Se acabó el fútbol y los festejos. Aunque en plenas vacaciones, Europa parece volver poco a poco a la normalidad. Una normalidad que provoca ganas de olvidarla y que lamentablemente resalta algunos de los aspectos más negativos manejados por la prensa deportiva, y de la supuestamente informativa y objetiva, durante la transmisión del Campeonato Mundial.
La Asamblea Nacional francesa acaba de aprobar una ley que prohíbe el uso del velo integral, como el burka o el nigab, en cualquier espacio público. La norma prevé una multa de 150 euros para todo aquel que vaya con el rostro tapado en la calle, salvo excepciones justificadas (carnaval, razones médicas…) y hasta de 15.000 euros y un año de cárcel para la persona «que instigue a otro, en razón de su sexo, a cubrirse el rostro».
La norma, según cálculos oficiales, podría a afectar a unas 2.000 mujeres que usan esa prenda de identidad religiosa, y podría ser inconstitucional, según el Consejo de Estado francés, un órgano consultivo de la legalidad de las leyes sancionadas por el parlamento.
La norma se aprobó después de meses de debates y agitación en la prensa, y debido al escaso número de mujeres que utilizan el velo integral, y a juzgar por las declaraciones de varios de sus defensores, busca más que nada combatir el islamismo y limitar la movilidad de los árabes en el país. En síntesis, un reflejo del sentimiento xenófobo y racista que se extiende rápidamente en toda Europa.
Y es que las manifestaciones racistas se expresan de diversas maneras en la cultura del llamado viejo continente, autodenominado “cuna de la civilización occidental”.
Por ejemplo, los comentaristas deportivos y presentadores de noticias durante el Mundial de Fútbol, cuando se enfrentaban equipos no europeos con los africanos, promovían la idea de que “sería bueno” para África, y “sus sufridos habitantes” que ganaran algún partido.
Antes del partido entre Uruguay y Ghana –última selección africana en competencia- varios diarios europeos se volcaron decididamente a desear el triunfo del equipo africano. El diario de distribución gratuita sueco Metro, y los comentaristas de los partidos de las televisoras suecas, hasta pidieron que los uruguayos no hicieran ningún gol.
En esa actitud, que algunos consideraron era de simpatía para un país y un continente pobre, afloraba antes que nada un profundo racismo.
En primer lugar, si se acepta que todos los hombres y mujeres son iguales, los méritos deportivos no se deben otorgar por su origen de nacimiento. Solicitar una ayuda para que ganen un partido de fútbol, o cualquier otra competencia, es considerarlos inferiores y con menos méritos reales que sus competidores.
Además, esa actitud paternalista, (“pobres, que ganen aunque sea un partido de fútbol”) oculta también el sentimiento de culpa de la sociedad europea por los años de explotación y saqueo a que sometieron a África. Todavía, en el fondo, la siguen considerando una colonia. En ese pedido supuestamente simpático, ocultan la falta real de asistencia al continente africano, donde las empresas europeas aún siguen explotando recursos sin dejar nada a cambio.
La única simpatía europea –en general porque hay ciudadanos y organizaciones que tienen otra actitud solidaria- se produjo sólo en un momento, y cuando no afectaba ningún interés regional. No tienen esa misma simpatía cuando expulsan de Europa a miles de inmigrantes que tratan de llegar a las costas europeas en busca de trabajo, ni siquiera para investigar en serio las denuncias del involucramiento de gobierno y empresas europeas en el saqueo de recursos, a veces desplazando por la fuerza a la población, o provocando e incentivando conflictos armados.
Ahora las cámaras ya no están en África, todo vuelve a la normalidad, y las patrullas navales europeas pueden seguir interceptando embarcaciones de africanos que buscan llegar a las costas del Mediterráneo europeo. Quizás cuando los expulsen de nuevo, los guardacostas los feliciten por lo bien que organizaron el Mundial de Fútbol.
Simón Rodríguez
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De la Agencia Barómetro Internacional para Salta Libre
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