El hecho de que hoy día me gano la vida dirigiendo música “académica” no merma mi convicción de que el hombre tiene una misión en el mundo, y es la de hacer cultura, bien sea un grafitti, una sinfonía, un chiste o una consigna política. Un cliché es cultura, un bikini bien llevado es cultura, una iglesia de Juan Félix Sánchez en el páramo es cultura, los móviles de Calder en el Aula Magna de la UCV son cultura. La grandilocuencia elegante, rebuscada y erudita de Rafael Caldera es cultura, y la verborrea agresiva, espontánea y ancestral de Chávez es cultura.
A mí me educaron con un criterio bien claro de lo que es la cultura. Chacón, Amouhammad, Calello, Pernaut y otros distinguidos profesores de la Escuela de Antropología y Sociología de la UCV, por allá por los años 60, nos enumeraban los buenos principios de la igualdad de los hombres, y aquel concepto universal de que la cultura es todo lo inherente al paso del homo sapiens por la Tierra. Antes, en mi Carora natal, mi padre y su piano me habían inculcado la idea de que existen dos tipos de música: la buena y la mala, y por eso nunca sentí que las polonesas de Chopin y los boleros de Agustín Lara que tan bien tocaba mi viejo pertenecían a estratos clasificatorios diferentes, sólo por ser Chopin o Lara sus autores.
También tuve la fortuna de educarme desde muy joven bajo la tutela de Juan Martínez Herrera, el fundador del Orfeón y la Casa de la Cultura de Carora, a quien sólo le preocupaba que lo que se hiciera a su alrededor se hiciera bien y honestamente. Juan solamente aborrecía dos cosas: lo mediocre y lo deshonesto. Mientras tanto, nos introdujo al mundo mágico de las bellas artes, de la verdadera cultura, la que mejora y educa al ser humano. En su orfeón conocimos al ancestro negro a través del Mampulorio, al Táchira a través de Flor de Loto, a Cumaná a través de Mare-mare, a Inglaterra a través de Handel, a Estados Unidos a través de Río Swannee. En esa Casa de la Cultura los jóvenes de una Carora sedienta de agua nos saciamos hasta más no poder con el elíxir del buen teatro, de las artes plásticas (las formales y las “ingenuas”), de la buena artesanía, de la buena música y de una sempiterna ilusión por la excelencia. De día Juan hacía sillas de cuero, curaba dientes o sembraba caraotas, para luego dirigir un coro o enseñar contrabajo a los niños de su pueblo adoptivo.
Durante el aprendizaje que ha sido mi vida, he conocido que es posible la hermandad entre la escuela glacial del contrapunto estricto y el dorado crepúsculo de un polo margariteño, gracias al corazón y la pluma de Rafael Suárez. He disfrutado la trova de Góngora, de Rilke, de Arvelo Torrealba, de Serrat, de María Grever, de Ignacio Izcaray, la de los ordeñadores llaneros y la de María Rodríguez, sin pensar jamás que el origen o la educación formal de los unos minimiza la musa de los otros.
Mozart, Beethoven, Brahms, Strauss, Falla, Dvorak, Bartok, Gershwin, Copland, Revueltas, Sojo y Estévez nos han enseñado más sobre la esencia musical de sus pueblos que muchos tratados de folklore, así como Encina, Yevtushenko, Whitman, Faulkner, García Márquez, Luis Alberto Crespo, Gallegos y Cabrujas han vertido junto con su tinta parte de la sangre que les ha corrido ancestral por sus venas. Esto es así porque su educación académica nunca los separó de sus raíces.
He tenido la fortuna de poder degustar “fettucinis Alfredo” en Alfredo de Roma, y de comer sushi en Japón y brochetas de hígado de ganso en Jaffa, pero esos exquisitos manjares no me han hecho olvidar las tostadas del negro Urriola en Carora, o de esa versión mejorada del mozzarella que es el queso de “taparita” caroreño.
