Luego de mucho tiempo, los argentinos y su clase dirigente en particular, hemos comenzado a prestar atención a los sistemas electorales como mecanismo que, explícita o implícitamente, pueden asociarse con la posibilidad de fraude.
Puntualmente, en las últimas elecciones, una de las agrupaciones electorales en competencia denunció en la Provincia de Buenos Aires la sustracción de boletas, lo que obviamente perjudica al partido político afectado, y da una idea de lo lejos que estamos aún de una democracia seria, verdaderamente representativa, y que logre que, más allá de materializar las formas de gobierno, sea fundamentalmente un estilo de
vida.
Como consecuencia de este fenómeno, la casi totalidad del arco opositor al gobierno actual ha propuesto el sistema de boleta única, a la cual, para tener una idea de cuán lejos estamos del mundo desarrollado, Churchill hace referencia en su Historia de la Segunda Guerra Mundial, mencionando las elecciones de 1945 que paradójicamente perdiera frente al candidato Laborista, Clement Attlee.
El sistema de boleta única, por supuesto, obvia el fraude que emerge de la sustracción de boletas, característico del sistema tradicional, pero también posee otras ventajas, como la de una mayor economía, ya que se necesitan menos recursos en términos de papel, tinta, etc. a la vez que se simplifica un sinnúmero de tareas.
Sin embargo, existe una ventaja adicional que ofrece el sistema de boleta única que no sido suficientemente explorado y que debería ser objeto de análisis asimismo de la dirigencia política: este sistema también posibilita la eliminación de la lista sábana, en tanto se permita al votante la elección extrapartidaria, esto es, el votante no necesariamente estaría obligado a elegir “verticalmente” los candidatos
de un único partido político, sino que podría seleccionar, de entre varios de ellos, a quienes considera más idóneos, como justamente decía Churchill que hacen los británicos por lo menos desde la década de los 40 del Siglo XX.
No hace falta añadir que este sistema también jerarquiza a los partidos políticos, los que se ven obligados a “poner la mejor carne en el asador”, para evitar que otros partidos ganen preeminencia en los cuerpos legislativos.
Con la boleta única se conseguiría entonces que cada candidato tenga las mismas chances de ser electo, no importa a qué partido político pertenezca, en lugar del esquema actual en el que las listas sábanas son “combos” en el que el elector termina votando a quien le gusta y también a quien no le gusta… perdiendo chances candidatos probos e idóneos por el simple hecho de figurar más lejos en la boleta, o
de pertenecer a un partido “que no va a llegar…”
En resumen, la idea de la democracia representativa no es más que la aplicación de la estadística a la vida civil, y del mismo modo que la sangre que nos extrae el bioquímico debe ser representativa de nuestro torrente sanguíneo, los diputados, senadores y concejales deben ser representativos de la sociedad. Si no es así, aunque sea legal, el sistema electoral implica un fraude a la voluntad popular.
Eduardo Antonelli, economista.