Con la inveterada excusa de imponer democracias occidentales y cristianas, evitar el peligro de las dictaduras comunistas, o combatir la subversión, los imperialismos dominantes han ejercido sobre los países dependientes sucesivas intervenciones.
Una de las más recientes y recordada por su crueldad e intervención militar directa, fue el denominado Plan Cóndor, que afectara a Chile, Paraguay, Bolivia, Uruguay y Argentina.
Con la ayuda de fuerzas militares entrenadas en la llamada Escuela de las Américas, los generales de todos esos países hicieron el trabajo sucio en condición de idiotas útiles del imperialismo, y golpes de estado mediante, diezmaron una generación entera entre masacrados, desaparecidos y exiliados.
Entonces se aludió copionamente en toda la región, que esos recursos extremos eran consecuencia de una guerra, elaborando la teoría de los dos demonios, fantasía absurda si las hay, que se desnuda con solamente considerar que al 24 de Marzo de 1976 en Argentina, la fuerza total armada de la guerrilla urbana alcanzaba en el mejor de los casos a doscientas cincuenta personas.
El objetivo final de esos mecanismos perversos era, obviamente, el manejo discrecional de los recursos financieros, la apropiación de los recursos naturales, la privatización de empresas rentables nacionales, todo con el previo endeudamiento con los organismos usurarios internacionales como herramienta de sumisión.
En la actualidad ese plan de dominación, no solamente no se ha dejado de lado, sino que ha sido reciclado y mejorado, no con avanzadas de militares sin cabeza, sino con otros métodos no menos eficientes, que resultan mucho menos detectables que las grotescas asonadas de generales alcohólicos.
Ahora se ha montado en la misma región la nueva teoría de los enemigos internos, que impedirían el desarrollo de las economías de cada País, a saber: los gobiernos populistas, y la corrupción generalizada. Invocar ahora el peligro del comunismo atrasaría. Era necesario engañar con otros argumentos.
Y de esta manera se exhiben los movimientos estratégicos de las democracias liberales –neoliberales- como la oferta de salvación ante esas dos pestes, y con todo el apoyo de los mismos sectores del poder económico, instalan gobiernos dóciles a sus designios, pero como dijimos, ya no con armas tradicionales.
Ahora se utiliza aceitadamente el poder de los medios masivos de comunicación, el monopolio de la llamada prensa libre, y las redes sociales, imponiendo el pensamiento único defendido por esos intereses a rajatabla, y logrando convencer a los ingenuos ciudadanos de tres preceptos tan básicos como falsos.
El primero es que los otros son los corruptos y ellos los adalides de la honestidad. El segundo que los gobiernos de orientación nacionalista son populistas, con la consabida explicación de lo dañoso que es el populismo. Y el tercero es que las nuevas metas fijadas no se lograrán sin esfuerzo ni a corto plazo. No es una casualidad que el presidente Macri afirme que necesite otro mandato para reafirmar los cambios, y que el dictador Videla dijera que tenía objetivos y no plazos.
Y de esta manera el nuevo Plan Cóndor se lleva adelante con la complicidad de los medios desinformadores, el periodismo complaciente comprado de manera grosera y abierta por el oficialismo gobernante con millonarias pautas, y la intervención de un nuevo ejército: los trolls activos, capaces de imponer la peor mentira como verdad revelada, y silenciar a todos los que no sigan a pie juntillas el discurso oficial. Se ha creado así otro tipo de desaparecido: el desaparecido mediático.
Y el efecto devastador de la falsa realidad edificada por esos medios, se aprecia objetivamente en el increíble condicionamiento mental que se obtiene en los ciudadanos por ese mecanismo, fundamentalmente a base de mentira repetida.
Los ejemplos sobran, todavía se escucha a incautos interlocutores hablar de la ruta del dinero K, cuando de las investigaciones realizadas nunca se encontró una sola cuenta exterior, y en cambio se hallaron decenas de cuentas y empresas truchas de los actuales funcionarios.
Es común por ejemplo que muchas personas se jacten de cómo ahorramos ahora con la supresión del fútbol para todos, y no advierten que el Banco Central dilapidó sólo en una semana dos mil quinientos millones de divisas en reservas para frenar la escalada del dólar, que equivalen a cuatrocientos años de ese beneficio social ahora no vigente, sólo para sostener la rentabilidad de la bicicleta financiera de la que los actuales funcionarios son confesos beneficiarios.
Y así se podrían multiplicar los ejemplos hasta el infinito. Al ciudadano cooptado por el discurso mediático todavía le preocupan más los bolsos de López que el endeudamiento insostenible de 145.000 nuevos millones de deuda externa en dos años, la tasa de intereses de Lebacs del 40%, la gigantesca corrupción de aumentos de tarifas para la recaudación multimillonaria de los socios del poder energético, o las hasta ahora incontables empresas off shore evasoras del mismísimo presidente y sus ministros.
Y al mecanismo descripto se le suma como eslabón perfecto de la anestesia y el engaño, la utilización del siempre presto y diligente sistema judicial que en toda la región pertenece a la misma clase oligárquica dominante, capaz de encarcelar sin condena a cuanto funcionario opositor se le cruce, o tratar de cortar la carrera presidencial de otro con la excusa de un departamento que nunca fue suyo.
Fue precisamente Lula Da Silva quien ha señalado el camino correcto para los pasos futuros. Al momento de anunciar que se entregaría a cumplir con el encierro, advirtió con autocrítica del error que había cometido, y que habría que revisar en el futuro próximo: no permitir nunca más que los enemigos de las economías sociales y populares volvieran a sembrar el odio, la confusión y la discordia entre los pueblos, con este mecanismo mediático engañoso bajo la apariencia de prensa libre.
El viejo Plan Cóndor se basó en dictaduras militares férreas que tuvimos que combatir y desterrar con la fuerza de las movilizaciones, la organización, la participación popular, la entrega, el sacrificio, y combatiendo la censura y el autoritarismo, y por sobre todas las cosas, por el convencimiento cabal de que no hay otro camino que la lucha por la verdad y la justicia social, y para ello hubo que derrotar aquellas armas.
Ahora no hay tanques en las calles, sino un método disfrazado de ejercicio de las libertades individuales para la obtención de esclavitudes colectivas, pero que igualmente constituyen un entramado de nuevas armas que como las anteriores, habrá que anular definitivamente, no permitiendo nunca más que la ingenuidad del discurso mediático con apariencias de libertario, nos vuelva a condicionar.
Daniel Tort, abogado y periodista
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