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El partido-campo

jpg_Granaderos.jpgBuenos Aires (Especial para Salta Libre) El multitudinario acto que el 25 de mayo los productores rurales realizaron a las orillas de Paraná, en la ciudad de Rosario, resultó inevitablemente una cucharada de tierra, intragable para el kirchnerismo. La masividad de la concentración, en torno al Monumento a la Bandera, logró eclipsar la minúscula concentración oficialista, que el pejotismo del conurbano bonaerense realizó en Salta capital.


Tan contundente fue la movilización política en Rosario que tuvo una inesperada derivación: la presidenta Cristina- Kirchner se quedó sin palabras para improvisar su discurso, para la próxima será mejor que las escriba.

Atrapado en la parálisis y en la descomposición que el conflicto campero
le provoca en sus propias filas, el gobierno puso en concurso su propia
capacidad de movilización para evitar lo inevitable: porque el acto rural
del 25 de mayo amenazaba con transformarse en un punto de inflexión; que
terminaría por demostrarle a la sociedad, que se había consumado la
perdida de la ofensiva política por parte del oficialismo junto a una
importante porción de poder.

Esta parálisis es la explica que el kirchnerismo “dejara hacer”
durante todo este tiempo a las entidades agrarias y que, por toda
política, se limitara a ir acompañando la situación con un cambio de
discurso diario.

Para muchos que opinaban que el oficialismo mantuvo, durante los más de
70 días que ya lleva el conflicto, un juego político que apuntaba al
desgaste del paro agrario, en medio de una estrategia más general
destinada a convencer a la población de que el aumento de precios tenia
sus responsables en los piquetes chacareros, les queda comprender que, en
realidad, la estrategia política del gobierno estaba surcada por la más
pura paraplejia.

Fue recién el domingo 25 de mayo, por la noche en que el oficialismo
decidió pegar el barquinazo ¿Qué conseguimos hasta ahora con la
postura dialoguista? preguntó el ex-presidente Néstor Kirchner a la
plana mayor de funcionarios del gabinete, reunidos en Olivos, “Nada,
excepto que estos tipos sigan creciendo” “En esta lucha no hay lugar
para tibios” agregó.

Si se aprecian de conjunto los sucesos y la series de sucesos que vienen
siendo recogidas por las paginas de los diarios en los últimos dos meses
se podría concluir que, de un modo violento, han irrumpido en la
superficie de la situación política el complejo entramado de una crisis
entre fracciones que se disputan el ingreso nacional; además, de que a
partir de la etapa abierta el 25 de mayo en Rosario, estos estertores
aparecen traducidos en el plano político.

Un partido, partido

El kirchnerismo apeló al reflotamiento del pejotismo histórico, con la
convicción de haberle encontrado la vuelta a la recreación de los
mecanismos necesarios de dominación y disciplinamiento político, que
actúen como un dique de contención a una crisis que fluye por todos los
poros.

La idea de volver al conocido y viejo recurso de la reedición de un
partido partido, entre patotero y burocrático, muestra a las claras la
imposibilidad de un sector de la burguesía argentina para dotarse de una
estructura política innovadora y reformista

-tanto en la forma como en el programa- que se asentara sobre los
espectaculares recursos económicos que se fueron acumulando en estos
últimos cinco años.

Nada de esto; el kirchnerismo no pudo hacer pie entre los trabajadores, ni
entre los sectores medios apremiados por la pobreza, ya que nunca abandonó
las afelpadas oficinas de las centrales obreras burocratizadas. Por el
contrario, desde el principio, fue un gobierno que enfrentó los reclamos
obreros y populares con el viejo discurso burgués de que estos atentan en
contra de la institucionalidad.

