Redactadas a base de partes policiales más interesados en promover los “supuestos” méritos de un oficial deseoso de ascenso, que a echar luz sobre el caso, de las crónicas nunca se podrá obtener datos precisos acerca de la inseguridad que padecen los salteños, pero al menos algunos podrán sentirse menos inseguros: después de todo, casi todos los malandras de sus páginas van a parar al calabozo.
Pero es injusto atribuir al diario del primer mandatario el monopolio del “ultraje que se hace al nombre, al honor de uno, con obras o palabras” o del “dicho contra razón y justicia”, eso que en mi diccionario se nombra como injuria.
El año pasado, un pasquín de esos a los que va destinada alguna porción de la torta publicitaria provincial no dudó en calificar de “nazis” –en negro sobre papel rosa- a unos periodistas cuya única audacia había consistido en asociarse –y no precisamente para jugar al fulbo- sin pedir permiso en el Grand Bourg.
Harto llamativo fue uno de los argumentos utilizados por el anónimo autor del editorial, que me perdone el término, para poner a esos periodistas en el mismo nivel que el primer responsable de la muerte de millones de personas en cámaras de gas: todos, dijo suelto de cuerpo, ¡coinciden en criticar a Romero!