Osvaldo Tamborra publicó el último bienio tres libros de poemas, además de una colección de cuentos cortos: “Luces y sombras” (2013). Habla esto a las claras sobre su insistencia para apuntalar con palabras, metáforas, ritmos y argumentos, algo de lo endeble y extraño que observa a su alrededor.
Demuestra el empecinado afán por reconstruir, tensando sus propias posibilidades expresivas, trozos, aspectos, fragmentos y tramos de lo que advierte a diario deconstruido por obra de los prosaísmos y otras descorazonadoras situaciones antipoéticas, propias del mundo de la vida. Lo curioso y hasta original es que el autor no se evade de él sino que, asumiéndose inmerso en los dominios de manifiesta enemistad con el alma y hasta con el buen gusto en estos tiempos violentos contra el arte, le sale al paso a sus aprietos, trampas y obstáculos, cargando sobre los “hombros ruinas iluminadas” para afianzarse y soportar así “vientos que muestran abandono”.
En la nueva obra editada, compuesta por versos libres y blancos: “Urdimbre y trama” (2014), se afianza esta condición de desafío y a la vez de dramática pertenencia a la realidad que le tocó en suerte. No hay sombra aquí de afanes por un recogimiento esteticista en alguna torre de marfil.
Desde el lenguaje cotidiano empleado hasta el mensaje directo y no por eso carente de sugerencia, todo muestra y demuestra que el poeta está conciente de su misión; no sólo descriptiva o meramente dada a relatar los seres y las cosas a su alcance, sino afirmada en una posición en algo -o en mucho- reparadora, o mejor todavía decidida a extender ideal a ideal el íntimo horizonte de vida y sueños. Y ello sin proponerse la meta neurótica de desentramar el caos primordial, con cuyos ecos fatalmente tropezamos a diario.
Más allá del título de la obra -de cierta resonancia borgeana-, Osvaldo Tamborra no pretende destejer enigmas ancestrales ante los ojos del lector. Tampoco intelectualiza su inspiración y será por eso que ha obviado citas y epígrafes, salvo la incorporación de una extratextualidad en la página 29. Del mismo modo no hay en la obra una consigna lúdica, como no la hay por ejemplo en “El partido de bolos y otros poemas” (2013), el libro póstumo del siempre recordado Juan García Gallo.
Tres partes componen “Urdimbre y trama” y van dirigidas más en orden ascensional que vinculadas en un proceso dialéctico. La primera está identificada con el tiempo y sus rompientes sobre las islas de la memoria, la desmemoria, la nostalgia y la experiencia del deshojamiento interior: “Me siento cada vez más lejano/ Más lejano y más vago./ Tal vez porque las cosas se van yendo,/ o porque soy yo quien se va”. La segunda sección vincula el sentido de la “palabra” en tanto “logos” con el de “poesía” en tanto plenitud posible; emblemas arquetípicos ambos: “palabra” y “poesía”, rodeados sino alcanzados aquí con jaculatorias metalingüísticas y metapoéticas: “Mis letras forman palabras./ Estas son ramos secos de dudas./ Nada más son.” Y llega exhausto y esperanzado finalmente a los dominios del amor y sus sostenidas agonías de presencia y olvido: “como espinas clavadas muy adentro”.
No habrá sido un viaje lírico fácil para Osvaldo Tamborra –un reconocido editor y gestor cultural por lo demás-, como que la auténtica literatura se nutre de elementos no literarios y en general dolorosos. Pero por cierto sí lo intuimos feliz para quien siga ahora el trayecto deteniéndose en cada página de este libro, que entre otros valores merece destacarse por lo sincero y personal de su decir.
- Carlos María Romero Sosa
Poeta y crítico.
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