Si atendemos elementales razonamientos, podemos inferir que más allá de mito y leyenda, la figura de Evita, puede ser vista de un modo más equilibrado y humano.
Eva Duarte nació en la madrugada del 7 de mayo de 1919 en Los Toldos (General Viamonte), provincia de Buenos Aires. Hubiese cumplido ahora 90 años. Más joven que Sábato y Cortázar, su efímera existencia la coloca fuera del tiempo.
En ocho intensos años, llevó adelante una obra que a otros les toma una vida. Precisamente, desde el no-tiempo se construyó su mito y, desde la historia, se confabuló la leyenda con ribetes heroicos, a veces, o, deformada por mezquinos intereses, la leyenda negra (Acossano, Ghioldi, Martínez Estrada, Mary Main).
Sin embargo, si atendemos elementales razonamientos, podemos inferir que más allá de mito y leyenda, la figura de Evita, puede ser vista de un modo más equilibrado y humano.
Si es cierto que la lectura y la poesía modifican a los sujetos, no podemos dejar de señalar que Eva Duarte, en su infancia y juventud, leía y recitaba en forma admirable, sobre todo a los poetas modernistas y simbolistas de principios de siglo: Rubén Darío, Amado Nervo, Blanco Belmonte, Gabriel y Galán.
En la escuela Nacional Número 1 de Junín, Evita se distinguía por sus dones para la declamación, en especial la poesía decadentista, moralista y mesiánica, de Amado Nervo. Basta examinar el léxico de los discursos de Eva Perón (algunos de ellos bosquejados por Muños Azpiri), y se adivinan sus giros personales, cargados de imágenes modernistas, tomados del espíritu de Darío y de Nervo.
Recitar, declamar, sentir con el poeta, ¿acaso no provoca una mutación en los jóvenes y en los que no los son? Sin duda, había en Eva Perón una formación a través de la poesía que la situaba muy cerca de la entrega casi mística a la que llegó.
Su historia está escrita en Amado Nervo. (Sus poemas preferidos eran “¡Muerta!”, “Qué bien están los muertos”, “El día que me quieras”o, tal vez, “La bella del bosque durmiente”, eternamente congelada en una caja de vidrio a la espera del amor) También el teatro configuró la formación de la jovencita que emigró (como muchas chicas provincianas) de Junín a la capital en 1935.
La actuación modela, disciplina, sensibiliza, abre el horizonte de la imaginación. Evita alternó con actrices y actores de teatro y cine de la talla de Eva Franco, Elías Alippi, Lucas Demare, Armado Bo, Pascual Pelliciotta, Rosita Quiroga, Camila Quiroga, Pierina Dealessi, Fanny Navarro, Olga Zubarry, Rita Molina, De Michellis, Luis Sandrini, Nelly Omar en los ámbitos de Pampa Film, Radio El Mundo, Radio Mitre y Radio Belgrano, trabajó con directores como Armando Santos Discépolo, Mario Soffici, Adelqui Millar, Pedro Blomberg, y el norteamericano John Reinhardt en filmes y obras dramáticas de autores españoles y extranjeros como Pirandello.
Interpretó en Radio Belgrano a una serie de mujeres célebres, entre ellas Isadora Duncan, Sarah Bernhardt, Eugenia de Montijo, Catalina la Grande, Ana de Austria. Sin duda si “interpretar”no es un acto gratuito y banal, Evita pudo adentrarse, en la ficción de un libreto, por supuesto, en los repliegues biográficos de esas vidas ilustres.
Cuántos profesores soñamos ahora con que nuestros alumnos, representen, y lean, por los menos un par de libretos o dramas! En la Argentina de los años 30 y 40, el cine ocupaba un lugar casi fundamental, en especial el inglés y el norteamericano. Evita admiraba a Norma Shearer en “María Antonieta” (Perón confesó que Evita había visto esa película unas cien veces), a Merle Oberon en “Cumbres Borracosas”, junto a Lawrence Olivier y a Olivia de Havilland en “Sueño de una noche de verano”.
¿ Estas inquietudes y elecciones acaso no forman, no hablan de sensibilidad, de gusto por el arte? Es cierto, Evita había sido actriz de teatro y radioteatro y también intentó el cine (filmó seis películas), pero ¿acaso es condenable el arte como lo hiciera la prejuiciosa e hipócrita sociedad de la época? ¿Eran entonces condenables las lecturas de Nervo y Darío? ¿Era censurable admirar a Lawrence Olivier interpretando a Shakespeare?
Ya como Primera Dama, en la Peña Eva Perón, se reunió en veladas con Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo (Discepolín, dilecto amigo), Speroni, María Granata, Marechal (quien le dedicó “Antígona Vélez”), Vacarezza, Nella Castro, Rega Molina, Castelnuovo, Ponferrada, Fermín Chávez, Julia Pritlutzky Farny y otros y abogó por las adaptaciones de los clásicos para el público general, como lo señala Fermín Chávez, recordando sin duda las transposiciones de Shakespeare al cine (Ricardo III, Sueño de una noche de verano, Hamlet). Lo cierto es que Discépolo y Chávez, adaptaron “La fierecilla domada” para estrenar en el Cervantes.
El último film que vio en su cama de enferma durante el otoño y el invierno de 1952 fue “Cyrano de Bergerac”. ¿Qué puede haber sentido ante esa película Evita, acosada ya por la muerte? Vio varias veces esa película, también “La pródiga” que había protagonizado. En ellas está siempre la imposibilidad de la felicidad. ¿Qué habrá sentido Evita al ver esas imágenes?
En la poesía, el cine y el teatro está escrita, y muy profundamente, la vida de Eva Perón. Hay que acercarse a leerla: “Qué bien estás mi amor,-ya por siempre exceptuada-de la vejez odiada-del verdugo dolor…-Inmortalmente joven…”(“Qué bien están los muertos”de Nervo).
Estos densos y bellos versos, que encierran la fascinación luminosa de lo tenebroso, desmienten la leyenda negra sobre Evita que insiste en mostrarla como a una mujer ambiciosa y vulgar.