La emergencia hídrica y la escasez de agua, no obedece exclusivamente al atraso o la falta de lluvias. Hay un proceso de destrucción del medio ambiente que enmarca desde hace décadas el deterioro paulatino del planeta, cuyos signos vitales se van degradando de tal manera que cada vez es más evidente su pase a terapia intensiva.
Las imágenes de la tierra cuarteada, los animales muertos con sus esqueletos expuestos debajo de la piel seca, los incendios forestales que amenazan zonas pobladas, los lechos exhaustos y las canillas que apenas gotean, no son una consecuencia estacional.
El aumento de la temperatura y el registro de marcas inéditas para la época, no son tampoco un fenómeno casual producto de algún frente cálido estacionado en la atmósfera. Lo aseveran estudios científicos que atribuyen dicho voltaje al cambio climático y al efecto invernadero provocado por la emisión de gases producto de la quema de combustible fósil y la deforestación, entre otras actividades humanas.
Esos mismos estudios aseguran que el efecto invernadero es un fenómeno originalmente útil y natural. Sin él, la tierra sería “una roca congelada”. Pero según advierten, en pocos años, los seres humanos aumentaron este valor natural por el incremento en acciones que requieren de la combustión de gases, además de la liberación de carbono por los desmontes de grandes áreas boscosas. Por ello, el contenido de dióxido de carbono en la atmósfera ha aumentado un 31 por ciento en los últimos siglos.
En Internet, miles de páginas, alertan sobre los daños que causan estas actividades. Y uno de las principales, obviamente, es la falta de agua. Esa misma información, asegura que cada día mueren cientos de personas en el mundo a causa de la escasez de agua potable, sobre todo en los países pobres y subdesarrollados.
Hay datos que deberían llamar la atención y despertar la conciencia de quienes aún no lo advierten: de acuerdo al Programa Mundial de Evaluación de los Recursos Hídricos de la UNESCO, para el año 2025, entre 1000 y 2400 millones de personas sufrirán las consecuencias de la falta del elemento líquido. Y para el 2050, según el Foro Mundial del Agua, realizado en 2006, unos 7000 millones de personas padecerán su carencia.
Si los reportes emitidos desde Córdoba, donde la sequía hizo estragos con la quema de miles de hectáreas de bosques y la mortandad de peces y ganado, causan una severa impresión, casi no hay palabras para describir las sensaciones que provocan las imágenes de provienen de algunos países de África o de la India.
Niños succionando la orina de de las vacas o de otros animales, camiones cisterna asaltados por multitudes en procura de un sorbo de agua potable, familias enteras arrastrándose en pantanos contaminados y otras situaciones extremas, reflejan la desesperación cotidiana por acceder a uno de los requisitos básicos y escensiales para mantener la vida sobre la tierra.
Se sabe que la tierra está compuesta por un 70 por ciento de agua. Sin embargo, apenas el 2,53 por ciento de ese volumen es dulce. Aproximadamente las dos terceras partes del agua dulce se encuentran inmovilizadas, en glaciares bajo el mando de nieves perpetuas. Sin embargo, de acuerdo a los estudios divulgados se logró establecer que las regiones polares del planeta se están calentando de tal manera que en Alaska, hay 6 grados más que hace 35 años.
Por la descongelación del polo norte, según se asevera, la turbera enterrada se pudre, liberando dióxido de carbano, lo cual acentúa aún mas el efecto invernadero y produce mayor calentamiento. El retroceso de los glaciares y el desmonoramiento de las los grandes hieles de la región antártica, son parte del mismo fenómeno.
El mismísimo glaciar Perito Moreno, que antes atraia la atención cada cuatro años, ahora convoca a ver su derretimiento mediático en la mitad de ese tiempo. A ello hay que sumarle la desaprensión por el cuidado del medio ambiente. Reservas de agua dulce son reducidas por la contaminación que provocan los afluentes industriales.
Hay registros sobre el derrame de dos millones de toneladas de desechos que se arrojan diariamente a estos reservorios, incluyendo residuos químicos, aguas servidas y desechos agrícolas, como fertilizantes y pesticidas, y también residuos domiciliarios. La falta de agua en los grifos hogareños, es apenas el último eslabón de una cadena de sucesos de mayor magnitud, que obedecen a la mano caníbal del hombre.
En Salta, la falta de inversiones de la ex Aguas de Salta y una pésima administración del recurso, con malos servicios y tarifas carísimas, apañadas por el Gobierno y el Ente Regulador, influyeron no solo en la falta de provisión sino también en la baja calidad del agua.
Algo similar ocurrió en otras provincias donde este recurso escencial cayò bajo las leyes del mercado y fue privatizado o concesionado a empresas que sólo buscaron rédito empresario y debieron ser reestatizadas para garantizar la continuidad del servicio.
Por estos dias, creativos publicitarios de Aguas del Norte, extremaron la imaginación para alertar desde el arte y la metáfora, el peligro que acecha a los salteños por el mal uso o derroche del agua. Actividades cotidianas como lavar la vereda o el auto, con mangueras que vierten hectolitros de agua, son señaladas como irresponsables, frente a la carencia que padecen vastos sectores de la población, no sólo en la capital, sino en toda la provincia.
En las zonas que no son afectadas por los cortes o la falta de presión, parecería no existir conciencia sobre el drama que padecen miles de coprovincianos. Tal vez, además de las poéticas advertencias mediáticas, la empresa debería patrullar la ciudad en procura de los usuarios o clientes que no cuidan el agua.
No alcanza con que aquellos que tienen medidor, se los castigue con una tarifa mayor, porque sus bolsillos estrían preparados para afrontarla. Ante la emergencia, debería existir una punición basada en principios solidarios que no parecen estar en la mente de quienes desperdician agua sin miramientos.
En el Concejo Deliberantes capitalino se llegó a sancionar una ordenanza que multaría a aquellas personas que conservaran recipientes que pudieran almacenar agua estancada como forma de contrarrestar la propagación del dengue. La medida afectaría a sectores donde no hay otra forma de conservar agua porque no existen las redes domiciliarias o porque la distribución no los alcanza.
Las lluvias del verano, probablemente atenúen el impacto y vuelvan a llenar los caudales para proveer el agua necesaria. Conformarse con ello, sería negar una realidad que ya afecta a millones de personas y que en el futuro incluirá muchos millones mas, entre ellos a los hijos y nietos de quienes hoy no advierten la gravedad del problema.