“En cambio, de la amnesia no se vuelve”, escribió Horacio Verbitsky en un prólogo escrito en 1995 para su libro “Ezeiza”, cuya primera edición había salido en 1986. Y algo de razón tiene: escribir un artículo presuponiendo que los lectores saben qué ocurrió en Ezeiza es condenarse al fracaso.
Todo sucedió hace, estos meses, cuarenta años. Electo el 11 de marzo de 1973 en unas elecciones en las que Juan Domingo Perón estaba aún proscripto, el “tío” Héctor Cámpora había comenzado su mandato el siguiente 25 de mayo ante una plaza multitudinaria y entusiasmada con su tendencia peronista y revolucionaria.
Pero estaba claro, como decía la consigna justicialista durante la campaña, que Cámpora asumía el gobierno y Perón el poder. Leal, el nuevo presidente partió a los pocos días hacia Madrid – donde el dictador Francisco Franco había dado protección a Perón durante años-, para acompañarlo en su regreso a Buenos Aires.
Ese 20 de junio de 1973, el avión que traía a Perón, a Cámpora, y decenas de militantes peronistas iba a aterrizar en Ezeiza, pero debió hacerlo en la base aérea de Morón. Ahí abajo, se producía lo que alguna vez se recordó como la “masacre de Ezeiza”, en la que murieron decenas de militantes peronistas –el número nunca fue determinado- y centenares fueron heridos.
Esa tarde en Salta el periodista Luciano Jaime se envolvía, eufórico, con una bandera argentina en la redacción del diario El Intransigente celebrando el regreso de Perón, acaso sin saber aún de la tragedia.
Verbitsky dice que esa misma noche comenzó a escribir su libro, y que su primera versión fue un informe al entonces ministro del Interior, Esteban Righi. Quería advertirle que lo que había ocurrido ese día era parte de un golpe de Estado que tenía como objetivo derrocar al gobierno de Cámpora. Que la masacre llevada adelante en Ezeiza por los agentes encargados de la seguridad de la manifestación había sido premeditada para copar el poder.
En la introducción escrita en 1996 el ahora columnista de Página 12 admite que su informe a Righi no sirvió de nada. Pocos días después de la masacre – y a menos de 40 días de haber asumido la presidencia-, Cámpora tuvo que renunciar. El golpe había logrado su primer objetivo. Quedó entonces libre el camino libre para que asuma Raúl Lastiri –yerno de José López Rega- y convoque a las elecciones en las que, pocos meses después, Perón obtendrá más del 60% de los votos.
¿Quién había llevado adelante el golpe contra Cámpora? ¿Para instalar a quién en el poder? Sin demasiadas vueltas, Verbitsky lo señala a Perón, de quien dice que siempre se había propuesto llevar a la práctica el lema “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.
“Los preparativos para el retorno el 20 de junio que se han descrito con detalle en este libro, no hubieran sido posibles sin la aquiescencia de Perón… Cámpora siempre estuvo dispuesto a renunciar, y sin embargo se organizaron las cosas de modo de sacarlo a empellones…. López Rega convirtió (la operación de reemplazo presidencial) en una carnicería. Pero en cualquier caso la cobertura política provenía de Perón”, señala Verbitsky en el epílogo de su libro.
Esa versión del Perón golpista, que regresa a la Argentina para echar del gobierno a Cámpora y que el día después, en el célebre discurso de Gaspar Campos, termina avalando la “operación masacre ” de Ezeiza, choca con la imagen dulzona, irreal y mítica que dio el Ministerio de Educación, a través del canal Encuentro, cuando se cumplieron los 40 años de las elecciones del 11 de marzo.
“Luego de 18 años de lucha, proscripción y derramamiento de sangre, el peronismo vuelve al poder” dijo la voz en off del documental, que evitó mencionar los sucesos de Ezeiza y pretendió dar a entender que la sucesión de Cámpora hacia Lastiri y Perón fue armónica, a pesar de los días “tormentosos, complejos y contradictorios”. Eufemismos con los que el canal oficial sepultó en el olvido las decenas de muertos de Ezeiza: ni una imagen de los heridos.
Presentado en el documental oficial sólo como víctima del golpe de Estado de setiembre de 1955, en el libro de Verbitsky Perón aparece no sólo como un golpista, sino también como alguien que termina avalando a quienes dispararon contra las multitudinarias columnas de Montoneros y de la “tendencia” que había ido a Ezeiza a recibirlo.
Peor aún. “Ezeiza, escribe Verbitsky en la introducción para le edición de 1986, contiene en germen el gobierno de Isabel y López Rega, la AAA, el genocidio ejercido a partir del nuevo golpe militar de 1976, el eje militar-sindical en que el gran capital confía para el control de la Argentina”.
La versión es demasiado fuerte para la historia oficial que decidió poner el 24 de marzo de 1976 como la única fecha con la que comprender la violación de los derechos humanos en la Argentina. Si se le concede alguna credibilidad a la versión de Verbitsky, el horror había sido ya concebido el 20 de junio de 1973.
La historia que siguió parece haberle dado la razón a Verbitsky. El regreso de Perón no sólo significó el defenestramiento de Cámpora, para pesar de Montoneros y la “Tendencia”. También los gobernadores que había sido electos con el “tío” y compartían su proyecto, terminan siendo reemplazados por interventores.
A poco de la asunción de Perón y tras el copamiento de Azul, Bidegain es forzado a renunciar como gobernador de Buenos Aires. Luego el “navarrazo” hace caer a Obregón Cano en Córdoba. A Ragone, en Salta, le llega el turno cuando ya Perón había muerto: Isabelita había seguido con la obra de su esposo.
¿Puede pensarse que las primeras víctimas políticas tras la intervención enviada por Isabelita a Salta –Eduardo Fronda y Luciano Jaime- no guardan ninguna relación con las víctimas de Ezeiza, de las que el ministerio de Educación de la Nación pretende hacer ahora no memoria, sino olvido?
Parece que no. Pero no es la única pregunta que urge ser respondida.
Lo que también urge aclarar es porqué quienes militaron aquellos años en Montoneros o en la juventud peronista y que ahora administran la memoria oficial renunciaron a indagar –con la excepción del Verbitsky de 1986 y 1995- en las responsabilidades del propio Perón y de su señora esposa en los crímenes cometidos en Ezeiza y en los años siguientes contra sus propios compañeros, Fronda y Jaime entre ellos.
Aún más. Urge saber porqué si, como es de suponer, el análisis que hacía ya Verbitsky en junio de 1973 era compartido por sus compañeros montoneros, esa organización terminó celebrando el triunfo de Perón en las siguientes elecciones en las que sacó más del 60% de los votos. ¿Cómo era posible que terminaran apoyando a alguien que al menos había hecho la vista gorda a los crímenes contra sus propios compañeros?
Es posible que alguna pista la haya dado la propia Cristina Fernández, tal cual es citada en su biografía autorizada escrita por Sandra Russo. Recordando aquellos años, la presidenta justifica porqué no podían hacerse públicas las críticas hacia Perón en aquellos años, y tal vez por qué tampoco se las puede hacer ahora. “Y además nosotros, los de la Juventud, entrábamos a los barrios y la gente nos recibía porque éramos peronistas y ellos eran peronistas. Vos podías pelearte con Perón, pero ¿con el peronismo de la gente qué hacés?”.
-*Andrés Gauffin, periodista
afgauffin@hotmail.com