(Especial para Salta Libre). Una carta de lectores aparecida en La Nación (5/7/09), trascribe declaraciones atribuidas al gobernador Juan Manuel Urtubey. De acuerdo con ellas, su enrolamiento kirchnerista sería “una historia que inventaron” sus rivales salteños Romero y Wayar.
Buenos reflejos los del mandatario para ir preparando a tiempo el abandono del barco oficialista, de ser fidedigna la trascripción; algo digno de registrarse en la “Psicología de la viveza criolla” de Julio Mafud. Claro está que no es una virtud el oportunismo sino más bien un vicio político, eso sí tal vez redituable a corto plazo. Empero, será de considerar la enseñanza escolástica: el bien útil es distinto e inferior al bien moral.
En cuanto al mal argentino no es por supuesto la extensión sino la suma de las incongruencias históricas, frutos precisamente del arribismo de su dirigencia cuyo resultado fue el achicamiento material y espiritual del país.
No hace falta pensar mucho para comprobarlo frente al oxímoron que representa el federalismo unitarizado, el ancestral liberalismo autoritario de las elites, el sindicalismo de signo empresarial, el progresismo que le hace el juego a la tolerancia cero o el peronismo nutrido por la clase obrera y que desde los años noventa a la actualidad resulta ser cada vez más una fuerza de derecha con táctica punteril y ningún horizonte concreto de justicia social.
Ahora otra nueva incongruencia, de gran parte de la dirigencia argentina y casi a tono con el localizado reacomodamiento de Urtubey y según parece su rápida toma de distancia de los perdedores, corresponde esta vez a las fuerzas de la oposición y a los principales medios de prensa que tanto hablaron durante la pasada campaña electoral de republicanismo, garantías ciudadanas, funcionamiento aceitado de las instituciones, consensuadas políticas de Estado y que nada o muy poco dijeron del golpe institucional en Honduras.
Al contrario, madrugados por el viaje presidencial para acompañar el proyectado y por lo pronto frustrado regreso del mandatario depuesto -una de las pocas iniciativas valederas del gobierno nacional, junto con la política retroactiva de derechos humanos y los aportes al derecho internacional humanitario-, hubo quienes arguyeron por ejemplo que lo ocurrido en Honduras no resulta un Golpe de Estado típico ya que contó con el aval de la Corte de Justicia del país centroamericano.
Como si nuestro Máximo Tribunal no hubiera hecho lo propio, pilatunamente, con todas las interrupciones constitucionales habidas aquí desde 1930, sin que por eso fueran ellas menos dictaduras y menos sangrientas. Se mencionó que el arzobispo de Tegucigalpa recomendó no regresar a Zelaya, olvidando que las jerarquías eclesiásticas de la Argentina, salvo honrosas excepciones, apoyaron “el uriburato”, “la Libertadora”, “la Revolución Argentina” y “el Proceso”, con su “bautismo de fuego” en el desvío del helicóptero presidencial.
Se echó a correr asimismo la zoncera argentina de que el cuartelazo hondureño, actuó contra un mal gobierno. Como si eso justificara el bandolerismo de los sectores de privilegio; y hasta se dijo que el mandatario depuesto entró por la derecha y se izquierdizó luego, cosa escandalosa por supuesto porque de haber dado al revés el giro, entonces a Zelaya se lo llamaría pragmático, moderno, responsable y estadista de fuste.
–“Qué me importa lo que pasa en Honduras”, se la escuchó a Mirtha Legrand en el canal del triunfador Francisco de Narváez, mientras profundizaba con alguna aspirante a bailar en el programa de Tinelli, quizá sobre el imperativo categórico kantiano o los principios de la lingüística general de Saussure.
En rigor debiera interesar y preocupar a todos el hecho. Tan luego tratándose de Honduras, que como el resto de las naciones de Centroamérica luce en su bandera los mismos colores que los de la argentina.
Esto no por obra de la casualidad, según dedujo el Embajador Carlos A. Ferro en su ensayo “La bandera argentina inspiradora de los pabellones centroamericanos” (Ministerio de Cultura y Educación, Buenos Aires, 1970). Sino en mérito a que la huella independecista dejada por Hipólito Bouchard en su periplo corsario al mando de la fragata “La Argentina” por las costas de Centro y Norte América -en la Baja y Alta California- cuando no había deserciones ni especulaciones sino puro heroísmo, despertó en su hora la solidaridad y la identificación con nuestra enseña patria por parte de aquellos pueblos del Continente y de sus próceres como José Cecilio de Valle o Manuel José Arce.
La circunstancia anotada por el diplomático e historiador Ferro en su momento, halló también un difusor entusiasta en el salteño Carlos Durand Cornejo, un hombre de lealtades y de principios a contracorriente de los cinismos posmodernos.
Un estudioso que buscaba entender el pasado en bloque de la Patria Grande para ir salvando así las incoherencias de su realidad fragmentada, empobrecida, y a merced del aventurerismo de políticos y militares sin escrúpulos.
El licenciado Durand Cornejo trató el tema antedicho en un capítulo de su libro “Síntesis Histórica de la Nación Argentina y sus símbolos” (Salta, 1992), obra que luce como epígrafe inicial una cita de su amigo Carlos Gregorio Romero Sosa -uno de los intelectuales ahora “desnombrados” en la Casa de la Cultura de la Provincia– y en la que aparecen fotografiadas todas las banderas americanas de color azul y blanco, incluida la de Honduras.
No hay que hilar pues demasiado fino para vincular la justicia de una convocante causa hemisférica del presente, con la vocación americanista de un salteño de ley fallecido hace ya varios años, alguien incontaminado en su actuación pública –se desempeñó en el Servicio Exterior, en el Congreso de la Nación y fue Director de la Casa de Salta en Buenos Aires- con la moda del doble discurso.
- Carlos María Romero Sosa, abogado.
Su padre nació en Salta. Especial desde Buenos Aires.
Correo: camaroso2002@yahoo.com.ar
Buenos Aires, julio de 2009.