Buenos Aires, (Especial para Salta Libre) El Estado burgués, es y sirve, entonces, como una herramienta de las clases más poderosas y económicamente dominantes, para transformarse en clases políticas e ideológicamente dominantes, con lo cual, se abastecen de los resortes necesarios que les permiten continuar con la permanente tarea de acumular ganancias basándose en la explotación de la clase oprimida. «Ni Macri ni Filmus» es la denuncia del estado burgués y sus representantes ante los trabajadores, a los que se les brinda la posibilidad de utilizar el sufragio como una herramienta de lucha que exprese la combatividad que desenvuelven en otros planos. Votar en blanco en contra de los defensores del capitalismo, es un enorme paso para poner en pie una alternativa obrera y socialista en nuestro paìs.
«La Cámara de Diputados transformó ayer en ley un proyecto del Poder Ejecutivo que reprime el accionar del terrorismo y también su financiamiento. La ley, a la que sólo restan su promulgación y publicación, corresponde tanto a un reclamo de EE.UU. como a una presión a la Argentina del Grupo de Acción Financiera Internacional, que el 27 se reunirá en París y amenazaba con hacer un pronunciamiento público declarando a la Argentina país no seguro». (Clarín 14 /06/07)
«El Movimiento Popular Neuquino impuso la mayoría en la Legislatura y archivó el pedido de juicio político contra Jorge Sobisch, a quien la oposición responsabilizó por el asesinato del maestro Carlos Fuentealba. En la sesión del miércoles, tras varios meses de inactividad por la crisis política que enfrentó el Gobierno por la muerte de Fuentealba durante la represión policial del 4 de abril, el oficialismo logró archivar el pedido contra Sobisch». (Clarín 15 /06/07)
Toda la maquinaria del estado burgués esta dispuesta para la coacción (simbólica y física) de los trabajadores y, en todo caso, para la represión sangrienta de la lucha de los mismos cuando estas pasan un cierto umbral y amenazan con poner en desequilibrio las relaciones sociales de dominación.
El Estado burgués nace de la incapacidad de una sociedad dividida en clases, para que se puedan conciliar en forma pacifica los intereses antagónicos que la surcan, o, como está de moda actualmente, para que se «logren los consensos necesarios» (que a punta de pistola) permitan armonizar la existencia de ciudadanos que literalmente se mueren de hambre y frió junto a otros que se amparan en una creciente riqueza, admitida por relaciones sociales que se basan en la explotación del trabajo ajeno.
El Estado burgués, es y sirve, entonces, como una herramienta de las clases más poderosas y económicamente dominantes, para transformarse en clases política e ideológicamente dominantes, con lo cual, se abastecen de los resortes necesarios que les permiten continuar con la permanente tarea de acumular ganancias basándose en la explotación de la clase oprimida. Todas y cada una de las instituciones del estado burgués están al servicio de esta política de dominación.
Pero, la más destacada entre ellas es, eventualmente, el sufragio universal.
Tanto el sufragio universal, como la creación de un ejercito de desocupados y la creciente pauperización de sectores medios (inflación mediante), son instituciones de disciplinamiento social, que la burguesía utiliza a su favor, en la permanente disputa por consolidar el régimen de opresión en contra de las clases trabajadoras.
En condiciones de retroceso en la lucha del movimiento obrero, las ideologías dominantes se vuelven hegemónicas y el pueblo, orientado por los partidos o tendencias proburguesas (de derecha o centroizquierda) reconoce el orden social presente como el único posible, marchando a la cola de los representantes de la clase capitalista, la cual, impera de un modo directo por medio de un enorme y aceitado aparato de formación política. Los medios de difusión ocupan un lugar destacado en esta formación ideológica, pero no son los únicos y hasta es posible que no sean los más importantes.
Una multitud de organizaciones clientelares del estado (Ongs.), los sindicatos propatronales, la iglesia, los partidos políticos y tendencias procapitalistas traccionan en igual sentido mediante la coacción económica, física o espiritual de los trabajadores. Es decir, todo el arco de los que se ven beneficiados por apetitosos subsidios y otras prerrogativas estatales, sirven al fin «cultural» de domesticación social y al impulso y a la justificación, estimulando la inercia del acostumbramiento, de los mecanismos de opresión.
La democracia como limite
Nuestro país asiste, en este sentido, a una aparente incompatibilidad. La clase trabajadora, pese a las trabas que colocan las burocracias sindicales, está fuertemente movilizada por toda una serie de reivindicaciones que sacan a la superficie las grandes contradicciones que corroen la iniciativa burguesa y que hoy se manifiesta de la mano del kirchnerismo. Detrás de cada lucha aparece nuevamente el espíritu de los escarches y los cánticos por «que se vayan todos», retomando las masivas expresiones de sentido popular que se enarbolaron en el Argentinazo; esto hace que el gobierno kirchnerista haya adoptado una pose demagógica y que, mediante la cooptación de sectores progresistas, se vista con el disfraz populista de aquel que vive en campaña electoral permanente.
