza del ayer y el enclaustrarse, en orfandad de proyectos, en la melancolía por lo que fue; la misma línea que –sin duda- dictó al heterónomo de Fernando Pessoa, Alberto Caeiro, una invocación para salvarse del bíblico castigo reservado a Edith, la mujer Lot: “pasa pájaro y enséñame a pasar.”

  • Carlos María Romero Sosa

    Poeta y crítico literario.

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