En la Feria del libro de este año el juez Eugenio Zaffaroni presentó su libro «La palabra de los muertos». Es un estudio que le ha llevado casi tres décadas; no tenía fines académicos sino un objetivo político- social: el de desenmascarar la criminología mediática. Esta es la que muestra un mundo amenazado por el delito común y el terrorismo. Es la que se construye desde los medios de comunicación al servicio del poder y de un modelo de «Estado gendarme» y «policial» con raíces norteamericanas, alimentando el miedo, la paranoia, y que genera como única respuesta la creencia de que la salida es la venganza, el ajusticiamiento, el castigo, la represión.
La fuerza de este paradigma vuelve invisible a los muertos en las mayores masacres. Los ejemplos son los genocidios (armenio, el holocausto, las matanzas de Ruanda, Somalia, Irak), pero también están las ‘masacres por goteo’ (desde el Estado) como las ejecuciones sin proceso, las torturas, las muertes en las cárceles. Para ello Zaffaroni propone una ‘criminología cautelar’ que preserve la vida humana propiciando una ‘sociedad inclusiva’. “La criminología mediática incita a la venganza demagógica, a liberar el poder punitivo de los controles y que busca ponernos en el camino de las masacres”, citó el juez en su presentación.
Volvió a ser noticia este año pero esta vez desde el amarillismo de las corporaciones. Tuvo que vivir en carne propia lo que había conceptualizado sobre los medios, como ‘construcción mediática de la realidad’. Fue ‘lapidado mediáticamente’ con acusaciones de que tenía departamentos a su nombre donde se regenteaba la prostitución y la trata de personas.
Ocupó la tapa de diarios durante más de una semana, más todo el engranaje de las radios y la TV de los monopolios hegemónicos. Las falsedades continuaron con que tuvo reuniones con la Casa de Gobierno, con cuentas bancarias en el exterior (sin aclarar que estaban legalmente en orden); con el hostigamiento en la puerta de su domicilio donde se lo fotografiaba, el hackeo de sus correos electrónicos para adulterarlos.
En la Facultad de derecho de la UBA se realizó un acto de desagravio ante estas ‘operaciones de prensa’ (que por los datos que se manejan no están muy lejos de lo que se descubrió en Inglaterra, en como un monopolio de medios espiaba y ‘pinchaba’ teléfonos para luego informar), a su vez el juez Zaffaroni inauguró un ciclo de clases. En esa clase habló como ‘observador participante’, caracterizando los hechos, las motivaciones, el perfil del agredido, el instrumento, la mecánica y los objetivos de la agresión.
De los doce motivos expuestos, citaremos algunos:“Sectores minoritarios de seguridad afectados ávidos de venganza ( y de advertir a otros) porque el lapidado promovió el secuestro de 4 millones de dosis de paco y el procesamiento de más de 100 personas”; “Sectores burócratas internacionales o de sus subordinados o lacayos locales, preocupados por lo que el lapidado discurre acerca del crimen organizado y en especial respecto del lavado de dinero” y con respecto a los periodistas: “Empleados de empresas amarillistas que procuran obtener la noticia del año y ser premiados con algún emolumento complementario”.
Es contundente cuando define que la prensa amarilla (como instrumento) es una patología de la comunicación que por regla general tiene un público cautivo cercano al de la clientela de la pornografía. Por eso al amarillismo no se lo combate con censura sino con definiciones.
¿Cuáles fueron los objetivos de esta agresión?, el juez las sistematiza:”obtener su alejamiento de la función y el desprestigio de las instituciones; generar una confusión política en medio de una campaña electoral; provocar un enfrentamiento entre sus colegas del Tribunal; desarmar su prestigio internacional”. Como ‘consecuencias sociales del hecho’ tiene diferentes efectos. Describe que ante esta metodología de hostigamientos se podría caer en el riesgo de estimular una «ley mordaza» para censurar, pero esto debe evitarse.
Se puede separar el amarillismo de los medios de los medios serios. Con respecto a lo político, si se los sigue generalizando se hace creer a la opinión que “en la función pública y en la política nadie está limpio, que todos los candidatos son sucios, que todos se mueven por intereses bastardos, que no hay ideales ni vocación de servicio.
Eso es la antipolítica y ésta es el campo de cualquier aventurero extrasistema y siempre fue el preludio de todas las dictaduras, con costos invariablemente muy alto para los pueblos”. Sobre el final se pregunta qué mueve a alguien a realizar todo esto: “¿qué genera o motiva semejante grado de odio? Y llega a la conclusión de que en el fondo es el afán crematístico y de poder. Poder y dinero es la clave”.
- Lic. Carlos Liendro
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