Gigia Talarico, es una escritora y docente natural de Santiago de Chile, que cursó estudios superiores en Francia, Suecia y los Estados Unidos y se halla afincada en Santa Cruz de la Sierra, donde actúa en los medios culturales locales; viaja con asiduidad a Buenos Aires y el interior promoviendo la integración literaria argentino-boliviana.
Acaba de publicar “El espíritu de la palabra” (Proa Amerian Editores), un libro de cuarenta y ocho páginas que llama a la lectura más que muchos ensayos voluminosos. En parte ello por difundir aquí un movimiento estético poco o nada conocido al menos en la Argentina, siempre de espaldas al resto de Latinoamérica en todo plano; aunque fundamentalmente debido al original tratamiento -con dinamismo e información que no se anulan entre sí- dado a la Santa Hermandad de la Orquídea, sin ventilar sólo las curiosidades que la rodearon si asumimos que la denominación remite a misterio y a logia esotérica.
Eso sí, cabe recordar que no es único el caso de un grupo juvenil con afanes renovadores, como esta cofradía surgida en Chile, donde cobró singular importancia a punto de generar epigonismos en los ambientes de las letras y la arquitectura trasandinas. Así “La poesía sorprendida”, en la República Dominicana, y los múltiples subgrupos de nuestra “Generación del 40” congregados bajo la común visión neohumanista, andaban más o menos en la misma época en búsquedas expresivas concordantes, motorizando voluntades e inspiraciones en procura de develar esencias y asumir y procesar las raíces, de regreso del cosmopolitismo.
Se destaca en el libro el liderazgo preponderante de Godofredo Iommi Marini (1917-2001), un argentino radicado en el país trasandino, fundador de la Escuela de Arquitectura de Valparaíso en base a los principios del suizo Le Corbusier, reformista universitario e impulsor en tiempos de Salvador Allende, de la comunitaria Ciudad Abierta de Ritoque, destinada a albergar a jóvenes urbanistas. Ese liderazgo o gravitación de Iommi fue ejercido sobre los demás pontífices del grupo, los también argentinos Efraín Tomás Bo, Juan Raúl Young, y los poetas brasileños Gerardo Mello Mourao, Abdías Do Nascimento y Napoleón López Filho.
Otro plus del trabajo comentado es que no se abordó el tema por mero espíritu de rabdomancia académica para fraguar una ponencia destinada al olvido o confinada a un monólogo superespecialista sin eco exterior. Así, el análisis apunta más alto y más amplio; menos a la anécdota o el dato aislado -quizá falta algo más de fechas para ubicar los sucesos mundiales contemporáneos-; aunque se rastrean y relacionan, sin caer en forzadas interpretaciones, elementos lingüísticos y sistemas filosóficos que confluyeron en las visiones, experiencias y tensiones de los integrantes de la Hermandad.
Por supuesto la autora pone en el desenvolvimiento de la misma especial atención, pero lejos de hacerlo con ánimo de subsumir a nadie en una mera denominación grupal ni disolver allí las figuras de carne y hueso que le dieron nacimiento y proyección.
Los cuatro capítulos que integran “El espíritu de la palabra” no cierran la cuestión, en cambio abren interrogantes y el lector parte de una base informativa suficiente para inquirir más. Sabrá al volver las páginas que los miembros de la Hermandad, luego de despejar como en una operación aritmética los corchetes y paréntesis de sus íntimas y según corresponde al canon juvenil, en extremo entusiastas adscripciones y premisas comunes lanzadas, tales como “Dante o nada”
-potenciados ya otros lemas mucho más beligerantes en el simultáneo mundo de la posguerra y la Guerra Fría-, llegaron a ser personajes distinguidos en sus respectivos campos artísticos, así el caso en especial del poeta Iommi, un admirador y rival sentimental de Vicente Huidobro.
La auscultación de Gigia Talarico permite inferir, por ejemplo, que fueron viajes de iniciación los periplos desde la Tierra del Fuego hasta la boliviana Santa Cruz de la Sierra pasando por la selva amazónica de Brasil, realizados “incorporando espacios al territorio de la palabra” –dice- por varios integrantes de la Hermandad. Será que recorrían América con voluntad de resolver la separación en sílabas de las artificiales fronteras nacionales, por de pronto las artísticas, y que no eran ingenuos para desconocer las resonancias políticas de tal propósito.
Será igualmente que el antedicho desafío y mandato interior trasmitido por los vasos comunicantes de la rebeldía era de corte metafísico: formar de una vez por todas la Palabra ordenadora y reparadora de tantos silencios impuestos desde el Descubrimiento del Continente y vocalizar esa “Amereida” de Iommi, un neologismo aplicable en función de sujeto al verbo “Americar” inventado por el artista plástico chileno Roberto Matta.
Toda reunión de escritores suele llevar en sí cuotas de histrionismo, sea en los manifiestos estéticos que no han de ser para balbucearse a media voz, cuando no en el narcisismo de sus componentes. Pero eso también es anecdótico y el enfoque de Gigia se extiende sobre cuestiones más importantes: la estructuración de una original visión-dicción americana o americanista por parte de la Hermandad y la identificación fraternal o discipular en el intento con el arquitecto chileno Alberto Cruz y con el artista constructivista uruguayo Joaquín Torres García. Además de anular sobre la marcha, todo un peregrinaje existencial e intelectual de los actores, la accidentalidad decorativa al velar ellos las armas de lo sustancial.
Iommi y sus compañeros asumieron más que jocosa o jactanciosamente, en actitud sacrificial el “aquí y ahora” hecho conciencia y cilicio en el verbo poético. Asimismo, quizá con resabios de la prédica optimista de Lewis Mundford, la toma de posesión del espacio arquitectónico, lejos del vértigo monumentalista y recompuesto aquél en punto, línea y volumen proporcionados al “habitante”, un término caro a Neruda. Porque cada palabra al objetivarse, bate en detalle el vacío y es capaz de articular el arraigo heideggeriano y de arriesgar en su deconstrucción el fin del mundo.
- Carlos María Romero Sosa
Abogado y escritor.
Su último libro es “Fanales opacados”.
Blog: www.poeta-entredossiglos.blogspot.com