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“Para qué vivir…”

Marcha en Rosario de la Frontera
Marcha en Rosario de la Frontera
En la obra de teatro “Necrasov”, de Jean Paul Sartre, una clochard que permanece debajo de uno de los puentes de Sena descubre de pronto que un hombre está por tirarse a las aguas. Despierta entonces a su vagabundo compañero para avisarle del episodio y éste le responde con indiferencia: déjalo, es la época. Esta alusión literaria es traída a colación para recordar que las patologías psíquicas elaboran sus formas de presentación de acuerdo con las condiciones que les ofrece el gran Otro de la cultura de su tiempo.


En el mundo actual, dominado por la articulación del discurso capitalista con el discurso de la ciencia, se produce una creciente desinserción del ser humano de los ordenamientos simbólicos, una dificultad para tramitar el malestar por vía del lenguaje y construir un síntoma en el sentido clásico, es decir, en el sentido de la obsesión, de la histeria, de la fobia, etc. En síntesis, estamos en una época en donde predominan las patologías del acto, en la que el malestar y el sufrimiento ya no siguen mayormente la vía del lenguaje, sino la de la descarga directa que se traduce en el aumento de la violencia, el crecimiento de las adicciones, las toxicomanías y fundamentalmente los pasajes al acto, como es el caso de los suicidios.

Lo propio del ser humano es inscribirse en lo simbólico, obtener un lugar, un nombre, una pertenencia, un alojamiento en el Otro. Pero los jóvenes, transeúntes de un mundo que los excluye, imposibilitados de avizorar un futuro y un destino, encuentran hoy serios obstáculos para incluirse en alguna parte. Y si lo social ya no los inscribe (en el trabajo, en un porvenir, en un proyecto de existencia), buscarán a veces esa inclusión mediante el ingreso, por ejemplo, a algún grupo que les otorgue un estatuto de existencia y los alivie de ese modo de la desdicha y del calvario por la desinserción, la discriminación sufrida, el racismo, las profundas diferencias sociales, el sentimiento de una falta de lugar, la ausencia de futuro y de un sentido para la vida sobre esta tierra.

El desarrollo de la tecnología de la información hace notorias hoy las grandes diferencias. La falta de una movilidad social torna imposible, para los jóvenes de los sectores humildes de la población, revertir una historia de marginalidad y tejer un futuro distinto. El mandato irrestricto de consumo, de éxito y belleza, aumentan los sentimientos de frustración y fracaso, la distancia entre el ideal y la realidad, que se agudiza sobremanera en la provincia de Salta en donde las diferencias sociales son directamente abismales e insuperables. ¿Qué siente un joven discriminado, sin futuro, sin perspectivas, sin trabajo digno, sin inclusión social, sin chances de cambiar su destino, sin posibilidades de salir de esa falta de lugar en el que los otros lo han puesto?

Las tribus urbanas, las marcas en el cuerpo, la proliferación de los tatuajes, los escritos en las paredes de las ciudades, las “sectas” e inclusive en algunos casos el delito, aparecen como alternativas desesperadas que vienen a suplir esa falta de inscripción en el Otro. Pero la exclusión abarca además, en cierto modo, todos los estamentos sociales, inclusive a los sectores acomodados de la sociedad desde el momento en que el ser humano ha devenido hoy en un resto de la operación capitalista, en un objeto descartable, que sólo encuentra un lugar en tanto consumidor y desecho del mercado.

¿Por qué se suicidan hoy algunos jóvenes en Salta? Las explicaciones que argumentan el contagio, la sugestión y las identificaciones entre los suicidas, al mejor estilo de las célebres olas de suicidios en serie en los Estados Unidos, o inclusive, la búsqueda de las causas “traumáticas” de cada caso en particular, no alcanzan para dar cuenta de un problema espeluznante. Por otra parte, no es seguro que la decisión de no dar difusión periodística a los casos crecientes de suicidios, impida necesariamente los “contagios” o disminuya las estadísticas fatales, pero ese ocultamiento viene como anillo al dedo para que quienes tienen alguna responsabilidad respecto de los deberes sociales, eviten, mediante una legitimación psicológica, los efectos en la opinión pública y las críticas.

El silencio, la no palabra, la desinformación, pueden ser la forma elegante de no revolver el avispero, mientras la comitiva de jóvenes suicidas continúa pasando ininterrumpidamente, sin que se solucionen las verdaderas causas de un fenómeno que se generaliza.

El tema del juego Choking Game o la supuesta presencia de un “instigador” que rondaría en forma enigmática la zona, con más poder de convicción que el mismísimo Charles Mason en sus mejores épocas, no constituye más que otra forma de la desresponsabilización, la manera de poner la causa en un fantaseado factor externo ajeno a la responsabilidad de los gobernantes, de los funcionarios, de los dirigentes, de los padres, de la sociedad y de quienes promueven las condiciones de deshumanización y exclusión propias de la fase actual de capitalismo.

Nadie se tira al río fácilmente porque otro se lo ordene. Y en todo caso, de existir en estas ciudades, predispuestas a los mitos y a las explicaciones fantásticas, un juego macabro por la red Internet como el Choking Game, e inclusive un fantasmático instigador zonal, éstos no serían más que un efecto, de ninguna manera la verdadera causa.

Tampoco se trata de los estragos cerebrales y morales del paco, que constituyen más bien una consecuencia, un punto de llegada y no de partida. Muchos de los jóvenes que se suicidan posiblemente nunca han consumido drogas en su vida. La clave estaría más bien en uno de los celulares de los chicos de Rosario de la Frontera, en un mensaje diciendo: “para qué vivir”, he ahí la cuestión, diría el príncipe Hamlet. ¿Por qué se suicidan los jóvenes que se suicidan en Salta?, ¿por qué se enganchan con un supuesto juego macabro por la red Internet? Quizá porque en su campo subjetivo el futuro ya no existe y acaso porque piensan que hasta la muerte es mejor que el mundo en el que les toca vivir.

Esta proliferación de suicidios de jóvenes en la provincia de Salta evoca y adelanta, en la realidad, aquello que Jorge Luis Borges imaginó en el cuento: Utopía de un hombre que está cansado: una sociedad del futuro en donde los hombres, ya sin cronología ni historia, sin memoria ni porvenir, sin entramado social ni esperanzas, instalan la posibilidad de un suicidio gradual o simultáneo de todos los hombres del mundo.

  • Antonio Gutiérrez, escritor

    Integrante de Carta Abierta Salta

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