El año del Bicentenario -que se orienta hacia sus finales- deja recuerdos emotivos y francamente dignos de admiración: el desfile de las colectividades o el despliegue técnico-dramático del grupo Fuerza Bruta, durante los actos conmemorativos centrales llevados a cabo en la ciudad de Buenos Aires. También produjo otros réditos culturales a resaltar: los estudios relacionados con la fecha que intentan reinterpretar sus antecedentes y alcances.
Esas obras que publicaron editoriales, no sólo porteñas, corresponden en general a ensayos históricos e inquisiciones de índole sociológica; no como ocurrió para 1910, cuando se conocieron piezas de tono epopéyico del tipo de las “Odas Seculares” de Leopoldo Lugones. No se han producido ahora grandes poemas alusivos al fasto, siendo una de las pocas excepciones la reciente y antológica “Crónica (relato en verso) de los sucesos que ocurrieron en la Semana de Mayo de 1810”, de José María Castiñeira de Dios.
En este 2010 la inspiración a resultar en el verso patriótico celebrante o épico, visita poco al intelectual argentino más predispuesto a aceptar el reto por digerir o al menos comprender la realidad nacional; no compleja por casualidad ni el fruto sus dificultades de conspiraciones, según podría juzgarla una lectura simplista del pasado.
Pero sí en rigor contradictoria y por momentos decepcionante en lo político-institucional; en lo jurídico reflejado en la multiplicación de normas en un país fuera de la ley -según el diagnóstico del iusfilósofo Carlos Santiago Nino-; en lo económico cuando las cifras marcan a la vez índices de crecimiento y de empobrecimiento de vastos sectores populares; en la disgregación social y en el fantasma de la violencia delictiva; en cierta subordinación cultural a la subcultura mediática; en las pujas de poder de los órganos de comunicación y hasta en la complicidad con las dictaduras de varias jerarquías eclesiásticas. Todo lo cual es decepcionante y nada novedoso.
Libro del Bicentenario
De entre los libros dados a conocer en los últimos meses con motivo de la efemérides patria, debe destacarse el debido a la pluma del periodista, historiador, bibliófilo y funcionario cultural de la Provincia, Gregorio Caro Figueroa: “1810-2010. Bicentenario. Una mirada Salteña”, editado por Nuevo Diario.
Hay allí datos precisos, cronologías, referencia a fuentes documentales y citas de opiniones historiográficas autorizadas. Y además de incorporarse todo ese aparato erudito existe un plus a elogiar en el volumen: puede el lector estar tranquilo que no se le “baja línea” y que frente a sí tiene un trabajo realizado con responsabilidad, que no precisa alardear de objetividad en grado de asepsia, algo deseable en los quirófanos e imposible para quien está comprometido, incluso por herencia, con un pasado al que el relato parece acercar en el tiempo –toda historia es contemporánea, intuyó Benedetto Croce– y a los sentimientos. No en vano el doctor José Armando Caro (1910-1985) –padre del autor- fue figura protagónica en la historia política del NOA y en la nacional durante la segunda mitad del siglo XX.
El libro de Caro Figueroa va más allá de la divulgación. Aunque informativo y formativo no es propiamente una obra concebida “Ad usum delphini”, o quizá aparte de serlo tiende líneas interpretativas del ayer. De su lectura podrán deducirse, en perspectiva secular, muchas de las causas y concausas de más de una frustración local, nacional y suramericana: “El espíritu de América, baldío de cuerpo, es más una idea que una realidad”, se lamentó Raúl Scalabrini Ortiz.
Y otro punto a favor: subyace en las páginas una idea fuerza superadora de la nostalgia reaccionaria de la presunta “edad de oro” perdida con el ejercicio democrático a partir del voto secreto, universal y obligatorio, cuya normativa impulsó el salteño Indalecio Gómez como Ministro del Interior de Roque Sáenz Peña. Lejos de hacer política de la historia, Caro Figueroa vincula sin confundirlos puntos de vista diversos y sobre el final del volumen ejemplifica con algunos tópicos sociológicos o de psicología social emparentados en las conclusiones, del intelectual y hombre público de militancia en el radicalismo Joaquín Castellanos y del político conservador y ex rector del Colegio Nacional de Salta Moisés J. Oliva, autor de “Salta, bosquejo psicológico”; ambos imbuidos de positivismo y será de señalar en lo que a Oliva se refiere, los prejuicios de determinismo geográfico, fáciles de rastrear en sus lecturas de Hipólito Taine.
Puntualiza Caro Figueroa las coincidencias espirituales de esos y otros pensadores antes que pretender una síntesis dialéctica entre diversas tendencias y prácticas sociales: “En el Centenario de Mayo, en 1910, no todo fue ruido de grandes festejos ni estallido de bombas anarquistas. Aunque incluyó a unos y otros en todo el país, aquella conmemoración no se redujo a banquetes oficiales y a asados o bailes populares. Tampoco se dio rienda suelta sólo a la frivolidad y al triunfalismo.
Aunque ajeno a todo terrorismo iconoclasta, el autor sabe bien que mediante el rastreo de las experiencias colectivas y no tanto erigiendo e incensando una galería de próceres de bronce, será posible responder aquí y ahora a los retos de la Nación de la cual constituye elemento indispensable la población, en tanto que su bienestar define la razón de ser del Estado como organización jurídica de aquélla.
Si centra en Martín Miguel de Güemes gran parte del relato no es éste excluyente de otras figuras representativas y sobre todo de los hombres anónimos que el Caudillo supo a su hora convocar y representar. De allí el detenerse en la composición de la sociedad salteña y las distintas clases que interactuaron durante la Guerra de la Independencia y a posteriori. Será fácil entonces extraer de las precisiones aportadas la conclusión que los sectores humildes fueron factores principales de la “Gaucha Gaucha” y no así la “gente decente”, más allá de señalarse que “el fuerte componente popular de las milicias no sólo no trasformó sino que tampoco redujo los vínculos de lealtad que unían a los gauchos y los peones con sus patrones”.
(Podrá hablarse de lealtad o más propiamente de sumisión, algo que se mantuvo y se mantiene en gran medida. Pruebas al canto los sectores oligárquicos y plutocráticos que con pocas excepciones –Miguel Ragone fue una de las más honrosas- gobernaron y gobiernan la Provincia enarbolando incluso presuntas banderas progresistas, en gestiones que en nada modificaron el mapa de la exclusión ni las condiciones de vida de los pueblos originarios.)
Además, asomándose a la historia social de la Provincia, se rastrea la vida cotidiana desde 1810 en adelante.
Lejos de caer en hipérboles demagógicas, con rigor científico Gregorio Caro Figueroa observa el acontecer histórico desde Salta -lugar de privilegio para hacerlo por influencia y en buena medida indiscutido protagonismo en estos doscientos años de vida independiente de la Argentina-, mas no centra en Salta la historia. No es cuestión de matices sino de método: el puesto del observador y su sentido de la veracidad hacen aquí la diferencia entre escribir una crónica local y por ende parcializada o considerar la compleja relación del acontecer salteño con el resto del país, sea por momentos a nivel de inserción en nuestro sistema unitario de hecho o de disputa de intereses con el poder central. Y todo al tomar nota del devenir histórico como “aventura de la libertad”, de la que el ciclo del Bicentenario habrá de ser, Dios mediante, el capítulo inicial. Un capítulo para reverenciar, juzgar -si acaso- en forma desapasionada y sobre todo extraer enseñanzas de su estudio.
- Carlos María Romero Sosa, abogado y escritor.
Su último libro es “Fanales Opacados” (2010).-
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