Como sobrevivientes a las crisis del país, vapuleados, con sueldos de miseria, los periodistas llegamos a otro 7 de junio Día del Periodista, sin motivo para celebrar. Para colmo de nuestros males, vivimos hoy tiempos donde prima un empalagoso manoseo libertario de una falsa libertad como lluvia de burbujas en el aire.
La nueva realidad es que vivimos tiempos de un neoliberalismo salvaje, de odio, de silenciamiento de quien piensa distinto, de disciplinar con el temor a voces que se alzan contra el poder de turno, cuando sabemos que la verdadera libertad es no tener miedo.
Cinco puntos base para analizar esta nueva realidad:
1.- Solo la semilla del odio y las mentiras crece en el Edén del periodismo. Imaginemos la democracia no como una estructura inerte, sino como un jardín delicado.
Sus flores son las libertades individuales, sus árboles, las instituciones robustas. Pero el agua que lo nutre, el aire que lo oxigena y la luz que lo hace florecer, es la información libre y plural.
Cuando Javier Milei, desde el púlpito amplificado desde sus redes sociales y medios afines a intereses económicos, lanza ataques de odio contra periodistas, no solo está arrojando piedras; de hecho, está intentando sembrar una semilla de desierto en este jardín.
En el desierto de la verdad única, solo crece la erosión de la pluralidad. Cada ataque, cada insulto, cada descalificación hacia un periodista o un medio que ejerce el rol de contrapoder, es un intento de silenciar una voz, de reducir una perspectiva.
Si el periodismo se ve acosado, amedrentado y denostado públicamente por el propio presidente, el mensaje que se envía es claro: «Solo hay una verdad, la mía».
Esto crea un terreno yermo para el debate, donde la disidencia se vuelve sospechosa y la crítica, una traición. La confianza ciudadana se marchita y solo crece el veneno de la desinformación.
2.- Los ataques de odio no solo buscan desacreditar al periodista; buscan dinamitar la confianza del ciudadano en la fuente de información. Si el presidente clama que los periodistas son «mentirosos», «operadores» o «enemigos», el tejido de la confianza se desgarra.
Y en ese desgarro, el veneno de la desinformación encuentra su caldo de cultivo. Un pueblo que no confía en sus medios de comunicación es un pueblo vulnerable a la manipulación, incapaz de discernir entre el dato y la propaganda, entre la verdad y el relato interesado.
Esta es la tierra fértil para el autoritarismo, donde el líder se erige como la única fuente de verdad y la crítica externa es silenciada por el descrédito prefabricado.
3.- La autocensura como plaga silenciosa. Cuando el miedo se instala, el coraje se repliega. Los ataques de odio no son inocuos; generan un clima de intimidación que puede derivar en autocensura.
¿Qué periodista se atreverá a investigar a fondo, a hacer las preguntas incómodas, a fiscalizar el poder, si sabe que se expone no solo a una crítica legítima, sino a una campaña de desprestigio y hostigamiento digital, alentada desde la más alta magistratura? La autocensura es una plaga silenciosa, una helada que congela la capacidad de los medios para cumplir su rol esencial: el de ser los ojos y oídos de la ciudadanía, el de iluminar los rincones oscuros del poder.
4.- La Tormenta perfecta de la polarización: El fuego que consume el diálogo. Los ataques de odio de Milei a periodistas no solo siembran desconfianza; también avivan las llamas de la polarización extrema.
Al demonizar a una parte fundamental de la sociedad –los medios y sus profesionales–, se refuerzan las divisiones, se construye un «ellos» contra un «nosotros».
Esto genera un ambiente de hostilidad donde el diálogo se vuelve imposible, la empatía se marchita y la búsqueda de consensos se percibe como una debilidad.
En este escenario de enfrentamiento constante, la democracia, que se nutre del debate y la construcción colectiva, se asfixia. Es el fuego que consume las raíces del árbol democrático.
5.- El llamado es a proteger este jardín. Los ataques de odio a periodistas por parte de Javier Milei no son meros exabruptos ni estrategias políticas. Son una amenaza existencial para la democracia argentina. Al minar la credibilidad del periodismo, erosionar la confianza ciudadana, fomentar la autocensura y profundizar la polarización, se está desmantelando gradualmente los pilares sobre los que se asienta un sistema de gobierno libre y plural.
Proteger a los periodistas no es un capricho; es una necesidad democrática imperativa. Es asegurar que el jardín de la democracia siga recibiendo el agua vital de la información, el aire de la pluralidad y la luz del escrutinio.
De lo contrario, nos arriesgamos a ver cómo este edén de libertades se transforma, lenta pero inexorablemente, en un desierto donde solo la voz del poder resuena, ahogando el eco de la verdad y la pluralidad. Y en un desierto, la libertad ya no puede ni podrá florecer.
- Exclusivo para Salta Libre










