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Elipsis

Ignoro cuál, si profesa alguna, es la religión de Horacio Verbitsky. Sospecho que el budismo por ese modo pausado y reflexivo de hablar (¿así son los budistas?) que adoptó la semana pasada en la presentación de su libro en la Legislatura. Pero qué interesa.


Lo que sí, al hombre le iba a ser difícil escapar a los estereotipos que agita el más rancio conservadurismo salteño. Y es que la reacción a la presentación de su libro aventó el milenario fantasma de los judíos que mataron a Cristo.

Ese conservadurismo no perdonó que un judío -todo el mundo conoce las raíces del periodista- hiciera retirar un crucifijo del recinto de la Legislatura.

No importaba que en realidad el autor de “Vida de Perro” no lo hubiera ordenado. Importó que la historia cuadrara con esos estereotipos.

Estamos a más de un siglo de las misas de Pascua donde los sacerdotes rezaban por los “pérfidos judíos”, pero el arquetipo renace de vez en cuando pese a los cambios litúrgicos del Concilio Vaticano II.

Claro que ni el cura que predicó en San Lorenzo, ni los indignados whatsapps que se enviaron en las redes dijeron algo respecto al Verbitsky judío, pero es que el silencio, la elipsis, se ha convertido desde hace unos meses en una estrategia de la derecha. Lo no dicho también tiene su eficacia.

Es así. Durante el debate sobre el aborto, el conservadurismo insistió hasta el hartazgo con el inicio de la vida humana desde el mismo momento de la concepción. Todos esos argumentos convertían a la mujer que interrumpe su embarazo en una asesina. Pero eludieron decir esa conclusión.

Y toda la perorata contra lo que llaman “ideología de género” se basa en los supuestos orígenes biológicos y naturales del varón y la mujer. Con esas premisas se deduce que un transexual, o un homosexual representan casos “antinaturales” en el mejor de los casos, o “degenerados” si se mantiene el rigor lógico. Pero eluden decirlo.

A propósito de la visita de Verbitsky, un cura sacó a relucir la chapa de la Salta católica. Tanto lo repiten los ministros, que uno puede pensar que la Iglesia ha abandonado la predicación del kerygma -el anuncio que según mis viejos textos de teología no puede abandonar la Iglesia- por la repetición del lugar común.

El lugar común “la historia, la tradición, la cultura, y la identidad de Salta es católica” por supuesto que no tiene nada que ver con los evangelios, ni con la teología más ortodoxa ni con las enseñanzas del Papa y los obispos.

Y es que ese enunciado no es religioso, sino político. Con él se intentó conformar la sociedad salteña y el Estado a medida de los intereses de una clase distinguida. Seguramente tuvo más eficacia en el siglo XX, pero en los últimos tiempos parece que hay cada vez más gente que no lo acepta. Qué barbaridad.

De ese lugar común -Salta es católica- habrá que deducir, con rigor lógico, que la provincia tiene ciudadanos de primera -los sacerdotes, por supuesto, y sus fieles más fieles- y ciudadanos de segunda, tercera y cuarta. Pero por supuesto que nunca lo dirán.

Es de imaginar que en la penúltima categoría de ciudadanos estarán los agnósticos, los ateos, y también aquellos que se permiten criticar a la Iglesia y sus ministros. Pero ¿quiénes estarán en la última categoría? ¡Sí! Los pérfidos judíos.

Andrés Gauffin

andresgauffin@gmail.com

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