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Un testigo contó que la municipalidad de Orán fue tomada tras el golpe

El 24 de marzo de 1976 la Municipalidad de San Ramón de la Nueva Orán amaneció con las puertas cerradas y rodeada por gendarmes armas en mano. A las 7, horario de ingreso de los obreros y empleados, esa valla de hombres y armas les impidió el paso. Se les informó que debían esperar afuera la llegada del nuevo interventor. “A las 7:30 llegó el segundo comandante Pablo Caballero, que se hacía cargo de la municipalidad”, relató ayer Héctor Oscar Vallejos, ex empleado municipal.

Siempre secundado por un sargento armado, Caballero reunió a los municipales en el segundo patio del edificio municipal, les habló y los mandó a cumplir sus tareas. Pero algo había cambiado: ahora había siempre unos militares y gendarmes retirados que los vigilaban, y controlaban que no se demoraran en los pasillos o charlaran.

Vallejos declaró en la continuidad del noveno juicio por delitos de lesa humanidad que se lleva a cabo en Salta. La buena memoria del testigo vino a explicar los olvidos de otros, para quienes el golpe pasó casi inadvertido. Ayer mismo hubo un ejemplo de esos desmemoriados, el testigo Toribio Elizondo, también empleado municipal, que del momento del golpe solo recordó que cambiaron al intendente y algún secretario.
“Nos sentíamos controlados, porque adentro de la militares y gendarmes retirados”, aseguró Vallejos, quien militaba en el Partido Comunista, actividad que compartía con Mario Bernardino Luna, también empleado municipal y quien fue secuestrado y desaparecido el 3 de septiembre de 1976. Para entonces ya había desaparecido otro compañero, René Russo, y las cosas en el municipio estaban tensas: “había muchos comentarios, mucho temor”, siempre bajo vigilancia.

Vallejos recordó con mucha claridad a Bernardino Luna, dijo que trabajaba en el área de Obras Públicas, era “planista, copista de planos”. Era “un trabajador responsable”. Y cuando fue secuestrado “todo Orán se enteró de eso” porque su padre, Rogelio Luna, “andaba como loco” buscándolo, tratando de denunciar su secuestro (en la comisaría de Orán le dijeron que no tenían combustible para salir a buscar a los secuestradores) y buscando pistas. Además, Rogelio, que era locutor y tenía una propaladora callejera, “era muy conocido”.

Vallejos también recordó que tras la intervención, de los operativos de control en los comercios participaban gendarmes armados junto a los inspectores, y concurría el propio interventor. De los dichos del testigo se desprende que estos operativos buscaban más generar el terror que combatir irregularidades: se hacían de noche y cualquier infracción, por más leve que fuera, daba lugar a la clausura del local.

Informe: Elena Corvalán

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