Recaudador insaciable, el gobierno se vio en la obligación de recostarse
en los mismos mecanismos de disciplinamiento que históricamente laboraron
en defensa del estado: las patotas de la burocracia sindical y las fuerzas
de represión armada. La actuación de estas fuerzas en la mayoría de los
conflictos de trascendencia nacional, Las Heras, Francés, FUBA, Santa
Cruz; ya es lo suficientemente conocida por la sociedad como para seguir
ahondando en una descripción de la misma.

Si algo ha caracterizado kirchnerismo en la última etapa, ha sido una
falta de visión dialéctica de los acontecimientos, con lo cual, el
oficialismo se privó de ver y de interpretar el hecho político y la
dinámica de la crisis que acompaña la derrapada de su política
económica, que hasta ahora, muestra en el proceso inflacionario sólo la
punta de un iceberg que se alza como un índice amenazante de un
descalabro más general.

De haber realizado un balance de los consecuentes cambios que acompañaron
los últimos meses de la gestión de Néstor y de estos primeros cinco
desastrosos meses de la gestión de su esposa, el gobierno se hubiera
hecho conciente de los cambios que sacudieron las cantidades económicas,
de las que tanto se jactaban, para transformarlas en eminentemente
políticas.

Mientras las encuestas y los ritmos de crecimiento económicos lo
siguieran favoreciendo, el kirchnerismo despreció la dialéctica
histórica, dejándola reservada a los cenáculos de intelectuales. Para
el progresismo kirchnerista, la dialéctica es un conjunto de estupideces
de marxistas y de pensadores que se niegan a entender que “es la
economía (estúpido)” lo que regula el animo de “la gente”.

De la cantidad a la calidad

Los intelectuales proK han puesto de moda un nuevo concepto: “Las
medidas de las entidades agrarias son destituyentes”.

El concepto de “destituyente” es una salida de compromiso para
afincarse mas cerca de una realidad social donde la opinión pública
rechaza, en una enorme mayoría, el mote de golpistas que el gobierno
intenta encajarle a las manifestaciones agrarias.

En definitiva, “destituyente”, viniendo del oficialismo, es un
concepto conciliador, negociable, un intento de decir sin aclarar que
puede llenar de entusiasmo a la tropa de intelectuales oficialistas, pero
que no termina convenciendo a nadie.

El documento oficial, del pejota reconstruido, retoma esta concepción
para ampliarla.

“El Partido Justicialista –dice- ante el antidemocrático ataque que
con ánimo destituyente y falta de respeto a la voluntad popular se ha
hecho a la Presidenta y a los Gobernadores, se ve en la obligación de
fijar claramente su posición política”.

“No es que sorprenda que tales actores, en nombre de la defensa del campo,
incurran en esa práctica, que no hace más que retrotraernos a jornadas de
1930, 1955 y 1976, cuando aquel ánimo destituyente fructificó en golpes
de estado, siempre argumentado en contra de acciones de los gobiernos
elegidos por el pueblo, para culminar apoyando planes como el de Martínez
de Hoz”.

Es decir, queda claro que para el pejotismo, “destituyente” es un
concepto que se comporta como preámbulo al llamado golpista, sin ser un
intento directo de golpe tradicional y en regla; pobre intento de plantear
una amenaza en contra del orden constitucional, cuando en realidad, la
denuncia recae en el agotamiento de un régimen de poder, fundado en la
cooptación de voluntades con un generoso reparto de las reservas.

Sin embargo, difícilmente las condiciones políticas sean favorables a
una aventura golpista “destituyente” tradicional y en regla.

La insistencia del oficialismo, para explicar que de lo que se trata este
conflicto, es que hay sectores que rememoran las viejas prácticas
videlianas y que atentan en contra de un gobierno “nac & pop” no
superan la crítica. Esto por dos razones: la primera es que gran parte
del campo burgués nacional e internacional (la UIA y la burocracia
sindical, entre otros) que auspiciaron el golpe de estado genocida del
´76, hoy por hoy, apoyan al gobierno de los Kirchner. La segunda, porque
el gobierno de Cristina-Kirchner no tiene un carácter ni nacional ni
popular.

