Comprendo que los ricos, los grandes sojeros, los financistas, los estancieros de la Sociedad Rural o los amigos tradicionalmente privilegiados, que por culpa del kirchnerismo han perdido parte de esos privilegios, voten por Mauricio Macri. Son coherentes, defienden sus intereses particulares y no se equivocan. Yo en sus lugares quizá haría exactamente lo mismo.
Lo que no entiendo ni comprendo, es que a Macri lo voten aquellos individuos de las clases medias y humildes, que en estos años han visto ampliados sus derechos y mejorado su nivel de vida, que han viajado al exterior, comprado excelentes automóviles, inundado los restaurantes, construido sus casas, etc.
Será que su relativa mejor situación económica les hace ahora creer que ya pertenecen a la clase alta y que por lo tanto deben evitar ser confundidos con los de abajo? ¿O será que tienen miedo de ver reflejada en el espejo la parte repudiada de sí mismos, temor a que el espejo les devuelva la propia imagen desde el rostro de lo popular? ¿O será pavor a que los más humildes les usurpen sus nuevas modalidades de goce?
Claro, un modo de diferenciarse, y de alejar lo rechazado de sí mismos (la anterior pertenencia al rrioba, la casita de los viejos, la malaria del 2001), es adoptar, por identificación imaginaria, las insignias, los valores, los ademanes, las costumbres, los modos, Etc. de los de arriba, sobre todo ahora que, estos sectores de las clases medias y humildes, tienen (aunque no todos, por supuesto) el auto nuevo y pueden viajar muchos de ellos en avión, ir de vacaciones al exterior, etc.
Pero resulta que también el vecino y el de la vuelta y hasta la mucama, viajan ahora en avión y se compran electrodomésticos y motos y esas cosas. Entonces la señora «media», ve con horror como aquellos que antes viajaban en carretilla ahora osan usurparle sus modos de goce. De ahí el odio (el verdadero odio) a todo lo que huela a popular, a nacional, a políticas sociales, Etc. Por lo tanto el auto flamante, el viajar en avión, etc., ya no bastan, no son suficientes.
Para diferenciarse de los de abajo les falta algo más, un signo más contundente e inequívoco, que otorgue una convicción imaginaria más efectiva de pertenencia imaginaria a los sectores más altos. Y ahí está eso de votar por Macri, votar por el mascarón de proa, por el buque insignia de los ricos…. no vaya a ser cosa que por votar a un proyecto nacional los confundan con los de abajo, justo ahora que algunos se están haciendo como nunca la película.
Y entonces uno entiende por qué esos amigos de las clases medias o humildes, que votan ahora a Macri, se dejan discriminar por tipos como Alfonso Prat Gay y no se dan por aludidos cuando el tilingo menosprecia las provincias y se mofa de Santiago del Estero.
Ya en la época menemista la derecha neoliberal hablaba de «provincias inviables» y no faltaron algunos que miraban con buenos ojos la posibilidad de una segregación territorial. No se dan por aludidos y votan por Macri, total, en su fantasía inconsciente, ya no son provincianos ni de clase media ni pobres.
Todo un tema de las identificaciones imaginarias. Podríamos decir: los de las clases más altas y los pobres bien pobres, votan (aunque en sentido contrario) con el bolsillo, con «esa víscera sensible» como decía el general Perón. Votan por su conveniencia más inmediata a quienes les den más y les aseguren más beneficios. Y eso no está mal: la conveniencia particular es en un punto es un elemento simbólico que establece un principio de realidad y un abrochamiento de la significación.
En cambio las inefables clases medias (al menos un sector de las mismas) siempre están votando por ideología, es decir, con sus identificaciones imaginarias, con sus eternas neurosis, sus disconformidades consigo mismas, sus acomplejamientos, sus culpas inconscientes, sus autorechazos, sus contradicciones, sus fantasías.
Y por eso muchos sujetos de las clases medias siempre están volviéndose contra sí mismos, arruinando sus logros, estropeando sus triunfos, desarmando lo construido, caminando en círculo, retornando al punto de partida, repitiendo el drama, tropezando con la misma piedra (cuantas familias de la clase media hay en que los hijos o los nietos han terminado, por ejemplo, arruinando y destruyendo las empresas edificadas por sus padres o abuelos y retornando al punto de partida).
A eso el psicoanálisis le llama: pulsión de muerte, más allá del principio del placer, repetición.
- Antonio Gutiérrez, psicólogo y escritor
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