El resultado electoral del pasado 22 de noviembre ha dejado nuevamente expuesta la dicotomía ancestral de la sociedad argentina siempre dividida en dos modelos distintos de país, y en este caso con mayor claridad por la impronta de un ajustado resultado, que ha marcado dos mitades casi iguales de la voluntad de los electores.
El oficialismo saliente que ha llevado adelante los doce años de gobierno anteriores, ha cedido su lugar por el propio desgaste de más de una década de gestión, por el alto nivel de corrupción –entre otras debilidades- pero fundamentalmente por no haber gestado una sucesión más creíble.
El “baño de humildad” que la Presidenta saliente pidió a sus seguidores sobre la hora del cierre de listas para posicionar con el dedo a Daniel Scioli en la candidatura a sucederla, apareció como una improvisación que no cayó bien ni siquiera en los sectores internos del mismo frente gobernante –La Cámpora entre ellos- que debieron aceptar a regañadientes esa imposición.
A partir de allí algunos sectores que hasta el día anterior se estaban midiendo el traje presidencial –entre ellos nuestro joven gobernador- empezaron a jugar a dos y tres puntas, y otros dieron apoyos tibios cuando no condicionados al candidato, que perdiendo una interna en la Provincia de Buenos Aires selló su suerte.
No menor importancia ha tenido entre estas desprolijidades, la feroz campaña de los medios de comunicación hegemónicos que responden a los grupos concentrados del poder económico (el viejo establishment oligárquico y financiero) que explotaron con obscenidad las debilidades del oficialismo y lograron imponer frases hechas del más ortodoxo marketing moderno.
Las burlas a la década ganada, el convencimiento de que las cadenas nacionales son malas en contraposición a las supuestas bondades del machacoso sistema de repetición de malas noticias cada media hora que tienen ellos, la contratación de periodistas de tiempo completo para denunciar serialmente, y las frases hechas para denigrar –bipolaridad, yegua, montoneros, etc.- e imponer la necesidad de un cambio, hicieron el resto.
A poco de andar el candidato triunfante ha dado vuelta la página de la campaña llevada adelante con total falsedad -hasta inauguró un monumento a Juan Domingo Perón con inocultable cara de ¿qué hago aquí?– y con la conformación de su gabinete ha puesto muy en claro qué reglas querrán imponer en el futuro próximo.
Un arrepentido kirchnerista surgido de la Banca Morgan comandará la economía, un rabino representante del loby sionista más reaccionario el medio ambiente –se desconoce que tenga algún estudio primario sobre el tema- una ex montonera e integrante de la fracasada Alianza delaruista se hará cargo de la seguridad, y una plétora de gerentes generales de multinacionales comandarán la política interna.
Como ejemplo básico de que este famoso cambio cultiva otra escala de valores, está el hecho de que Leonardo Sarquis, ex gerente de la división de semillas transgénicas de Monsanto será el Ministro de Asuntos Agrarios de la gobernación de María Eugenia Vidal en Buenos Aires.
Este funcionario afirmó convencido, que conservar soja en silo bolsas sin exportar para esperar una prometida devaluación que aumente groseramente los ya exorbitantes márgenes de los pooles de siembra, constituye un acto comercial legítimo y no una especulación, lo que lo pinta de cuerpo entero como un agiotista diplomado.
Otro ejemplo es la designación del ex presidente de Shell Argentina, el Ingeniero Juan José Aranguren en el novel ministerio de energía y minería, el mismo enemigo declarado de los subsidios, que gestara aumentos abusivos de combustibles en el primer mes del año 2014 y presionara la suba del dólar con ofertas desmedidas de la empresa en el mercado de cambios, en evidente conducta desestabilizadora.
También sobresale la designación de la gerente general de General Motors S.A., la señora Isela Constantino al frente de Aerolíneas Argentinas, completando así todos ellos un perfil para el manejo empresarial de los ámbitos estatales. Toda una mala receta, porque aunque resulte tedioso volver a decirlo, el Estado no es una empresa.