Asistimos, eso si, a una crisis política de naturaleza
“destituyente”, en el sentido de que un sector de la burguesía
agraria, que ha sabido ganarse para su lado al conjunto de poblaciones del
interior y mantener como rehén al conjunto de sectores políticos
opositores al gobierno, muestra sin impedimentos ni vergüenza la crisis
que corroe a la administración del estado.

Crisis política

Los vaivenes de la coyuntura económica han dado lugar a la aparición de
un frente común entre algunos sectores acomodados del campo, que
comienzan a discutir la repartija de las rentas entre las clases
poseedoras, el presupuesto del Estado, la política monetaria, el volumen
y la propiedad del comercio exterior, etc. cuestiones que ejercen una
influencia directa sobre el futuro político del kirchnerismo. La novedad
de toda esta situación la encontramos, no en la discusión sobre las
retenciones móviles. De hecho, los capitalistas viven discutiendo todo el
tiempo sobre asuntos económicos relativos al reparto de los erarios
públicos; la novedad está en la dimensión política que ha tomado esta
discusión abriendo una crisis en el frente patronal de enormes
dimensiones.

El partido-campo

Que estas cuestiones, de aquí en más, adopten la fisonomía de una nueva
formación política (“del campo”) esta por verse, todo dependerá de
la dinámica que tomen los acontecimientos y de la superación de las
contradicciones que recorren el “partido-campo”.

En principio, las 300 mil personas que participaron de acto fundante de
este “partido agrario” reclamado por el diario La Nación, no forman
una base homogénea con el programa recitado desde el escenario rosarino.

Ni la anulación de las retenciones móviles, ni el supuesto
enfrentamiento entre “unitarios y federales” alcanza como un programa
que vaya a unificar las voluntades de las ciento de miles de personas
presentes. Tampoco la crítica, por más despiadada que sea, a los modos
políticos de la “señora presidenta”. La condición de posibilidad
para la formación de un “partido campo” pasa, en primer lugar, por
vencer al gobierno en la puja distributiva. En términos de Buzzi
“ganar o ganar”.

“Ganar o ganar” plantea una serie de inconvenientes que van, desde el
enfrentamiento de los piquetes chacareros con las posturas dialoguistas
sostenidas por la UIA, la iglesia y el periodismo oficial; hasta el
enfrentamiento físico con la gendarmería y los grupos de choque que
disponga el pejotismo. En este enfrentamiento no hay lugar para tibios,
dijo Néstor Kirchner.

Por otra parte, el frente patronal organizado por las entidades agrarias
comienza a mostrar fisuras en su unidad sin principios; Coninagro comenzó
a pedir la escupidera, reclaman “la no politización de las posiciones, el
discurso o las decisiones que se tomen”, lo que en buen romance significa
que los piquetes no tengan capacidad de decisión y que las discusiones no
salgan de los carriles reivindicativos que dieron origen a la protesta: la
renta agraria.

Desde hace un tiempo atrás, también la Sociedad Rural viene reclamando
la “moderación de los discursos” y hasta el propio Buzzi y De Angeli
salieron apresuradamente a desdecirse de lo dicho, inflamados por el
sentimiento patriótico, ese 25 de mayo.

En tanto los piquetes han vuelto a las rutas. El criterio que aparente
prima es el de un gauchaje moderado dispuesto a la no-perturbación de los
bienes y haciendas ajenos y a la no interrupción del derecho democrático
a transitar por las rutas nacionales.

El problema es que el kirchnerismo especula, en su “ofensiva
antitibia”, conque estos sectores no se animaran a sacar los pies del
plato, ni a destruir producción acumulada.

Si esto se cumple, el oficialismo aunque desgastado volverá a recuperar
parte de la ofensiva política perdida, caso contrario la crisis política
crecerá en intensidad.

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