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Entre metafísico y cosmogónico

Rodolfo_Modern.jpg“No es la eternidad lo que me aterra”, afirma en el primer verso de su último libro de poesía Rodolfo Modern (Buenos Aires, 1922). Y aparte de que uno de los poemas que lo componen lleva por título “Elegía”, aquella confesión marca la trayectoria -precisamente elegiaca- tanto del aire, presentado ya en forma de brisa o de viento huracanado “que dispone las palabras,/ como si acechara/ a ciervos en la huida”, cuanto también de un vuelo tendido bajo “el cielo (que) es un adiós”.


Todo un mensaje que se sostiene contenido y confidente a través de las 58 páginas y que encuentra cauce propicio en el tono asordinado de la obra. El que sin embargo no se expresa en la media voz del murmullo inaudible, sino en las insinuantes señales de un espíritu -el del profesor Modern- potenciado y enriquecido no sólo por la vocación erudita del investigador, traductor reputado, frecuentador de todos los géneros literarios, ex docente universitario y miembro de número de la Academia Argentina de Letras.

Porque lejos de ser el autor uno de “esos sabios atiborrados/ de arduas teorías, insólitas,/ inéditas, divisas e indivisas”, caracterizados en su estrofa, sino alguien que se interroga, se responde sin dogmatismo ni autocomplacencia intelectual y tiende a asirse al diálogo enriquecedor cuando no al plural inclusivo -por momentos el “yo” cambia al “nosotros” en el poemario- a partir de experimentar el kierkegardiano “temor y temblor” ante el misterio; sacudimiento que deviene de la conciencia del abandono y que desemboca en la angustia, asumido que “En la revelación/ no todo es aire transparente/ o palabra tallada en humo”.

Aparte de manifestarlo con todas las letras, sin ambigüedad ni cripticismo, el poeta logra trasmitir “con sangre del corazón” como diría Nietzsche, hasta qué punto es “Indefinible el tamaño del pavor./ Y lejanos los ilusorios cisnes del amparo”.

O bien, en otro pasaje, marca con escepticismo gnoseológico o ironía socrática, no lo sabemos, que “La expresión de lo cierto/ es de otro mundo”.

No resulta por lo demás ajeno al ambiente lírico, tenso e intenso de la obra, la circunstancia de que proponiendo o aceptando un nivel de lectura entre metafísico y cosmogónico de cada uno de sus segmentos, se haga mención aquí y allá a la nada, al infinito, al “Ser Supremo/ ausente con aviso”, a la realidad en sus diversas formas, al arraigo en el mundo de la vida, a la inmovilidad de signo búdico y al riguroso movimiento de la visión mecanicista que poco explica el desquicio ético actual. (“La aguja de la brújula/ se ha descontrolado,/ el sur, el norte, el este/ y el noroeste se confunden”, dirá tal vez en una alegórica apreciación del caos posmoderno).

Ya el propio título del poemario, “Hacia donde”, formulado sin entonación interrogativa y también sin puntos suspensivos finales permite intuir una intención, que es antes que de huida hacia ninguna parte, de desplazamiento del alma al llamado -o al latido- de una meta, no necesariamente lejana en el espacio sino connatural a la esencia humana; perseguida en función de íntimo trofeo a lograr, aunque “las campanas repiquen a destiempo”. Por eso será que esta ardua conquista a destiempo si las “raíces están del otro lado”, no parece despertar el subjetivo goce del deber cumplido: siempre hay en la contemplación -y el milagro-, “un desgarramiento tenue”.

Es evidente, asimismo, la intención de transmitir y compartir con los lectores dudas y sueños. Y que desechada la forma discursiva, porque “eso no bastó”, se proponga hacerlo a través de la sinceridad, virtud de fácil identificación por su resonancia en los espíritus.

Rodolfo Modern, antes y ahora, atina a refugiarse en el “huerto que me ha sido regalado” de la palabra. Allí donde “se mezclan aromas y raíces”; es decir, elevación y oscuridad, sutileza y dimensión terrena y subterránea; en fin: “anábasis” y “catábasis”. Pero no mitología ni filología, humanidad en carne viva.

  • Carlos María Romero Sosa
    _ Poeta y crítico literario.

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