Cuando los opositores a la legalización del aborto abusaban de alusiones como “Salta defiende las dos vidas” o se identificaban con los colores de la bandera argentina, no sólo trataban como extranjeras indeseables a quienes impulsaron durante meses el proyecto.
También defendían una determinada sociedad salteña, una determinada sociedad argentina. Le han llamado, le seguirán llamando “Salta”, “Argentina”, porque de ese modo pueden conferirle una identidad que pretenden imponer, pero también porque así ocultan determinadas relaciones sociales que desean conservar.
Quieren enseñar una identidad provincial, una esencia, allí mismo donde las mujeres que ganaron la calle de Salta el 8 de agosto des cubrieron una sociedad con sus dominaciones.
Por más que le den al parche de la identidad y de las tradiciones, las consignas, los símbolos, los discursos, las leyendas y los si lencios de los y las dirigentes y senadores nacionales que se opusieron al proyecto fueron mostrando el lugar que se les reserva a las mujeres en la sociedad.
En primer lugar, la defensa a ultranza de la vida “desde el mismo momento de la concepción” enseña a la mujer a sufrir en su cuerpo, y le cercena el disfrute de su sexualidad.
A esas mujeres -¡la mayoría jóvenes!- se les pretende obligar, llegado el caso, a llevar hasta el fin un embarazo que no desean -una especie de castigo-, y a las que deciden abortar se las manda al infierno de la clandestinidad.
¿Y porqué, al escuchar a los defensores de la dos vidas, se podía sentir muy palpable el eco de todos los prejuicios, miedos, culpas y prevenciones con respecto a la sexualidad que seguramente aún hoy se transmiten en los confesionarios, donde la palabra placer –con serios agravantes si se trata de una mujer- sólo es sinónimo de pecado?
Y en segundo lugar tampoco hacía falta escuchar a Albino y su llamado a poblar la Argentina para darse cuenta de que la élite del movimiento celeste ha dispuesto que el papel de la mujer en esta sociedad es fundamentalmente el de la reproducción. Claro, las mujeres pueden renunciar a esa función, pero sólo si al mismo tiempo renuncian a la actividad sexual.
Ya los salteños de estirpe y bien nacidos, como diría el ilustre promotor del machismo local, Bernardo Frías, pueden calificar como unas descocadas buscadoras del placer fácil, hijas desagradecidas de la Salta tradicional, o apóstatas de la salteñidad a las mujeres que se movilizaron a favor del aborto legal.
En realidad, son mujeres que ya no están dispuestas a aceptar aquellos papeles sociales y que pretenden cambiar relaciones de poder tal como se ejercen en Salta. Pretenden acabar con eso que llaman patriarcado.
Andrés Gauffin, periodista
– afgauffin@hotmail.com
Foto: Marcos Valdiviezo