Aplaudimos la lucha de Nelson Mandela que terminó con un régimen que había conseguido discriminar la población sudafricana en guetos, pero en la Argentina ahora estamos ensayando un nuevo paso de cangrejo. Hasta donde uno ha podido enterarse, si el ahora viejo líder hubiera clamado en sus más combativos años a favor de un trato “diferente” hacia los negros y a los mestizos, tal vez no hubiera tenido que pasar 18 años en la cárcel. Pero no, tuvo la osadía de pensar que los negros tenían los mismos derechos que los blancos. Quienes se consideraban blancos no podían tolerarlo. Pero en esta parte del planeta estamos dando vuelta entera el concepto de discriminación. En la Corte de Justicia de Salta, entre los asesores del gobierno nacional o provincial, entre columnistas de matutinos independientes y no tanto, se elevan las voces que claman por un trato diferente hacia los aborígenes.
“Desde mi punto de vista –escribió la abogada Teodora Zamudio en El Tribuno– cada pueblo tiene el derecho de regular su conducta de acuerdo a sus usos y costumbres, igual que nosotros. Y no se trata de un desmembramiento de la soberanía nacional sino de pluralismo”.
Está en claro que para Zamudio los pueblos tienen derecho, pero no los individuos de carne y hueso. La niña de doce años con la que mantuvo relaciones sexuales su padrastro no tiene derechos. Los tiene su cultura, en la que está encerrada como una caja. Para determinar si alguien le ha perjudicado, le ha hecho un daño, tendríamos que entender su cultura. Esta es la que tiene la primacía, no la niña.
“Igual que nosotros”, dice Zamudio. Perdón por mi ignorancia ¿Quién es ese colectivo al que ella dice pertenecer? De todos modos, se ha hecho una costumbre entre nuestros funcionarios aprovechar el puesto para enriquecerse. No sólo hay bolsas con dinero en los baños privados del ministerio de Economía. ¿Bastará que sea un uso y costumbre bien argentino para que sea convertido en ley?
Tendrán los wichi, según Zamudio, que tener “sus” leyes propias, pero para ser coherentes, también sus propias escuelas. Los criollos también tendrán sus escuelas aparte, lo mismo que los descendientes de inmigrantes. Pero tal vez haya que ser, en este punto, algo más discriminadores. Tendría que haber escuelas de descendientes de italianos, de descendientes de bolivianos y descendientes de españoles.
¡No! Habría que diferenciar mejor: El ministro Filmus debería crear escuelas especiales para los gallegos, otras para los andaluces, otras para los vascos (ETA podría enojarse). Y así. Al fin de cuentas, cada pueblo tiene también derecho a tener su propia educación. ¡Eso sí que sería pluralismo!
En pos del respeto por las diferencias de los pueblos habría que crear también clubes especiales y sistemas de transportes especiales para cada uno de los pueblos.
Cuesta, aunque no tanto, entender que un diario que el año pasado había acusado a los aborígenes del Chaco salteños de querer segregarse en un territorio soberano, ahora parezca favorecer su segregación legal. Zamudio no es columnista del diario, pero ¿en sus editoriales ha dicho algo para refutarla?
De todos modos, no está lejos del pensamiento de los propietarios del matutino. Hace un par de años, el gobernador Juan Carlos Romero apareció en sus páginas recibiendo a dirigentes kollas y dando su apoyo a la creación de una universidad kolla. Universidad de españoles, universidad de gallegos, universidad de vascos, y así. A muchos les encanta lucir ese lenguaje bonito pero, ¿quién se hace cargo del espanto que auguran?
Así los funcionarios, los académicos, los periodistas, se venden con la prestigiosa etiqueta del multiculturalismo. Si, pese a sus ambigüedades, hay que usar ese lenguaje me quedo con lo que Marc Augé escribió en un artículo publicado en La Nación. “El multiculturalismo… no debería ser definido como la coexistencia de culturas nómadas decretadas iguales en cuanto a su dignidad, sino como la posibilidad, ofrecida constantemente a los individuos, de atravesar universos culturales diferentes”.
Dijo también Zamudio que juzgar las conductas según las pautas culturales de cada pueblo sería coherente con el “derecho a la identidad de los pueblos originarios que hemos incorporado a la Constitución Nacional”. Así que los argentinos hemos creado una Constitución no para fundamentar un ordenamiento jurídico igualitario para todos, sino simplemente para decir: ¡Que cada tribu haga su propia ley!
Definitivamente será mejor que a Mandela nunca se le ocurra venir a la Argentina. Es posible que vuelva otros 18 años a la cárcel.