En el contexto de las celebraciones del bicentenario de la Batalla de Salta y con la marca editorial de Nuevo Diario, el historiador, periodista y bibliófilo Gregorio Caro Figueroa y la profesora de filosofía y periodista Lucía Solís Tolosa, han acometido una obra digna de difundir; ciertamente de otra más entre las varias escritas en colaboración puesto que a ambos pertenecen también los volúmenes “El Milagro de los salteños.
Cuestión de fe” (2010) y “El otro Güemes” dado a conocer en 2011, los dos bajo el mismo sello editor. Ahora se trata del libro de gran formato, enriquecido por numerosas ilustraciones en sepia y en colores: “De Vencedores y Vencidos”, un título disparador de más de un interrogante sobre nuestro destino como nación.
Sus ciento veinte páginas invitan a ensayar como primera reflexión, que la divulgación detallada de la historia patria puede y debe articularse naturalmente con la tarea de pura investigación y de compulsa documental tal como sucede en el libro. Porque de poco sirve la heurística del dato novedoso si no es presentado en forma fidedigna, desapasionada y a la vez coherente con el inventario del pasado conocido; y ello más allá de que un aporte original pueda modificar toda una perspectiva, como que revisar los pormenores de la historia no es sólo leer los acontecimientos acaecidos desde una diferente ideología a la del canon oficial, sino en un sistema de vasos comunicantes, aportar elementos valederos que justifiquen el cambio de orientación hacia otras posiciones. Empero no cabe por utilitario adentrarse en el pasado para justificar o criticar decisiones institucionales del presente: hacer política de la historia es labor más de políticos que de historiadores.
Aquí hay noticias relativas a personajes y a circunstancias varias y concatenadas entre sí, informes disparadores sin duda de futuros enfoques sobre el tema analizado, sus antecedentes y efectos posibles en la guerra emancipadora, al cabo engarces lujosos para la hermenéutica mejor que detalles que sólo abruman y poco suman en los hechos al relato a conciencia y no politizado que se presenta con claridad expositiva y plausible didáctica en mucho “ad usum delphini”. Por de pronto, al partir en las páginas iniciales y con ilación lógica de la victoria de Tucumán de 1812, como antecedente necesario del triunfo de Salta de meses más tarde, se subraya citando a Bartolomé Mitre que “Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno se retira, las provincias del Norte te pierden para siempre como se perdió el Alto Perú”.
Con buen método se reconstruye cronológicamente, cuadros sinópticos mediante, la dimensión poblacional y la constitución de la sociedad de Salta previo a la batalla librada en esa ciudad “simétricamente equidistante” de Lima y Buenos Aires. Ello permite al lector o al estudioso extender la mirada a todo un período no sólo local sino americano, que echa luz sobre el desenvolvimiento de los sucesos historiados; porque vale también para la ciencia y el arte de Clío el principio de “ex nihilo nihil fit”.
Será por eso que no sólo hay en “De vencedores y vencidos” un pormenorizado enfoque del combate que incluye hasta un instructivo esquema gráfico de la posición de los regimientos actuantes (página 43), sin olvidar resumir el parte del encuentro bélico surgido de la pluma del propio Manuel Belgrano, relato juzgado como uno de los documentos mejor escritos de la Guerra de la Independencia por Mitre y la mayoría de los historiadores que lo siguieron. Tampoco se excluye la referencia al perdón otorgado por el jefe triunfador a los realistas vencidos. (Y vale la pena recordar que uno de ellos fue Santiago Esquiú, alguien que no traicionó el juramento de abstenerse de tomar las armas contra la revolución. Don Santiago se radicó en Catamarca y fue padre del fray Mamerto Esquiú, obispo de Córdoba y “Orador de la Constitución” declarado Venerable en 2006 en la causa de beatificación y canonización que se le sigue en Roma.)
Varias páginas entonces tratan desde el punto de vista táctico la jornada de aquel 20 de febrero de 1813 en que se trabaron en lucha las fuerzas de Belgrano -que desde la estancia de Castañares se desplazaron “bajo la lluvia, trabajosamente por esa huella de ganado” al decir de Bernardo Frías- con las huestes al mando del americano por nacimiento Pío Tristán, el militar de 39 años rendido en esa fecha y que más tarde, ya en su vida civil signada por el ánimo de lucro y el oportunismo, fuera repudiado en su mansión de Arequipa por su sobrina la feminista y socialista utópica Flora Tristán.
