Frases como “habría que imitar lo que hacen los países serios”, “ver a los países exitosos”, etc. constituyen en la Argentina los tristes preceptos de una idealización que, de acuerdo con los ideales pequeño-burgueses, tiende a atribuir lo bueno a lo que proviene de los llamados países centrales y todo lo malo a lo propio. Pero más allá de la ideología, esa descalificación de lo local fue siempre la estrategia de los avivados de adentro para lucrar con la penetración de los negociados de afuera.
Bastaría recordar una famosa publicidad, de la última dictadura militar, destinada a desprestigiar, y a destruir, la industria local con el objetivo de promover el festival de los productos importados, publicidad en donde las sillas de industria nacional se rompían cuando alguien se sentaba en ellas. Pero todo esto no es nuevo.
Desde el siglo XIX, hasta las primeras décadas del siglo XX, se idealizó a Francia; se copiaba su arquitectura, se construían palacios de estilo llamado “francés”, se admiraba todo lo que proviniera de París, sin mixtura ni mestizaje. Después el ideal de país serio fue deslizándose de a poco hacia los Estados Unidos de Norteamérica, sinónimo, en el imaginario burgués, de sueño americano, de desarrollo, de justicia y democracia. La idealización que es ciega, no dejaba ver que los Estados Unidos, además de ser el país de la “libertad” y la “democracia”, también lo era de la bomba de Hiroshima, de la guerra de Vietnam, de la planificación de los golpes militares en Latinoamérica, de la invasión a Irak para apropiarse del petróleo, de la cárcel de Guantánamo y de una larga lista de calamidades por el estilo.
Luego, durante la década de los 90 hasta mediados del 2000, la admiración fue especialmente por España. Esa misma España durante tanto tiempo menospreciada en el imaginario oligárquico de estas pampas, pasaba a ser ahora el modelo por seguir, el ideal del Yo, de los argentinos. Se admiraba su despegue, su inclusión en la Europa desarrollada, su destape cultural, su yuppismo y su mundanidad.
Cualquier porteño, admirador de lo foráneo, se postraba ahora a los pies de cuanto “gallego” recalara por unos días en Buenos Aires. El proyecto era irse a España, publicar en España, ser invitado por España. Pero, para desilusión del cholulaje criollo, las compañías españolas en la Argentina no resultaron ser tan serias ni tan eficientes como creían. Bastaría recordar el vaciamiento de Aerolíneas Argentinas, la pérdida de los aviones, las cuantiosas deudas, la necesidad de que el Estado argentino saliera a socorrer la empresa y finalmente a recuperar la aerolínea. Y últimamente, la crisis financiera internacional y la adhesión a las políticas neoliberales, dejaron a España en una creciente desocupación y casi en Pampa y la vía.
La idealización argentina se explica además en el hecho de que los países centrales siempre indujeron a los países subdesarrollados, o en vías de desarrollo, a fascinarse por los espejitos ajenos y, en las últimas décadas, a abrir las puertas de la economía para que el “libre mercado” ingresara sin trabas ni condiciones, al mismo tiempo que, esos países centrales, en sus propios territorios aplicaban políticas proteccionistas, subsidiaban sus empresas, limitaban y hasta prohibían las exportaciones de los países periféricos. Es lo que se conoció como “las recetas del Fondo”, “los consejos de los organismos de crédito”. Y pobres de aquellos incautos que tomaron la consigna al pie de la letra.
El ejemplo más cabal de “apertura” a la intervención extranjera, promovida por los socios corruptos de adentro, fue en una época el continente africano y los resultados están a la vista. Ese avasallamiento siempre necesitó que el cholulaje local admirara lo extraño.
Y resulta que ahora el objeto de idealización del medio pelo argentino es Chile, reforzada esa idealización por el buen desempeño de ese país en el rescate de los mineros atrapados en la Mina en Copiapó. Programas televisivos como el de Mirtha Legrand, no dejaron de resaltar todo el tiempo la “seriedad” de Chile, al mismo tiempo que defenestraban la suerte del ser argentino.