Sin embargo, toda la combatividad expresada en las luchas populares carece de representación política en medio de los procesos electorales, donde esta tendencia a la protesta social parece disolverse en preferencias más conservadoras. Los resultados electorales demuestran que, mayoritariamente, las clases populares están decididas a elegir, con una vocación cargada de amnesia, sólo entre aquellos partidos o candidatos que se convertirán en sus próximos verdugos.
Las últimas elecciones muestran esto de modo ostensible. Más del 90 % de los votos emitidos por el electorado se suman a candidaturas que responden a partidos o candidatos del régimen, esto fue así en Neuquén, en ciudad de Buenos Aires, en Catamarca y en Tierra del Fuego, sólo para mencionar algunas.
De esta manera podemos afirmar que los teóricos de la burguesía van logrado, hasta el momento, ganarle una tras otra, las batallas culturales e ideológicas a los partidos de la izquierda, haciendo primar, en la conciencia de las masas, la posición sobre la necesidad del mantenimiento de la democracia burguesa como único régimen político posible. Los procesos electorales se transforman de esta manera, en plebiscitos a favor de la continuidad del régimen de explotación; no permitiendo que la izquierda haga pie entre los trabajadores y lo que la constituiría en una alternativa de poder.
Esta claro, que para la batalla de hoy, la burguesía cuenta en su haber la represión dictatorial del ’76/’83 que dejó miles de muertos y desaparecidos entre destacados cuadros revolucionarios y luchadores obreros y estudiantiles, desarticulando a los partidos de la izquierda, generando una cultura de terror en el pueblo, proscribiendo cualquier actividad política y social, etc. mientras que los representantes de los partidos burgueses dotaban a los genocidas de cuadros ministeriales, intendentes e intelectuales que colaboraban en el exterminio físico de la izquierda argentina.
Esta claro también, que la represión no es sólo una cosa del pasado. Casi el 80% de la legislación laboral y penal en nuestro país tiene influencias dictatoriales; lo que ha permitido a las patronales privadas y estatales, en complicidad con la burocracia sindical, desmantelar los núcleos de activistas y militantes fabriles clasistas, sea mediante el despido o directamente poner a disposición de la policía u otras fuerzas represivas a los luchadores sociales, armado causas judiciales truchas. La judicialización de la protesta es otro recurso represivo que abunda en estos tiempos.
Pero en el análisis de esta batalla ganada, no puede soslayarse el rol fundamental que juegan, desde el derrumbe de la dictadura hasta acá, las llamadas fuerzas «progresistas» de centroizquierda y todas sus teorizaciones sobre la «lucha por profundizar la democracia, la justicia social y la distribución de la riqueza». Estas teorizaciones, de todo el espectro «progresista» y aun de alguna izquierda, son en realidad un plagio remozado del viejo axioma que el alfonsinismo recitaba junto al preámbulo de la Constitución haya por 1983, «Con la democracia se come, se educa y…» Más de dos décadas de hambre, entrega, represión e impunidad han pasado desde que estas consignas fueron tiradas al ruedo por uno de los mayores oportunistas en la historia nacional, y sin embargo el centroizquierda las sigue resucitando con renovada energía. Luego, acusan de nostálgicos a los luchadores de izquierda.
Sufragio universal
y centroizquierdismo
Todas las consideraciones «progresistas» destinadas a ensalzar la democracia burguesa y el sufragio universal, como la mayor representación del esfuerzo social en su lucha por la profundización de la democracia; intentan colocar en un primer lugar al espacio electoral, como si se tratara de una institución superior al carácter de dictadura social que la burguesía ejerce desde el poder; el oportunismo «progresista» escamotea la lucha entre clases sociales y la trampa que representa el sufragio universal para disimular la opresión.
Encubrir la lucha de clases les plantea a las direcciones sindicales del centroizquierda, una disyuntiva de feroz enfrentamiento con los trabajadores que salen a disputar con la burguesía el mejoramiento de sus condiciones de vida; porque, quitar del medio, de un modo arbitrario o ilusorio el conflicto de clases no puede hacerse sin alguna dificultad y sin la perdida de representatividad entre los sectores populares.
