¿Qué tienen en común el kichnerismo, la alianza Alfonsín-De Narváez, el frente que lidera Hermes Binner, la Federación Agraria, Eisa Carrió, los movimientos sociales, Gabriela Michetti, los dirigentes de la CTA, los organismos defensores de los Derechos Humanos, Eugenio Zaffaroni, Martín Sabbatella y hasta el rabino Bergman? Que además de vivir y hacer política en Argentina, todos se definieron, alguna vez, como progresistas. Muchos lo hacen todavía como principal argumento electoral. Es más, esta campaña podría entenderse como una suerte de interna entre fuerzas progresistas. A esta altura vale preguntarse ¿qué es el progresismo?
El concepto de progresismo fue mutando con el paso del tiempo. Nació como contraposición a las ideas autoritarias de finales del siglo XIX. Luego fue parte indisoluble de las ideas socialistas a comienzos del XX, más ligadas a combatir la desigualdad social y las condiciones laborales de explotación. La irrupción del comunismo destinado a “barrer” con las injusticias del capitalismo dejó al progresismo como una antigualla.
Los progres, en opinión de los marxistas, sostenían una retórica moderada y gatopardista. Cuando el mundo bipolar dio paso a la supremacía del capitalismo, el progresismo democrático tuvo su revancha. Los sectores populares siguen llevando la peor parte en la distribución de la riqueza y el mercado se había convertido en dios y bandera de las corporaciones. Contra eso había que luchar. En América latina, las ideas progresistas -más justicia social, presencia del Estado como organizador de la economía, gobierno de las mayorías, salud y educación para todos, entre otras- fueron sostenidas por partidos populistas y de izquierda. Sin embargo, en la actualidad el progresismo es una palabra que parece decirlo todo y, en la mayoría de los casos, no dice nada.
Es una pena que los términos “de izquierda” y “de derecha” tengan tan mala prensa. Ayudarían a entender. Pasa que la derecha en Argentina, en todo el continente en realidad, dio sustento a las peores dictaduras y habilitó graves violaciones de los derechos humanos. Mauricio Macri, por ejemplo, se incomoda cuando alguien lo ubica en ese lugar ideológico. La existencia de un partido que represente a una derecha republicana y moderna es una buena noticia para el sistema. Debería existir consenso sobre este punto. Lo mismo ocurre con la definición “de izquierda”. Se lo asocia a la justicia sin libertad, a la violencia y también a prácticas autoritarias.
La retórica del peronismo: el “ni yanquis ni marxistas”, hizo lo suyo. De hecho el propio peronismo se encargó de cobijar, alternativamente, ideas de izquierda y de derecha. Por eso utilizar el término progresista es más fácil y menos riesgoso. Ahora bien, ¿Significa algo cuando hasta los dirigentes de derecha lo utilizan? ¿No sería mejor reivindicarse de izquierda o directamente como socialistas? Sin duda es un debate posible y necesario. Los disfraces ideológicos sólo contribuyen a la confusión. En Brasil hasta los comunistas y el Partido Verde formaron parte del PT y en Uruguay, los tupamaros fueron decisivos en la construcción del Frente que gobierna.
El gran desafío que tiene por delante el llamado Frente Amplio Progresista -la sociedad electoral entre Binner, Luis Juez, Pino Solanas, Víctor De Genaro y Margarita Stolbizer– es hacer atractiva una propuesta política “de izquierda”. Si la alianza recién nacida se ubica a la derecha del gobierno nacional, no tendrá otro destino que el fracaso. ¿Cómo articular un discurso que ratifique los avances de los últimos años y señale las faltas y defecciones del oficialismo en el mismo período? Pero no todos piensan igual en la flamante coalición.
El Socialismo, Proyecto Sur y la CTA apoyaron la Ley de Servicios Audiovisuales, la estatización de las AFJP y la recuperación de Aerolíneas Argentinas. Margarita Stolbizer y Norma Morandini –nominada candidata a vice- nunca exhibieron el mismo entusiasmo ante estas iniciativas. Para hacerle el juego a las corporaciones ya hay muchos anotados.
En los próximos días se sabrá si la nueva fuerza se convierte en un ámbito de transformación destinado a persistir en el tiempo como una alternativa de poder o sólo es en una alianza “progresista” que no incluyó a la UCR por su sociedad con Francisco De Narváez. Por cierto, un millonario “progre” de la nueva derecha. Vale recordar que la última fuerza política que se autodenominó progresista fue la Alianza que terminó con Fernando De la Rúa presidente.
Una de las cosas positivas de esta hora es que las definiciones políticas volvieron a tener relevancia. Los asesores de Mauricio Macri lo comprendieron a la perfección. En un intento por evitar la segunda vuelta le sugirieron al Jefe de Gobierno porteño que se corra de la derecha hacia el centro. Por esa razón se decidió “esconder” al rabino Sergio Bergman, después de ubicarlo a la cabeza de la lista de legisladores, y no habla de seguridad sino de cuestiones sociales. En caso de no lograr imponerse en primera vuelta, le explicaron al ex presidente de Boca, estar en el centro puede ser decisivo para sus chances. Tanto Daniel Filmus como Pino Solanas expresan ideas de centroizquierda.
Ricardo Alfonsín, en tanto, ocupa parte de su tiempo en explicar cómo su nuevo marco de alianzas no implica un giro a la derecha. Nadie tiene muchos colaboradores en esta empresa. Eduardo Duhalde aplaudió el encuentro entre el hijo de don Raúl y el empresario colombiano. Macri hizo otro tanto: el PRO no presentará candidato a presidente de la Nación como una manera de tributar sus votos a esa fórmula presidencial.
En tanto, Cristina Kirchner demora la definición de su candidatura. La alta intención de voto que mantiene en todo el país le permite elegir el momento de su lanzamiento. Más allá de las especulaciones, en el gobierno no hay plan b y todos sus competidores están en la cancha. Las noticias de los últimos días no son alentadoras: el escándalo desatado con el manejo de fondos en la Fundación Madres de Plaza de Mayo y la pelea en el INADI, se convirtieron en un festín tanto para los opositores como para los medios concentrados.
Las críticas sinceras por la falta de control de los dineros públicos se mezclan con las operaciones aviesas para desacreditar la política de derechos humanos impulsada por el gobierno. Aquí también se puede discernir entre dirigentes honestos y preocupados por la malversación organizada por Sergio Schoklender, de la calaña de especuladores que apuntan a las Madres y lo que representan. Más allá de estas consideraciones, la presidenta otra vez es víctima del fuego amigo. Los manejos de Schoklender y las prebendas en el INADI no son construcciones mediáticas. Están allí. Pocas cosas son más reaccionarias que la corrupción.
Mientras tanto todos son progresistas hasta que se demuestre lo contrario.
- Reynaldo Sietecase. Nota publicada en “Diario Z” edición (16.06.2011).