Y no es que Chile no sea un país efectivamente serio y digno de admiración, sino que hay gente no pensante en la Argentina, señoras gordas de la clase media, que siempre están sobrevaluando lo de afuera y repudiando lo de adentro, sin darse cuenta de que en alguna medida son ellas mismas, con esa actitud al menos, las causantes de aquello de lo cual se lamentan.
Palabras como “el interior”, “cabecita negra”, etc. se constituyeron en vocablos casi despectivos y peyorativos, sinónimos de todo lo que no se quiere recibir como retorno en el espejo, es decir, lo próximo y familiar como lo detestable y siniestro.
Dicho de otra manera, el lógico júbilo por el rescate de los mineros puede hacer perder de vista lo sistémico: festejamos el auxilio pero nos olvidamos de las condiciones que originaron el derrumbe; vemos la asistencia pero no la caída, es decir, la situación casi inhumana en que trabajan los mineros en Chile, la falta de buenas medidas de seguridad de la minería en general, la explotación de los obreros, la inequidad social, etc. que permiten que esas catástrofes se produzcan. No se dice qué problema éste de los derrumbes, sino qué grande todo esto del rescate.
Hay experiencia. Usted se accidenta, se quiebra el pescuezo, se cae del andamio, muere aplastado por las malas condiciones laborales, pero póngase contento y feliz: nos ocupamos de usted, nuestra compañía aseguradora le brindará los mejores servicios.
Tal pareciera ser hoy el ideal, el slogan neoliberal de la hora: el hacer hasta del infortunio y de las propias miserias una ganancia. Dicho en otras palabras, el rescate de los mineros se transformó en un gran show mediático, generador de millonarios ingresos para las cadenas informativas de todo el mundo. Y no faltarán seguramente las películas, las novelas, los reportajes, los contratos, las ventas de cápsulas de salvataje hasta terminar stock, las exposiciones, el turismo de aventura a Copiapó, etc.
Casi que es para admirar las catástrofes. El rescate de los mineros fue un acontecimiento digno de festejar, pero los cholulos se olvidan que después del show mediático, como en la canción Fiesta, de Joan Manuel Serrat, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a su misa. Apurad, el sol nos dice que llegó el final, por un momento se olvidó que cada uno es cada cual.
Habría que recordar además que el terremoto de hace algunos meses en Chile, no sólo mostró la eficiencia y la solidaridad chilena, sino también vino a desnudar las profundas desigualdades sociales de ese país, así como el huracán en Nueva Orleáns, desnudó las enormes falencias de los Estados Unidos. Pero el cholulaje “extrañao” se pregunta ¿Cómo puede ser que la Argentina no sea un país serio como Chile o los Estados Unidos o Brasil? Quiere imitar a los países “serios”, haciendo de este modo lo que esos países “serios” precisamente no hacen, que es idealizar a los otros. En síntesis, el cholulaje argentino, como gorila desorientado, imita al revés.
Es que quizá lo que define a esos países llamados “serios” sea el no ser tan extremadamente cholulos, por no decir otra palabra. Por otra parte, el cholulaje se olvida que el presidente Lula, a quien admira desde afuera, es el mismo Lula Da Silva a quien los monopolios mediáticos y la oligarquía brasilera combaten y pretenden desestabilizar desde adentro.
Dicho de manera clara y precisa; para ser serios se debería como primer paso dejar de utilizar la frase “países serios” y dejar de idealizar lo de afuera, en síntesis, comenzar a valorar los logros de adentro, que seguramente no son pocos. Se debería recordar, por ejemplo, que en el año 2001 la Argentina estuvo, a causa de las mismas políticas neoliberales que el cholulismo admira, al borde de la desintegración y la ruina y que hoy, en cambio, ha iniciado el camino de una franca recuperación.
Habría que recordar también que hay una gran diferencia entre el cholulismo y la crítica. Mientras que el espíritu crítico y la fundamentación de las ideas son éticos y necesarios, el cholulismo y la idealización, por el contrario, paralizan y obturan.
- Antonio Gutiérrez
Escritor – Psicoanalista.