La primera vez que asistí al Metropolitan Opera de Nueva York, coincidí con el debut de la mezzo-soprano Fredericka von Stade. En determinado momento de una de las arias, casi que largo la carcajada, al recordar que pocos años antes, en Carora, mientras nuestra Fedora Alemán cantaba esa misma aria, pasó un tremendo susto, porque una indiscreta mata de mamón vertió sus maduros y jugosos frutos sobre la endeble lámina de zinc que hacía las veces de techo del escenario de otra casa de cultura. También recordé que esa noche, al finalizar su recital, Fedora bailó tamunangue con Juan Martínez, y que esta vez las arias las cantaba el idolatrado Pío Alvarado, a quien Juan y sus amigos, sin mucha alharaca, rescatamos del olvido a que lo había relegado su efímera pensión de policía jubilado.
El hecho de que hoy día me gano la vida dirigiendo música “académica” no merma mi convicción de que el hombre tiene una misión en el mundo, y es la de hacer cultura, bien sea un grafitti, una sinfonía, un chiste o una consigna política. Un cliché es cultura, un bikini bien llevado es cultura, una iglesia de Juan Félix Sánchez en el páramo es cultura, los móviles de Calder en el Aula Magna de la UCV son cultura. La grandilocuencia elegante, rebuscada y erudita de Rafael Caldera es cultura, y la verborrea agresiva, espontánea y ancestral de Chávez es cultura.
Yo nunca me he considerado un miembro o intérprete de una “cultura clásica”. Entonces, ¿de dónde salió esa élite vociferante y pretenciosa que, debido sobre todo a falta de información, o peor aún, a un sentido muy hábil de oportunismo político, pretende erigirse en organizadora de lo que por esencia no se puede organizar? Estos “líderes culturales” que no cantan, ni bailan, ni pintan, ni escriben ni construyen, porque no saben cómo, pretenden relegar a quienes hemos hecho del arte una profesión mediante el estudio y la investigación, a convertirnos en una minoría apologética, arrepentida de querer saber, sólo por no pertenecer a las nuevas logias de un esperpento etimológico denominado “cultura popular”?
¿Se habrán dado cuenta estos cruzados de rasgadas vestiduras que hay una sola cultura, y “un solo pueblo”?
- Felipe Izcaray, es Director de Orquesta de origen Venezolano. Actualmente está radicado en Salta y fue ratificado desde el 10 de diciembre de 2007, por el nuevo Gobierno de Juan Manuel Urtubey, en el cargo de Coordinador General del Proyecto: Orquesta Infantil y Juvenil de Salta, dependiente del Instituto de Música y Danza en la órbita de la Secretaría de Cultura.
- (N de la R:) La nota fue cedida a Salta Libre y Calchaquimix, por el maestro Felipe Izcaray y publicada en El Nacional de Caracas, el lunes 26 de Julio de 1999. CopyRight 1999. CA Editora El Nacional. Todos Los Derechos Reservados.
Glosario de venezolanismos
UCV: Universidad Central de Venezuela
Carora: Ciudad del estado Lara del occidente venezolano.
Mampulorio: Canto negroide de velorio infantil
Flor de Loto: Vals andino-venezolano de Juan de Dios Galavís
Mare-Mare: Danza folklórica del oriente venezolano
Río Swannee: Canción folklórica del sur de los EEUU
Rafael Suárez: Músico venezolano, compositor. Fué director y arreglista del afamado Quinteto Contrapunto.
Ignacio Izcaray: Cantautor venezolano
Alberto Arvelo Torrealba: poeta venezolano, conocido por su poema épico “Florentino el que cantó con el Diablo”.
María Rodríguez: Cantante y coplera popular del oriente venezolano. Luis Alberto Crespo, Rómulo Gallegos, José Ignacio Cabrujas: escritores venezolanos.
Tamunangue: Suite coreográfica con música de raíces combinadas, europeo-negroide, originaria del Estado Lara, Venezuela.
Pío Alvarado: Cantor popular del género de Tamunangue, fallecido en los años 80.
Juan Félix Sánchez: Versátil artista andino venezolano, de creaciones ingenuas de arquitectura, entre ellas iglesias y monumentos.
Un solo Pueblo: Conjunto venezolano de música folklórica y popular.
Páramo: La puna venezolana
Mata de mamón: árbol frutal. El mamón es una pequeña fruta de sabor muy dulce, con semilla grande, y por eso hace ruido al caer.
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