Hay quienes dicen que la pobreza, en la Argentina, se ha reducido en estos últimos años y, hay quienes opinan que, por el contrario, se mantiene o se ha incrementado. Ambas posiciones dependen en definitiva de la perspectiva desde donde se mire la cuestión y de lo que cada cual entienda hoy por “pobreza”.
Creo que es verdad que la pobreza se ha reducido sustancialmente en la Argentina tal como algunos afirman y que hay mucha menos hambre que en otros años, pero también es cierto que la “pobreza” ha persistido, tal como otros lo perciben. Pareciera un contrasentido, pero no lo es. Sucede que hoy la miseria no se limita a las “necesidades básicas insatisfechas”, sino que se relaciona con un fenómeno propio de la época, y de esta fase del capitalismo tardío, que es “la exclusión” y el aumento de la “marginalidad” en vastos sectores poblacionales. La pobreza ya no se limita a la carencia económica. Se puede hablar también de una “pobreza” cultural, simbólica, Etc.
Hoy muchas personas están al margen no sólo de un buen ingreso económico, sino fundamentalmente de un lugar en lo simbólico, es decir, excluidas de la representación en un discurso, de la pertenencia a la cultura del trabajo, de una buena escolaridad, de una inscripción en el Otro, Etc. Sabemos que hay segmentos de la sociedad que están captados y destruidos por la droga, el paco, la pasta base, las pandillas delictivas, las barras bravas del fútbol, Etc. Y decir esto no es “estigmatizar” ni criminalizar la pobreza, como se suele decir hoy en día, sino, por el contrario, asumir el debate sobre un fenómeno estructural, que atañe no sólo a la Argentina sino también a la gran mayoría de los países en el mundo y que tiene que ver con la fase actual capitalista y con la pérdida de las referencias simbólicas.
Si se rehuye el debate sobre las condiciones actuales de lo simbólico, se corre el riesgo de creer que todo se reduce a un problema de nominación pura, sin articulación en un punto con lo real. El excesivo temor actual a nombrar las diferencias, lejos de proteger a los sujetos de las estigmatizaciones, contribuye paradójicamente al borramiento de las singularidades, constituyendo una de las formas de la masificación y del no reconocimiento del Otro, es decir, un confinamiento y un modo de exclusión subjetiva que es afín a los mandatos neoliberales de desregulación y desaparición de los puntos de anclaje simbólicos. En definitiva, no debería haber, por supuesto, ni criminalización de la pobreza ni “angelización” del delito, sino eficacia de los ordenamientos simbólicos que permitan la inclusión subjetiva.
El fenómeno de la marginalidad, cuando asume las formas de la violencia, el delito, las adicciones etc., no deja de estar ligado en muchos casos a ciertas modalidades de goce. No se plantea como una excepción al mercado, sino que es consustancial a sus lógicas actuales y representa una obediencia al mandato neoliberal de ir hacia el exceso, la desproporción, el goce irrestricto, sin límites ni regulaciones, goce que conlleva la pulsión de muerte.
Las causas de ese malestar, que atañe no sólo a la Argentina, no pueden ser atribuidas alegremente al actual gobierno como si éste fuera el causante de la grieta civilizatoria, de las transformaciones actuales de lo real y de la suma del malestar contemporáneo. Podemos sí entender cuando algunos individuos perciben un aumento de la marginalidad y estar quizá en parte de acuerdo. Lo que no podemos aceptar es que aquellos mismos que adhirieron, y que continúan adhiriendo, a una concepción neoliberal del mundo, sean los que vienen ahora a reclamar por los estragos que esas mismas políticas neoliberales, a las que adhieren, ocasionaron y continúan ocasionando en los países.
Es curioso, por un lado piden la reducción del Estado, la no injerencia estatal en la economía, la prevalencia absoluta del dios del mercado, la degradación de la Política, la ausencia de controles a las empresas, la desregulación en todos los órdenes de la vida contemporánea, etc. y, por otro lado, luego pretenden que el gobierno se haga cargo de la suma de los efectos (la inseguridad, la marginalidad, la violencia, etc.) que esa misma concepción neoliberal de las cosas provoca.
Lo que que se visibiliza actualmente en algunos segmentos sociales, como producto de décadas de neoliberalismo en el planeta, no es sólo pobreza económica, sino más bien pobreza cultural y especialmente desinserción simbólica. Esa desinserción, esa falta de amarras simbólicas, esa dificultad para una inscripción en el Otro, no se reducen a los sectores humildes de la población sino que involucran a todos los estamentos sociales. Es lo que el filósofo Italiano Giorgo Agamben, describe cuando habla de la “nuda vida”, de una vida actual desechable, desamarrada de las referencias universales y del contrato social.
- Antonio R. Gutiérrez
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