En los primeros días de junio de 1982 debo haberme sorprendido al recibir una carta remitida, el 31 de mayo, por el escritor Hugo Fiorentino invitándome a colaborar en la hoja de poesía Rama Quebrada, que codirigía con Paulina Ponsowy. Sin duda fue una grata noticia entre las tantas preocupantes que escuchaba a diario sobre la guerra de las Malvinas, próxima a epilogar ya en forma dramática para la Argentina.
Si bien desde un lustro atrás escribía con asiduidad artículos y comentarios bibliográficos en La Capital de Rosario y también lo hacía aunque más esporádicamente para otros medios gráficos, creo que nadie me había solicitado con la formalidad de esa esquela de Hugo integrarme a una publicación. Le respondí de inmediato agradecido, le adjunté algún poema y a partir de allí inicié con el lírico autor de los poemarios “Ausencia iluminada” -libro de 1963 que prologó Germán Berdiales– y “De entre las nieblas” (1969), una amistad fructificada mediante el diálogo habitual y enriquecedor para mí, interrumpido con su muerte el 4 de noviembre de 1991.
Cuando se registre la historia de las revistas literarias y de las hojas de poesía impresas en el país en las últimas décadas, algunas como Rama Quebrada extinguidas poco antes de la llegada de Internet -donde curiosamente no encontré ninguna referencia a ella- y las publicaciones digitales con sus posibilidades de acceso masivo, habrá que mencionar esta plaqueta modesta en su forma, quizá de no muy amplia difusión, pero de interesante y variado contenido.
Su inició fue en 1981 y dejó de aparecer algunos años antes de la muerte del codirector, ocurrida a los sesenta y cuatro años de su edad. Había nacido en Merlo (Provincia de Buenos Aires) en 1927. La pieza más antigua que conservo en mi poder corresponde al número 3 y se trata de un homenaje a Juan Ramón Jiménez que lleva fecha de diciembre de ese año.
En cuanto al 4, es de mayo de 1982 y hay allí poemas de la brasileña Teresinka Pereira, profesora de la Universidad de Colorado (EE.UU) y del colombiano Oscar Echeverri Mejía, miembro de la Academia Colombiana de Letras. Salto algo en el tiempo y observo que un poco más adelante la publicación tendió a mensualizarse. Así en diciembre de 1982 apareció el número 7 que presentaba unos versos de la rosarina Ana María Junquet, en tanto que el 8 corresponde a abril de 1983 y el 9 con estrofas de María Alicia Domínguez, Jorge Lomuto y mías, a mayo-junio del 83´, contando ya varias de estas últimas entregas con la indicación al pie de las primeras páginas que habían sido realizados por gentileza de “Impresos Mario Rubín”, Uriburu 578, 8avo, piso, de la ciudad de Buenos Aires. El número 15, de 1985, traía una novedad: al extenso poema Godot de Julio Carreras (h) lo acompañaba una ilustración del mismo autor.
En alguna ocasión me comentó Hugo –intuitivo conocedor con el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón que la poesía es la única prueba de la existencia del hombre-, sobre las pretensiones de la hoja poética que eran, de mínima, la divulgación de autores conocidos y desconocidos, capitalinos y del interior -un número se dedicó a las letras salteñas, por ejemplo-, argentinos y latinoamericanos; y de máxima, sino estrictamente integrarlos, dar oportunidad para generar relaciones culturales y derribar la tan común -y paradójica- actitud de los escritores de carecer de comunicación directa con sus colegas, encastillados en sus torres de marfil.
Doy fe de que en algunos casos Rama Quebrada logró cumplir ese objetivo. Por de pronto gracias a su espacio, a mis treinta años y algo más después, edad en la que se persiguen con afán camaraderías espirituales y magisterios, tuve oportunidad de abrevar en las enseñanzas de Juan Filloy, con quien tanta comunicación epistolar tuve hasta su fallecimiento en Córdoba en julio de 2000, próximo a cumplir 106 años. Y recoger los consejos de la profesora Nélida Salvador, tan buena poeta como erudita investigadora literaria. Y por esos años eran motivo de charla nuestras respectivas colaboraciones, al encontrarnos en la calle puesto que éramos vecinos del barrio de Recoleta con Orlando Otero Clotet, cuando se dirigía a sus quehaceres en la Biblioteca del Congreso de la Nación y me hablaba de su ensayo histórico y genealógico sobre Tomás de Rocamora finalmente editado bajo el título “Tomás de Rocamora fundador de pueblos”.
Me vinculé también con Raúl Gustavo Aguirre al que se le dedicó un número; y fue en razón de participar ambos de la publicación que retomé la conversación con María Alicia Domínguez sobre afectos comunes como el que sentíamos por Jorge Obligado, mi tío y su amigo de la juventud. Y que Ana Emilia Lahitte me enviara con la gentileza que la caracterizó siempre, desde La Plata sus libros; Julio Carreras (h) lo hiciera desde Santiago del Estero, Néstor Groppa desde San Salvador de Jujuy y José Peire desde Santa Fe. Inicié merced a la intercesión de Fiorentino y de Rama Quebrada la amistad con el inolvidable sonetista Carlos Marcelo Constanzó y las que perduran con Luis Ricardo Furlan, magistral creador de prosas y versos y con Alberto Luis Ponzo, poeta de vuelo filosófico y ensayista de fuste, una de las pocas personas que conservan la sana costumbre de escribir extensas cartas manuscritas.
Aunque próximos tanto Hugo Fiorentino como Paulina Ponsowy a la Generación del 50 estudiada y clasificada precisamente por Furlan, sin embargo no quisieron hacer de la publicación una muestra grupal ni un vehículo sólo generacional con barreras estéticas o cronológicas al resto. Queda claro ello al recorrer los nombres de los colaboradores: de mayor edad unos y mucho más jóvenes otros. Su hoja de poesía tendía mejor a representar algo así como una tertulia amena y documentada tal vez por aquello de que “verba volant”. Una tertulia donde cada cual hablaba con su voz, sin bajarla ni subirla frente a sus ocasionales acompañantes en el papel.
Por esas auspiciosas circunstancias de la vida, tuve oportunidad en fecha reciente de conocer a Paulina. Me obsequió su bello libro de versos libres: “Pocillo de café” (2003) y justamente frente a dos cortados, en la confitería Las Violetas próxima a su domicilio, recordó con cariño y nostalgia la etapa de codirectora de Rama Quebrada.
En cuanto a mí que para redactar estas líneas busqué y desplegué frente a mi mesa de trabajo los amarillentos ejemplares que conservo guardados en una carpeta; al releerlos después de varias décadas, tuve la sensación del reverdecer, ante mis ojos, de las viejas ramas quebradas.
- Carlos María Romero Sosa
camaroso2002@yahoo.com.ar
Abogado y escritor.
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