Nos estamos acostumbrando algunos salteños a ver y escuchar los domingos por la noche en el programa de Néstor un desfile disciplinado de funcionarios provinciales de segundo y tercer grado que no pueden decir dos frases seguidas sin subrayar “como dice nuestro gobernador”, mientras miran de reojo la cámara, como tratando de ver si el jefe escucha. A veces el encomio es aún mayor.
“Hemos asistido al mayor acto político de la historia democrática de Salta”, dijo el 25 por la noche un jovencito con pocos años y mucha verba, ejerciendo una de las mayores lealtades que, parece, hoy puede hacer gala un funcionario: la de repetir -haciendo como si fuera suya- alguna frase ya dicha por el gobernador, en este caso al comienzo de su discurso aquel día en el monumento.
La multitud de turistas con todo pago congregados en el paseo Güemes para escuchar a Los Nocheros o a Los Huayra –también pagos- había provocado el entusiasmo tanto del gobernador como del joven funcionario, que esa noche repitió también hasta el cansancio que se sentía parte de un proyecto “nacional y popular”.
Acaso también había aludido al proyecto nacional y popular Juan Manuel Urtubey cuando en su discurso, el poncho al hombro y la imagen de Güemes de trasfondo, apoyó al proyecto nacional de los Kirchner y dijo –en otra versión de la “Argentina condenada al éxito”- que “no hay nadie ni nada que detenga este cambio”.
(Los nacionalistas, ya se sabe, tienen una visión fatalista de la historia que tras la ilusión de que la Argentina está predestinada al cambio y al éxito, nos mete el más burdo prejuicio de que el pais tiene que resignarse al peronismo).
La misma presidenta dio otro matiz del pensamiento nacionalista. “Nos han colonizado las mentes” dijo en consonancia con quienes, para postularse como auténticos liberadores de la nación, necesitan imaginarse todo tipo de colonias para enfrentarlas. Dado ese grave diagnótico, es posible la única receta liberadora de la mente sea escuchar 20 minutos diarios de discurso presidencial.
Pero ni la presidenta, ni Urtubey ni su joven funcionario decían algo original. Todos los funcionarios y adeptos de los Kirchner han comenzado a repetir, como una muletilla que se hace eco a sí mismo, que forman parte de un proyecto nac & pop. Lo han repetido hasta el punto de llegar a convencerse. Y aunque en muchos casos –como el joven funcionario provincial- no saben de qué se trata, sí les sirve para identificar sus enemigos.
El nacionalismo popular tiene –no es nada nuevo- muchas fuentes de inspiración europea pero Página 12 se ha convertido en su principal “think tank” local.
Como el romerista de ayer con El Tribuno, quien quiera preciarse hoy de nac & pop debe leer al levantarse el Página para no errar el discurso durante día, en especial si el que escribe es Horacio, no el poeta latino, sino Verbitsky, el periodista de la corona.
En su columna dominical, una semana antes del 25, Horacio había cargado duro contra los ruralistas que se aprestaban a manifestar en Rosario. Lo hacía haciéndose eco de una Carta Abierta, firmada por él mismo, de un grupo de intelectuales autodesignados del campo “nacional y popular”, y luego de denunciar que los ruralistas iban a marchar a Rosario como representantes del tan nefasto “ser nacional” que siempre condujo a los golpes de Estado y las peores dictaduras.
¿Porqué, sin embargo, rasgarse las vestiduras por las banderitas de Rosario si al mismo tiempo, sin que se les enrojezca el cachete, se erigen ellos mismos en intelectuales nacionales y populares, es decir, en intelectuales que representan la identidad del país y del ser nacional?
¿Cómo se han convencido estos intelectuales de que son ellos quienes relatan –palabrita también de moda- la historia nacional enviando al infierno de los apátridas, igual que los dictadores del 70- a quienes prefieren pensar la historia con otros términos?
Quienes piensan –pensamos- distinto que los nacionalistas populares, los que no quieren integrarse al clan kirchnerista, simplemente son apátridas, son anti nación, son enemigos de la Argentina, según el pensamiento que el periodista de la corona no termina de explicitar pero que busca hacer desaparecer del debate político a sus adversarios.
¿Cuál es la medida del cinismo -o de la estupidez- necesaria para decir alegremente que la patria somos todos y luego, como el pejota acaba de hacerlo, exclamar que “no consentiremos callados ningún ataque artero al gobierno nacional y popular”?
O la patria somos todos y entonces cualquier ciudadano puede oponerse a las medidas de un gobierno que, aún legitimado por el voto mayoritario, sólo lleva adelante programas tan falibles como humanos, porque no hay ninguna predestinación que nos condene a su éxito, como quisiera Urtubey.
O –como lo ha hecho el kirchnerismo de su primer 25 de mayo en el gobierno-, un gobierno monopoliza la representación de la nacionalidad y nadie es la patria sino tan sólo el matrimonio gobernante y sus adeptos. Y esta es la alternativa elegida por la intelectualidad nac & pop.
Pero tales sutilezas no pueden formar parte del discurso de un funcionario que, a fuerza de repetir lo que dice su jefe, acaba por no pensar por sí mismo. Ni de un gobernador que prefiere el énfasis vacío en su discurso a la exposición de ideas y el pequeño provincialismo al pensamiento en grande de la patria. De esta patria que es el mundo entero, tan dramático y lleno de peligros, como misterioso y pleno de oportunidades en el que vivimos.