Yasky, lo hizo en las últimas luchas docentes y terminó pegado sin disimulo con los que mandaron la gendarmería en contra de los maestros de Santa Cruz y desactivando junto a Kirchner y la burocracia de ATEN las movilizaciones docentes y populares, que en Neuquén pedían la cabeza de Sobisch responsabilizándolo de la muerte de Carlos Fuentealba. Ariel Basteiro, paradigma del dirigente funcionario, hoy integrante del directorio de Aerolíneas Argentinas, hizo lo mismo con los aeronáuticos; y así podríamos seguir, los ejemplos sobran.
Todo el contenido supuestamente independiente y horizontal de estas propuestas «democratizantes», se revela como una defensa vergonzante del capitalismo, que sólo puede entenderse por la subordinación de estos dirigentes-intelectuales a sus propios privilegios individuales, los cuales tienen sentido de ser bajo una sociedad dividida en clases.
El acriticismo, el conservadurismo y la hipocresía de estos sectores, responde a una fenomenal servidumbre ideológica a los patrones, y tiene como objetivo prioritario negar la existencia de una alternativa obrera y socialista al capitalismo. Es decir, el democratismo progresista que los caracteriza es por naturaleza reaccionario y se encuentra cargado de cobardía en el plano de la acción política.
Acertadamente el humor popular bautizó a todos estos proto-funcionarios como «borocotizados». Ahora bien, con la misma energía que sostienen que el estado burgués arbitra por encima de los intereses de las clases sociales, logrando de esta manera, a partir del sufragio universal, representar los intereses generales de la sociedad; sostienen una fuerte campaña en contra de la izquierda anticapitalista a la que acusan de no ser democrática o de responder a intereses ajenos a la clase obrera.
El modelo es como
el collar del perro
Los argumentos del centro izquierda que presentan a la «democracia en general» como el ultimo régimen político posible, sin cuestionar cual es la clase social que gobierna el estado, los lleva a enfocar los problemas políticos y económicos como si se tratasen de problemas que están por encima de las de los intereses en pugna.
Obviamente, se ven en la necesidad de realizar una cantidad de malabares intelectuales para demostrar que es «el modelo» el que atenta en contra de las condiciones de vida de los trabajadores y no el sistema capitalista (sea en su forma democrática o dictatorial) con sus leyes de explotación, abuso y condena a la barbarie de enormes sectores del pueblo.
La democracia, es una forma de gobierno que, eventualmente, la burguesía adopta para su Estado, en el convencimiento de que de esta manera se le facilita ejercer en forma más efectiva su dictadura social cuyo propósito final, es que se sigan cumpliendo las leyes de dominación sobre los asalariados. Al capitalismo lo mueve su afán de ganancias y para que estas se registren, es menester impedir que el salario de los trabajadores sobrepase un limite máximo (Ley de Bronce del salario).
Llámese, «salario digno»; «que cubra la línea de la pobreza» o cualquier otra vuelta semántica que se le quiera encontrar, la realidad actual manifiesta con crudeza que los viejos objetivos de acumulación de ganancias siguen siendo los únicos y prioritarios para las patronales.
¿Quién puede negar hoy, que la acumulación de riqueza en un polo aumenta sideralmente la acumulación de pobreza en el polo opuesto?
La «denuncia progresista» sobre el obsceno crecimiento de la brecha entre ricos y pobres en nuestro país, al dejar de lado el carácter estructural de esta «brecha», los conduce al callejón sin salida de acusar al «modelo de acumulación neoliberal», como si éste se tratase de una abstracción que depende del capricho o de la voluntad del representante de la burguesía, que eventualmente, ocupe el sillón de Rivadavia.
De todas maneras, si la «brecha» se constituye en un problema fundamental y la «distribución de la riqueza» en el único objetivo posible para las direcciones sindicales, como se entiende que sigan aferrados al kirchnerismo, el cual, en todos estos años en el poder no ha hecho más que consolidar la injusticia en la distribución. El capitalismo argentino, termina por demostrarse más marxista en los hechos, que muchos de los que juguetean con un ejemplar del «Manifiesto comunista» en sus reuniones sociales.
Macri y Filmus mas de lo mismo
La izquierda porteña no sobrepasó el 5% de los votos en la última elección a jefe de gobierno, sin embargo esta a punto de protagonizar un hecho muy importante. El acuerdo sostenido por los principales partidos para el voto en blanco o la abstención en la segunda ronda, marca todo un programa de independencia política frente a las trampas de los partidos y candidatos del régimen y abren las perspectivas, para la discusión de un frente más amplio con vistas a las próximas elecciones presidenciales de octubre.
La consigna «Ni Macri ni Filmus» puede despertar la indignación entre los sectores de centroizquierda e intelectuales supuestamente independientes, pero es legitimo producto de una postura independiente frente al entrampamiento a que se quieren someter a los trabajadores y el pueblo de la ciudad de Buenos Aires.