Sin embargo al aspecto castrense se suman las noticias referidas al ideario del creador de la bandera. A su proyecto compartido por San Martín y “los hombres de más saber (que) opinaban que en estos países de América era imposible formar gobiernos estables y bien ordenados bajo puras formas democráticas”, como explicó su secretario en el Ejército del Norte Manuel Tomás de Anchorena, un representante de la oligarquía saladeril porteña que llegó a ridiculizar el propósito de coronar a un inca, en su despectivo juicio: “un monarca de la casta de los chocolates”.
Se pone especial atención en las lecturas políticas belgranianas de Jovellanos, Campomanes y otros reformistas hispanos en cuestiones tales como la educación gratuita o la promoción de los estudios de naútica, así como su interés por los asuntos económicos que abrevó en Ferdinando Galiani –autor de “Diálogos sobre el comercio de granos”- y el escocés Adam Smith. Resultado de todo lo cual fueron sus desvelos de libertad para la economía pero también para las personas, tal como lo destacan con propiedad Caro Figueroa y Solís Tolosa. Ninguno de ambos adscribe a interesados dogmatismos, para el caso tanto del que quiere ver en el general a un liberal extremo, cuanto del que lo pretende un proteccionista convencido. En cambio parecen coincidir con la definición del socialista y reformista universitario Julio V. González en el sentido de que “Puede admitirse sin temor a equivocación que toda la prédica doctrinaria de Belgrano (…) es una síntesis del liberalismo español, de la fisiocracia francesa y del industrialismo inglés”.
Renglón aparte merece el capítulo que resalta la faceta de traductor del prócer, tan interesado desde sus tiempos de estudiante en Salamanca por las lenguas modernas. Así vertió al castellano el libro del fisiócrata François Quesnay: “Máximas generales del gobierno económico de un Reino Agricultor”, y el discurso de despedida de George Washington, un texto que le obsequiara en 1805 el ciudadano norteamericano David C. Forest. Belgrano, que trabajó en esa versión a orillas del río Juramento en su marcha de Tucumán a Salta, le dio fin según cuentan los autores, dos días antes de la gesta del 20 de febrero de 1813.
Otro elogio cabe para las páginas del libro dedicadas a desentrañar el vínculo entre Belgrano y Güemes, difícil y receloso en los primeros tiempos pero de gran afecto luego como resulta del trato dado por el primero al Caudillo Gaucho en su correspondencia posterior a 1813: “Paisano amado”, “Fiel amigo”, “Compañero y amigo querido”. Güemes, se aclara bien en el texto, no participó en la batalla de Salta por encontrarse en Buenos Aires, no obstante poco más tarde ambos héroes hicieron esfuerzos para apoyarse mutuamente con hombres, dinero, armas, caballos, mulas, alimentos y vestuario. El creador de la bandera al reconocer los valores y facultades operativas del salteño le dio amplio margen de maniobra: “puede hacer y deshacer como le parezca (pues) tiene los enemigos a la vista”.
Una exhaustiva bibliografía cierra el volumen que vale subrayarlo se inicia con un poema poco conocido de Manuel J. Castilla fechado en 1963: “Soliloquio de un soldado español muerto en la batalla de Salta”.
Finalmente sin perder el enfoque del tema central se ha vinculado y complementado la historia salteña, que lo es en grado mayúsculo de la Guerra Gaucha, por ejemplo con un dato sobre el narrador de la epopeya, Leopoldo Lugones. De él se cuenta la ascensión al cerro San Bernardo llevada a cabo en la noche del 15 de julio de 1894, hecho tiempo después relatado al periodismo por uno de los participantes de esa peregrinación patriótico-histórica: el profesor Daniel Policarpo Romero, un docente del Colegio Nacional y hombre público salteño fallecido en 1959, contemporáneo y amigo en su juventud del poeta modernista de “Los crepúsculos del jardín”.
- Carlos María Romero Sosa, abogado y escritor.
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