El yo es odioso, escribió Pascal, pero desoyendo el precepto del autor de “Pensamientos”, debo hablar en primera persona para referirme a algo de lo sucedido este 9 de julio de 2020 cuando se cumplen doscientos cuatro años de la declaración de nuestra Independencia de España y de cualquier dominación extranjera.
Diré en primer lugar que colma mi espíritu conocer la honestidad y nobleza sin fisuras que irradia el ambiente del country de Pilar donde el esforzado vecindario, dando muestras de suprema humildad se ha considerado digno de arrojar la primera piedra contra el largamente imputado -y aún no condenado- empresario Lázaro Báez, quien sin duda merece en la humanista y caritativa individualización de la pena por parte de esta legión de justicieros, la de descuartizamiento previo a cortarle manos, piernas, lengua y cuerdas vocales; ante todo estas últimas con las que osó mencionar alguna vez su amistad por el ex presidente Néstor Kirchner.
Avergonzado pues por reconocerme indigno de la gracia de habitar en tal vecindad arcangélica, continúo viendo la televisión. Y soy testigo por la pantalla de varios aspectos del banderazo contra el gobierno del doctor Alberto Fernández, cofradía que reúne tanto demócrata y republicano, algo inimaginable siquiera en los momentos liminares de la Gloriosa Revolución, la Revolución Francesa o entre los lectores de “El Federalista” cuando los padres fundadores de los Estados Unidos de América.
Un grupo de esos esforzados luchadores de la libertad, informa un zócalo urgente de Crónica Noticias, llegó al extremo heroico de emular las cargas de caballería de nuestras guerras de la Independencia y atacó con denuedo y en soledad grupal –valga el oxímoron-, el camión de exteriores del canal trotskista C5N y al periodista Lautaro Maislin mientras cometía el imperdonable sacrilegio de trasmitir a la opinión pública, justamente sobre tan sacro fervor libertario.
“Vas a aprender a tener miedo, hijo de puta” le susurraron con dulzura mientras lo golpeaban pedagógicos y sarmientinos por aquello de que la letra con sangre entra.
Además, libres de pecado sus almas y de riesgo de enfermedad sus cuerpos purificados en el agua de piletas climatizadas en versión posmoderna de la bíblica piscina de Silué, lo hicieron a cara descubierta arrancando de sí la infame cadena del maoísta tapabocas o barbijo.
¡Cuánto valor a ejemplo del puntano coronel Juan Pascual Pringles arrojándose al mar en la playa peruana de Pescadores en 1820, exhibe ahora esta gente como nosotros antítesis en señorío y urbanidad de los desarrapados y desagradables piqueteros prepandemia, al aplastar la osadía maximalista de C5N y sus movileros zurdos.
Observar lo antedicho entre un mar de astas humanas para la bandera celeste y blanca, capaces de suplantar las ancas del caballito criollo del poema de Belisario Roldán, me hizo meditar en mis errores y horrores ideológicos de hasta ayer nomás. ¡Y pensar que yo creía que la Patria era también sus sagrados recursos! Entre ellos los fondos del Banco de la Nación Argentina que con franciscano desprendimiento otorgó el señor González Fraga a la benemérita empresa Vicentín, personaje al que mi pequeñez intelectual me impide ver como un revivido Che Guevara en el Banco Central de Cuba.
Sí, fue yerro feo, muy feo, suponer que acertaban los papas, desde León XIII –en el siglo conde Vincenzo Gioacchino Raffaele Luigi Pecci– hasta el ahora advierto que bakuniano pontífice Francisco, al proclamar la función social de la propiedad.
Yo pecador me confieso entonces apostatando de mis errores en vías de conversión a la posverdad global, iluminado por la fiesta reveladora de esta anticipada primavera neoliberal. Juro que en vez de admirar los icónicos graffitis del París de las barricadas de 1968, tomaré por dogma la filosofía inspiradora de los carteles en defensa del derecho a la propiedad privada y sobre todo a la gran propiedad privada que muestra hoy al mundo y a los ávidos acreedores internacionales de nuestra usuraria deuda externa, la fraternidad del ruidazo de este 9 de julio, suerte de canto gregoriano multiplicado por menos uno.
Que manifiesto que ese derecho a la propiedad es absoluto y no se discute. Y que por consiguiente desando y hago tabla rasa de lo mal leído y peor digerido en mi comunistoide y populista formación católica tercermundista y castroperonista.
Que asimismo vengo a descreer de la clasificación como derecho natural secundario de la propiedad privada, aceptando que igualmente se equivocó en el siglo XIII el Angélico Doctor en la “Suma Teológica” y la “Suma contra gentiles” con esas divisiones de tenor confiscatorio entre la “potestas procurandi et dispensandi”, esta última de carácter distributivo. Y que si escudriño en la patrística, antes se apartó de la verdad privatista, San Ambrosio que predicó “Nadie llame propio a lo que es común” y “Lo que excede de lo necesario para el gasto, se ha obtenido violentamente”.
¿Qué pasa? ¡Ah! Ahora caigo que entre la polifonía de reclamos por la libertad, la justicia, el fin de la cuarentena, la ruptura de relaciones con Venezuela y Cuba, la no excarcelación de Lázaro Báez, la condena a muerte de la vicepresidenta Cristina Kirchner y otra lista de reclamos de parecido tenor altruista, me quedé dormido y tuve una pesadilla.
En ella el diablo me tentaba argumentando, eso sí, más inteligentemente que los señores Leuco o Majul en sus programas de alto rating de audiencia de medio pelo, para convertirme en macrista.
Por suerte desperté del lado izquierdo y con Dios a la vista.
Carlos María Romero Sosa, abogado y escritor
camaroso2002@yahoo.com.ar
(*) Castigat ridendo mores es una expresión latina que significa «enmendar costumbres riendo». Algunos expertos sostienen que la frase se refiere únicamente a la sátira, otros sin embargo apuntan a lo absurdo de la situación y lo cómico de la misma.