Ni qué hablar del regocijo de los panzones de la Sociedad rural (Federico Pinedo entre ellos, homónimo nieto de quien mandara a asesinar a Lisandro De la Torre en el senado nacional en 1935 y esto no es una casualidad, sino una causalidad de clases dominantes), feliz de que el otrora autor de la Resolución 125/2008 y hoy arrepentido kirchnerista haya sido designado como embajador en EEUU, no vaya a ser que se le ocurra volver a querer fijar tributos sobre los márgenes de ganancias que fluyen de las ventajas comparativas naturales de la pampa húmeda.
La triste realidad de hoy y de los próximos cuatro años por lo menos, será el retorno inefable a los tiempos conservadores, donde se volverá a hablar de saldos exportables conformados con el faltante del pan de la mesa de los Argentinos, y donde se vuelve a hablar de relaciones maduras con Norteamérica (Lousteau dixit) para no ser tan explícitos de volver a mencionar la carnalidad.
Estas estructuras del poder real detrás del poder formal (Sociedad Rural, sociedades de bancos, industriales monopolistas, mercadistas formadores de precios, exportadores de bienes primarios, intermediarios parasitarios, comisionistas internacionales, diplomáticos y espías de los servicios extranjeros, etc), están acostumbradas al manejo de las variables de la economía en beneficio de su clase, y ahora lo podrán seguir haciendo pero con un plus invalorable: lo harán por mandato popular.
En anteriores oportunidades se amañaban tras el fraude conservador, los golpes de estado sucesivos y la modalidad postmoderna de los llamados golpes de mercado (Alfonsín en 1989 y De La Rua en 2001) ambos sucesos tutelados personalmente por un mercenario reconocido mundialmente como Domingo Cavallo, no casualmente hoy asesor de la mesa chica del nuevo presidente.
Y todas les medidas retrógradas de la economía liberal conservadora la llevarán a cabo con orden, prolijidad, eficiencia, rapidez y mucha –pero mucha- seriedad, afirmando que todos los sacrificios que nos van a imponer resultan inevitables en el nuevo periodo por culpa de los que estuvieron antes.
Esta película ya la vi, pero ahora con la enorme preocupación de ver que los que antes nos denigraron por la prepotencia y las armas, hoy lo harán con el aval institucional del sistema democrático liberal. Literalmente ¡nos estarán representando¡
Para muestra de la orientación –prolija, seria, ordenada y progresiva- que tendrá la próxima gestión, basta un simple análisis de la frase lapidaria con la que Hugo Moyano enfrentó a los medios luego de almorzar con el próximo presidente. Dijo que lo importante en el futuro será conservar los puestos de trabajo.
Sólo mencionar que tratarán de mantener los empleos estables sin mencionar siquiera –lo que tampoco es casualidad sino causalidad pura- que sería bueno mantener el nivel de ingresos de los mismos trabajadores, preanuncia la vieja estrategia conservadora antiinflacionaria de reducir salarios para enfriar la economía, o más prosaicamente reducir la torta a los de abajo y repartir pedacitos más chicos, devaluando el peso para que los que manejan divisas agranden la otra torta.
El futuro presidente que asumirá el próximo 10 de diciembre tenía ésta receta como discurso de cabecera, (“el salario es un costo y hay que bajar los costos) hasta que Durán Barba le hizo acordar la histórica frase de su mentor político, “La Rata” constitucional del periodo 1989-1999, que confesara muy suelto de cuerpo que durante la campaña que lo llevó a la presidencia no anticipó nada de lo que realmente haría, porque sino nadie lo iba a votar.
No hay nada nuevo bajo el sol en nuestra argentina. La elite conservadora estará nuevamente en el poder y por cuatro años, pero ahora con legitimidad institucional para dar aval de legalidad a todas las medidas que intentarán imponer para su propio beneficio, como siempre lo han hecho cada vez que han podido, y como siempre lo harán cada vez que se lo permitamos.
- Daniel Tort, abogado y periodista
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